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CHEP, CUENTOS PARA NO OLVIDAR
Por: Gianfranco Mejía
Tras apagarse las luces del escenario, una atmósfera netamente norteña se apropia del ambiente, nace de las bocas de los cinco actores que ingresan a escena tarareando marinera del norte peruano, caminando despacio, descalzos, de atrás hacia adelante, apareciendo justo por las espaldas de los espectadores. En las manos, traen unas lámparas de querosene con las que iluminan al público, y a la vez, permite ver de cerca sus vestimentas típicas del departamento de Lambayeque. Colocan en el suelo las lámparas, justo delante del público y se presentan, y no de cualquier manera.
El público, encandilado por la familiar atmósfera, se olvida del frío reinante en la sala escénica de la Dirección Desconcentrada de Cultura de Lambayeque (DDC), y acompaña con palmas la presentación de cada actor: De la tierra caliente de Colombia, Álvaro Elías, con doblemente fe, representa a Ferreñafe; portador de historias, leyendas y olvido, el mestizo Ricardo Cruz de México, representa a Íllimo; con ascendencia del medio oriente y nacida en Lima, Claudia Mandarina representa a Chiclayo; con la voz quebrada y amarga por la dictadura vivida en chile: Valeria Salomé, representa a Motupe; por su sangre corre teatro puro, nació en Lima y vive en Chiclayo, Blanca Isabel (Liz Moreno) representa a Reque.
Luego de la simpática presentación, los actores suben al escenario con gran agilidad. A continuación, la introducción a los relatos lambayecanos la hacen con elevada energía, haciendo uso de cuadros y esculturas humanas, voces al unísono y danza teatro. Usan los elementos que forman parte del escenario: bancos de madera, tapetes, canastas de carrizo, cojón, palo de lluvia, frutas de la zona, calabazas, sombreros… para narrar e interpretar cada uno de los cuentos que forman parte de CHEP (barro en Muchik), acompañados con música y sonidos que ellos mismos ejecutan con instrumentos y con objetos.
CHEP, cuentos lambayecanos se basa en el libro Dioses, encantos y gentiles del arqueólogo Alfredo Narváez Vargas, que filtrados por el teatro, a través del cuerpo de actores, se trasforma en un espejo para vernos a nosotros mismos, como sociedad, y cómo resuelve el lambayecano entenderse con el mundo, con la vida y sus situaciones de felicidad y tristeza. Cada cuento tiene peculiares personajes algunos son niños y adultos; otros son animales animados, también seres oscuros y hasta celestiales. Por esta razón cada interpretación está dotada de matices varios, de movimientos bien definidos, que afirman a cada personaje en escena.
¿Pero qué magia tiene el teatro que hace que actores ajenos a esta cultura interpreten de esta manera CHEP, cuentos lambayecanos? Oscar Spinola, director de la obra, no es la primera vez que trabaja con actores de varias nacionalidades. Oscar confiesa que “esta experiencia fue diferente porque fue una convivencia y cada actor viene con su idiosincrasia, su formación, su experiencia teatral… el asunto era homogenizar, lograr un lenguaje común en dos meses de trabajo intenso”. Con actores de diferentes países resulta para la dirección inevitable valerse de la personalidad de cada actor, el carisma de acuerdo su tierra de origen, su forma, su voz, su cuerpo y todo su cultura para la construcción del personaje; tan es así, que los movimientos del colombiano - un ser de tierra caliente - son ondulantes y ligeros en personajes de maña y picardía; del mexicano, son rectos y suaves en personajes tiernos dotados de inocencia; de la chilena, sensuales y contenidos en personajes fuertes cargados de energía. Resalto que todo esto es por lo general, no siempre. Ellos no dejan su personalidad ni su historia fuera de esta obra, por el contrario se mantiene presente a lo largo del montaje; las historias son del norte del Perú, pero no son ajenas al mundo porque sus temas son el amor, el temor, la espiritualidad que buscan descolgar su ancla en la memoria, para rescatar del olvido nuestra historia para aprender de ella y no permitir que los momentos adversos se repitan.
CHEP, como el barro con el que se hace las vasijas, da cuerpo a la tradición y el quehacer norteño para contarnos la idiosincrasia de los pueblos lambayecanos, que no son precisamente para dormir, sino para despertar la memoria, para no olvidar.
CHEP, cuentos para no olvidar por Gianfranco Mejía fue publicada en Agenda CIX el 3 de octubre de 2016.
El público, encandilado por la familiar atmósfera, se olvida del frío reinante en la sala escénica de la Dirección Desconcentrada de Cultura de Lambayeque (DDC), y acompaña con palmas la presentación de cada actor: De la tierra caliente de Colombia, Álvaro Elías, con doblemente fe, representa a Ferreñafe; portador de historias, leyendas y olvido, el mestizo Ricardo Cruz de México, representa a Íllimo; con ascendencia del medio oriente y nacida en Lima, Claudia Mandarina representa a Chiclayo; con la voz quebrada y amarga por la dictadura vivida en chile: Valeria Salomé, representa a Motupe; por su sangre corre teatro puro, nació en Lima y vive en Chiclayo, Blanca Isabel (Liz Moreno) representa a Reque.
Luego de la simpática presentación, los actores suben al escenario con gran agilidad. A continuación, la introducción a los relatos lambayecanos la hacen con elevada energía, haciendo uso de cuadros y esculturas humanas, voces al unísono y danza teatro. Usan los elementos que forman parte del escenario: bancos de madera, tapetes, canastas de carrizo, cojón, palo de lluvia, frutas de la zona, calabazas, sombreros… para narrar e interpretar cada uno de los cuentos que forman parte de CHEP (barro en Muchik), acompañados con música y sonidos que ellos mismos ejecutan con instrumentos y con objetos.
CHEP, cuentos lambayecanos se basa en el libro Dioses, encantos y gentiles del arqueólogo Alfredo Narváez Vargas, que filtrados por el teatro, a través del cuerpo de actores, se trasforma en un espejo para vernos a nosotros mismos, como sociedad, y cómo resuelve el lambayecano entenderse con el mundo, con la vida y sus situaciones de felicidad y tristeza. Cada cuento tiene peculiares personajes algunos son niños y adultos; otros son animales animados, también seres oscuros y hasta celestiales. Por esta razón cada interpretación está dotada de matices varios, de movimientos bien definidos, que afirman a cada personaje en escena.
¿Pero qué magia tiene el teatro que hace que actores ajenos a esta cultura interpreten de esta manera CHEP, cuentos lambayecanos? Oscar Spinola, director de la obra, no es la primera vez que trabaja con actores de varias nacionalidades. Oscar confiesa que “esta experiencia fue diferente porque fue una convivencia y cada actor viene con su idiosincrasia, su formación, su experiencia teatral… el asunto era homogenizar, lograr un lenguaje común en dos meses de trabajo intenso”. Con actores de diferentes países resulta para la dirección inevitable valerse de la personalidad de cada actor, el carisma de acuerdo su tierra de origen, su forma, su voz, su cuerpo y todo su cultura para la construcción del personaje; tan es así, que los movimientos del colombiano - un ser de tierra caliente - son ondulantes y ligeros en personajes de maña y picardía; del mexicano, son rectos y suaves en personajes tiernos dotados de inocencia; de la chilena, sensuales y contenidos en personajes fuertes cargados de energía. Resalto que todo esto es por lo general, no siempre. Ellos no dejan su personalidad ni su historia fuera de esta obra, por el contrario se mantiene presente a lo largo del montaje; las historias son del norte del Perú, pero no son ajenas al mundo porque sus temas son el amor, el temor, la espiritualidad que buscan descolgar su ancla en la memoria, para rescatar del olvido nuestra historia para aprender de ella y no permitir que los momentos adversos se repitan.
CHEP, como el barro con el que se hace las vasijas, da cuerpo a la tradición y el quehacer norteño para contarnos la idiosincrasia de los pueblos lambayecanos, que no son precisamente para dormir, sino para despertar la memoria, para no olvidar.
CHEP, cuentos para no olvidar por Gianfranco Mejía fue publicada en Agenda CIX el 3 de octubre de 2016.