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Paul Montjoy Forti: Días de encierro
Chiclayo, 27 de abril de 2020
Recibo un mensaje por WhatsApp de Claudia, mi editora. Vamos a empezar a trabajar la portada de la novela que saldrá publicada este año. Los planes eran otros: Hacer una presentación en la Feria Internacional del Libro que se realizaría en julio, hacer presentaciones en Chiclayo, mi tierra, en Piura y en Trujillo valiéndome de los buenos amigos que tengo por allí. Sin embargo, caprichoso destino, el coronavirus se expandió con toda su fuerza y puso todo de pies a cabeza, confinando al mundo entero en sus casas. La situación vuelca a todo el mundo a mirar sus pantallas negras y todo esto se parece a un capítulo Black Mirror. El mundo se vuelve virtual, esto obliga a los escritores, que de por sí somos seres anticuados, nacidos viejos y adictos a escribir que es un oficio solitario, a entregarnos a la tecnología que siempre es un lugar desconocido.
A la fantástica Rosa Montero le va bien. Desde que comenzó la cuarentena ha realizado muchos enlaces en vivo desde su Facebook teniendo una excelente recepción, a pesar de que en el primer video apareció de cabeza hasta que algún comentario se lo advirtió. Por su lado, se empiezan a compartir miles de textos virtuales para que los cibernautas puedan leer cómodamente desde sus Kindles, sus tablets y laptops. Soy un anticuado, la laptop la cambié por una computadora de escritorio, no tengo tablet y el Kindle que me regalaron hace tiempo, por culpa de un incidente doméstico, acabó con la pantalla malograda porque le cayó lubricante encima (larga historia). Sigo siendo un lector físico.
Los primeros días esperaba religiosamente que sean las doce del mediodía para escuchar al presidente Vizcarra, a pesar de que no me cae, para estar al tanto de la situación. Casos en aumento, crecimiento de número de muertos. Pero trato de no hacerlo más, evito pensar en cosas tristes. De lo que va de la cuarentena he leído La carne de Rosa Montero que trata de una mujer de tercera edad que contrata un gigoló para complicarse la vida, Bienvenida a casa que es una recopilación del diario de la escritora norteamericana Lucía Berlín, Permiso para retirarme del buen Bryce Echenique, dos tradiciones de Ricardo Palma y uno que otro relato de Nixa de la Fuente. Sumado a relecturas de cuentos de Borges y Cortázar, Viaje al centro de la tierra de Verne y La isla del tesoro de Stevenson, primer libro que leí a conciencia. Así como que uno que otro poema de Nicanor Parra y el buen decimista chiclayano Ramírez Soto. Me encuentro ahora con El gen egoísta del científico evolucionista Richard Dawkis. A pesar de las lecturas tengo una sensación de incomodidad que me asalta de forma constante.
¿Preocupación por el futuro?, ¿incertidumbre?, ¿miedo?, ¿sentimiento de pérdida de la libertad?, ¿falta de actividad física?, ¿exceso de mantener el cuerpo en una sola posición?, ¿exceso de series y películas de Tarantino?, ¿insomnio?, ¿falta de comida chatarra?, ¿falta de sexo?
Me da un poco de risa que los periodistas piensen que los escritores somos seres que mantenemos siempre la calma, fumamos, leemos, tomamos vino y acariciamos a un gato. Lo cierto es que somos personas normales (dentro de lo posible) que sentimos el mismo miedo que todos los demás sienten en este momento. Miedo a perder un familiar, miedo por algún amigo que está contagiado, miedo a perder el trabajo. La escritora peruana Katya Adaui, en una entrevista que le hicieron, dijo que en estos tiempos no podía escribir ni leer. La enfermedad sigue avanzando y los muertos siguen creciendo, hace poco se confirmó la muerte del escritor chileno Luis Sepúlveda por este mal, autor de la bella novela Un viejo que leía novelas de amor.
Esta enfermedad, que nos encierra en La peste de Camus o en Ensayo sobre la Ceguera de Saramago, nos está obligando a cambiar para siempre. Así como la muerte de un ser querido o el abuso familiar rompe con la mirada inocente de la infancia. Más allá que después de esto los seres humanos estemos en la obligación de exigirle a nuestros gobernantes cambios que nos permitan tener una vida más digna, hay adaptaciones inmediatas: la pantalla negra. Sin duda no será raro que empecemos a ver a los escritores de cabeza o de costado o con fallas de audio ahora que la FIL 2020 será virtual como gran parte de nuestra vida. A pesar de las limitaciones, será una oportunidad para conectarnos con más escritores de otros lados del mundo. Son días de mucho esfuerzo y cambios. Eso sí, en algún momento habrá tiempo para poder ver el mar o respirar aire puro en algún parque porque no todo ha sido negativo, el río Rímac transporta agua transparente y la calidad del aire a nivel mundial ha mejorado ¿Tendremos, por fin, un mundo más ecológico?
Me pidieron que me tomase una foto ‘en el oficio’. Elegí tomarme la foto con La loca de la casa de Rosa Montero, una escritora española que la recomiendo muchísimo. Habrá tiempo para volver a pasear por las calles de nuestro pueblo, disfrutar sus colores y saborear sus comidas, mientras tanto debemos tener paciencia y fe en el porvenir. El futuro es hoy. Sor Juana Inés de la Cruz decía que la imaginación era la loca de la casa. Toca amarrarla para que no nos atormente en estos días de encierro.
A la fantástica Rosa Montero le va bien. Desde que comenzó la cuarentena ha realizado muchos enlaces en vivo desde su Facebook teniendo una excelente recepción, a pesar de que en el primer video apareció de cabeza hasta que algún comentario se lo advirtió. Por su lado, se empiezan a compartir miles de textos virtuales para que los cibernautas puedan leer cómodamente desde sus Kindles, sus tablets y laptops. Soy un anticuado, la laptop la cambié por una computadora de escritorio, no tengo tablet y el Kindle que me regalaron hace tiempo, por culpa de un incidente doméstico, acabó con la pantalla malograda porque le cayó lubricante encima (larga historia). Sigo siendo un lector físico.
Los primeros días esperaba religiosamente que sean las doce del mediodía para escuchar al presidente Vizcarra, a pesar de que no me cae, para estar al tanto de la situación. Casos en aumento, crecimiento de número de muertos. Pero trato de no hacerlo más, evito pensar en cosas tristes. De lo que va de la cuarentena he leído La carne de Rosa Montero que trata de una mujer de tercera edad que contrata un gigoló para complicarse la vida, Bienvenida a casa que es una recopilación del diario de la escritora norteamericana Lucía Berlín, Permiso para retirarme del buen Bryce Echenique, dos tradiciones de Ricardo Palma y uno que otro relato de Nixa de la Fuente. Sumado a relecturas de cuentos de Borges y Cortázar, Viaje al centro de la tierra de Verne y La isla del tesoro de Stevenson, primer libro que leí a conciencia. Así como que uno que otro poema de Nicanor Parra y el buen decimista chiclayano Ramírez Soto. Me encuentro ahora con El gen egoísta del científico evolucionista Richard Dawkis. A pesar de las lecturas tengo una sensación de incomodidad que me asalta de forma constante.
¿Preocupación por el futuro?, ¿incertidumbre?, ¿miedo?, ¿sentimiento de pérdida de la libertad?, ¿falta de actividad física?, ¿exceso de mantener el cuerpo en una sola posición?, ¿exceso de series y películas de Tarantino?, ¿insomnio?, ¿falta de comida chatarra?, ¿falta de sexo?
Me da un poco de risa que los periodistas piensen que los escritores somos seres que mantenemos siempre la calma, fumamos, leemos, tomamos vino y acariciamos a un gato. Lo cierto es que somos personas normales (dentro de lo posible) que sentimos el mismo miedo que todos los demás sienten en este momento. Miedo a perder un familiar, miedo por algún amigo que está contagiado, miedo a perder el trabajo. La escritora peruana Katya Adaui, en una entrevista que le hicieron, dijo que en estos tiempos no podía escribir ni leer. La enfermedad sigue avanzando y los muertos siguen creciendo, hace poco se confirmó la muerte del escritor chileno Luis Sepúlveda por este mal, autor de la bella novela Un viejo que leía novelas de amor.
Esta enfermedad, que nos encierra en La peste de Camus o en Ensayo sobre la Ceguera de Saramago, nos está obligando a cambiar para siempre. Así como la muerte de un ser querido o el abuso familiar rompe con la mirada inocente de la infancia. Más allá que después de esto los seres humanos estemos en la obligación de exigirle a nuestros gobernantes cambios que nos permitan tener una vida más digna, hay adaptaciones inmediatas: la pantalla negra. Sin duda no será raro que empecemos a ver a los escritores de cabeza o de costado o con fallas de audio ahora que la FIL 2020 será virtual como gran parte de nuestra vida. A pesar de las limitaciones, será una oportunidad para conectarnos con más escritores de otros lados del mundo. Son días de mucho esfuerzo y cambios. Eso sí, en algún momento habrá tiempo para poder ver el mar o respirar aire puro en algún parque porque no todo ha sido negativo, el río Rímac transporta agua transparente y la calidad del aire a nivel mundial ha mejorado ¿Tendremos, por fin, un mundo más ecológico?
Me pidieron que me tomase una foto ‘en el oficio’. Elegí tomarme la foto con La loca de la casa de Rosa Montero, una escritora española que la recomiendo muchísimo. Habrá tiempo para volver a pasear por las calles de nuestro pueblo, disfrutar sus colores y saborear sus comidas, mientras tanto debemos tener paciencia y fe en el porvenir. El futuro es hoy. Sor Juana Inés de la Cruz decía que la imaginación era la loca de la casa. Toca amarrarla para que no nos atormente en estos días de encierro.
Sobre Paul Montjoy Forti
Nació en Chiclayo en 1994. Es abogado y escritor. Estudio Derecho en la Universidad de Piura. Ha publicado en el 2016 el poemario Quijotes ultramarinos. Ha sido columnista de distintos medios de comunicación escribiendo columnas sobre política y cultura. Fue director cultural del portal Punto y Coma y posteriormente fue su director general.
Nació en Chiclayo en 1994. Es abogado y escritor. Estudio Derecho en la Universidad de Piura. Ha publicado en el 2016 el poemario Quijotes ultramarinos. Ha sido columnista de distintos medios de comunicación escribiendo columnas sobre política y cultura. Fue director cultural del portal Punto y Coma y posteriormente fue su director general.
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