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Natalio Diaz: Caminos (in)visibles
Chiclayo, 6 de mayo de 2020
Cada vez que me encuentro con una página en blanco, me genera angustia. Siempre fue así. Planear algo que quiero escribir antes de hacerlo siempre fue inútil.
Imaginar que todo lo que tenía planeado, entre cuadros y rayones, reuniones largas, noches interminables de pensar mi práctica como docente y creador, se hicieron humo. Y no es de sorprendernos que las mismas noticias llenan nuestras cabezas de angustia antes que de recursos creativos. Somos seres humanos y nos damos cuenta que somos tan frágiles que podemos perder el control de nuestro rumbo. Pero qué rumbo puedo perder encerrado entre cuatro paredes, viendo las mismas 170 losetas de color blanco humo.
Dame un minuto para explicarte todo, aunque no tenga mucho que explicar. Me levanto a las siete de la mañana, algunas veces seis y otras veces diez. Me siento y comienzo a contar las losetas, pero no de aburrimiento, sino de esperanza, esperando que antes de terminar de contarlas, alguien me toque el hombro, o me abrace fuerte. Y eso ocurre. Mi hijo suele despertarse coincidentemente conmigo, y me abraza. Papi Tallo, me dice. Me levanto, me acerco a la ventana, y pareciera que todo fuera normal. Irónico ¿no? Pese a lo que estamos viviendo, las personas parecieran que no solo se tapan la boca, sino también los ojos, y de paso los oídos. “Tanta es nuestra pereza intelectual, que estamos cómodamente sumidos en el congelado esquema de una quimera” diría Sebastián Salazar Bondy en su ensayo Lima la Horrible, pero no estamos en Lima, y tampoco es horrible, pero aun así somos (Lambayeque) la tercera región más afectada.
Imaginar que todo lo que tenía planeado, entre cuadros y rayones, reuniones largas, noches interminables de pensar mi práctica como docente y creador, se hicieron humo. Y no es de sorprendernos que las mismas noticias llenan nuestras cabezas de angustia antes que de recursos creativos. Somos seres humanos y nos damos cuenta que somos tan frágiles que podemos perder el control de nuestro rumbo. Pero qué rumbo puedo perder encerrado entre cuatro paredes, viendo las mismas 170 losetas de color blanco humo.
Dame un minuto para explicarte todo, aunque no tenga mucho que explicar. Me levanto a las siete de la mañana, algunas veces seis y otras veces diez. Me siento y comienzo a contar las losetas, pero no de aburrimiento, sino de esperanza, esperando que antes de terminar de contarlas, alguien me toque el hombro, o me abrace fuerte. Y eso ocurre. Mi hijo suele despertarse coincidentemente conmigo, y me abraza. Papi Tallo, me dice. Me levanto, me acerco a la ventana, y pareciera que todo fuera normal. Irónico ¿no? Pese a lo que estamos viviendo, las personas parecieran que no solo se tapan la boca, sino también los ojos, y de paso los oídos. “Tanta es nuestra pereza intelectual, que estamos cómodamente sumidos en el congelado esquema de una quimera” diría Sebastián Salazar Bondy en su ensayo Lima la Horrible, pero no estamos en Lima, y tampoco es horrible, pero aun así somos (Lambayeque) la tercera región más afectada.
Estornudo, espero que sea por el polvo. Me da miedo hasta de respirar a veces, tanto que elaboré mi propio tapaboca, con una media, que casi nunca usé. Mi hijo me ve, me jala el tapaboca, quiere jugar con eso. Le elaboro uno y juega feliz. En todo este tiempo su silla se convirtió en un tagadá, su cuaderno en una obra de arte, y cuando estamos en la cama, comienzo a improvisar historias que nunca imaginé contar, pero a él le gusta escucharlas. La cortina se convierte en el telón. Mi ropa en su vestuario. Juego a ser director y él, el actor frente al único espectador que pagaría lo que fuera por verlo: mi esposa, su madre. Ella entusiasmada, lo graba. Me doy cuenta que nunca perdí el rumbo. Mi creatividad seguía ejercitándose constantemente. Sin darme cuenta, seguía haciendo teatro. No solo con mi hijo, sino también con mis alumnos. Preparar materiales como si fuera a presentarme ante un espectador. Debo confesarlo, es casi la misma sensación. Lo cotidiano convive con el teatro. La disciplina. Como diría mi maestro Diego La Hoz, el teatro como práctica cotidiana.
Pese a que la crisis nos haya dejado en stop, pese a que las luces del teatro se hayan apagado en los grandes edificios y casas teatrales, el ser humano y su necesidad de crear sigue en pie, para reinventarnos y seguir creando. Quiere dar claridad a estos caminos que parecen inciertos, (in)visibles. Estamos nuevamente frente a una página en blanco para poder crear, porque está en nuestra esencia. Como diría Augusto Boal “[…]todo lo que hacemos en el escenario lo hacemos siempre en nuestras vidas: ¡nosotros somos teatro!”
Pese a que la crisis nos haya dejado en stop, pese a que las luces del teatro se hayan apagado en los grandes edificios y casas teatrales, el ser humano y su necesidad de crear sigue en pie, para reinventarnos y seguir creando. Quiere dar claridad a estos caminos que parecen inciertos, (in)visibles. Estamos nuevamente frente a una página en blanco para poder crear, porque está en nuestra esencia. Como diría Augusto Boal “[…]todo lo que hacemos en el escenario lo hacemos siempre en nuestras vidas: ¡nosotros somos teatro!”
Sobre Natalio Ivannosky Diaz Tineo
Nació en Chiclayo (1991). Actor, director, dramaturgo y pedagogo teatral. Formado por el grupo Espacio Libre Teatro de Lima, dirigido por Diego La Hoz. Premiado como mejor actor por El Oficio Crítico de Lima el 2013 con la obra El Otro aplauso. Ha participado en distintas obras como Mientras canta el verano (2012), El otro aplauso (2013), Los funerales de doña Arcadia (2014), Un saludo que no llega (2016), El león (2016), Cuando te atrapa el espanto (2019), entre otros. Como director ha dirigido obras que han sido seleccionadas para distintas muestras nacionales de teatro como: Jugando con la nada (2015), Ipso Facto (2019). Tiene una obra publicada en la revista Muestra n.° 26 fundada por Sara Joffré.
Es conductor del Laboratorio de Formación Actoral (Im)propio. Fundador y director de la agrupación D´Nada Teatro y Los del Camino Casa Cultural. Actualmente es profesor de teatro en el colegio San Agustín de Chiclayo.
Nació en Chiclayo (1991). Actor, director, dramaturgo y pedagogo teatral. Formado por el grupo Espacio Libre Teatro de Lima, dirigido por Diego La Hoz. Premiado como mejor actor por El Oficio Crítico de Lima el 2013 con la obra El Otro aplauso. Ha participado en distintas obras como Mientras canta el verano (2012), El otro aplauso (2013), Los funerales de doña Arcadia (2014), Un saludo que no llega (2016), El león (2016), Cuando te atrapa el espanto (2019), entre otros. Como director ha dirigido obras que han sido seleccionadas para distintas muestras nacionales de teatro como: Jugando con la nada (2015), Ipso Facto (2019). Tiene una obra publicada en la revista Muestra n.° 26 fundada por Sara Joffré.
Es conductor del Laboratorio de Formación Actoral (Im)propio. Fundador y director de la agrupación D´Nada Teatro y Los del Camino Casa Cultural. Actualmente es profesor de teatro en el colegio San Agustín de Chiclayo.
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