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Larcery Díaz Suárez: Testimonios de reporteros en tiempos de covid-19
Chiclayo, 18 de mayo de 2020
La primera vez que gané un premio nacional de periodismo lo hice con Luis Rodríguez Sánchez y José Moreno Solano. Fue a comienzos de los noventa, cuando la cámara a color recién ingresaba a nuestras labores reporteriles de la televisión y cuando aún por estos lares la computadora apenas tenía visos de hacerlo.
A nuestra medida elaboramos un proyecto conjunto para televisión, con datos, cifras e imágenes de las exportaciones desde Lambayeque para el mundo. Grande fue nuestra alegría cuando conocimos que nuestro trabajo había sido seleccionado como ganador a nivel nacional.
De allí, con Lucho Rodríguez, seguimos cumpliendo otros trabajos periodísticos, siempre para la televisión, muchos de ellos intrépidos, al punto que en más de una oportunidad tuvimos el cañón del fusil de soldados apuntándonos al pecho cuando quisimos descubrir por qué una misilera había encallado en aguas marinas lambayecanas.
Ello, aparte de las múltiples manifestaciones en que él como camarógrafo y yo como cronista para América Televisión, Canal 4, cargábamos encima con los palos policiales, los gases lacrimógenos, y a veces, las agresiones de los manifestantes. Pero, sumisamente, lo aceptábamos porque la noticia estaba allí y debíamos cubrirla.
Nunca llamamos a otros colegas para que nos acompañen en esta tarea porque sabíamos que la primicia se logra con esfuerzo personal, salvo que realices hoy un trabajo de investigación, que es otra tarea más especializada y de grupo.
Es decir, literalmente pusimos el pecho, y con él, el alma, corazón y vida donde había que ponerlos, física y espiritualmente para nuestra labor altamente profesional y ética.
Pasados los años, Lucho Rodríguez y yo tomamos rumbos distintos, pero siempre dentro del periodismo gráfico o escrito a la vez, y siempre compartíamos fotos a las que yo, para el diario La Industria, donde ya trabajaba, le añadía el breve texto, menos que las mil palabras de sus bellas imágenes.
Ahora, años después, volvimos a encontrarnos en momentos difíciles para la vida de la humanidad. Él, con sus modernas cámaras fotográficas, ayudadas por el dron que a veces mejor ve la imagen desde el cielo, y yo, con mi reflexión de más de veinte años de docente universitario y mis más de 50 años dedicados al periodismo y la literatura, ahora desde mi tablet o mi teléfono celular.
Y lo que me sigue cautivando y aplaudiendo de Lucho es su pasión por la creatividad a través de su lente, que ha permitido que sus imágenes reflejen, a la vez que lo duro de la realidad del covid-19, también los casos humanos que se pueden transmitir desde las imágenes. Y nunca haciendo daño, sino construyendo a través de la verdad fotográfica o textual, como siempre hemos sabido hacerlo.
Allí ha estado, en todo momento, registrando las labores de seguridad que brindaban miembros de la policía y las fuerzas armadas, el apoyo a los necesitados, a las personas vulnerables, su enfrentamiento a elementos difíciles de nuestra sociedad en plena pandemia; así como la tragedia que encarnaba la durísima tarea de médicos, enfermeras y todo el personal de salud, entregados, por cierto, a salvar muchas vidas atacadas por una enfermedad totalmente desconocida para ellos y para el mundo.
Y también imágenes desde el aire, siempre guardando la distancia del respeto y consideración, donde se veían los círculos pintados exprofeso por las autoridades para ver si así la gente entendía dónde se podía ubicar o no.
Y su dron caminando por encima de las calles desiertas del centro de la ciudad, recorriendo las calles adyacentes a los mercados, el contorno del parque principal y descendiendo de arriba abajo, lentamente, toda la insondable majestuosidad de la iglesia Santa María Catedral de Chiclayo.
También su lente ha sabido recoger los casos que parecerían anecdóticos de la vida cotidiana, pero que ahora se observan de cómo la indolencia y desobediencia de la gente ha motivado a que en Lambayeque mueran y se contagien más de las personas que estadísticamente no se hubieran permitido, de aceptarse, desde un comienzo, las disposiciones gubernamentales.
Así, Lucho pudo capturar —y compartimos en nuestras redes— las aglomeraciones en centros comerciales y mercados; la gente separando con piedras o cascos de sus motos sus espacios en las colas del centro de la calle, pero sentándose juntos en las veredas; tres chicas caminando alegres por la calle sin sus mascarillas y encima una de ellas cargando a una bebita, frescas, risueñas, o tomándose selfies en plena cuarentena, sin darse cuenta que el mundo estaba pendiente de ellas como posibles portadoras de un virus que siguió matando a millones.
A nuestra medida elaboramos un proyecto conjunto para televisión, con datos, cifras e imágenes de las exportaciones desde Lambayeque para el mundo. Grande fue nuestra alegría cuando conocimos que nuestro trabajo había sido seleccionado como ganador a nivel nacional.
De allí, con Lucho Rodríguez, seguimos cumpliendo otros trabajos periodísticos, siempre para la televisión, muchos de ellos intrépidos, al punto que en más de una oportunidad tuvimos el cañón del fusil de soldados apuntándonos al pecho cuando quisimos descubrir por qué una misilera había encallado en aguas marinas lambayecanas.
Ello, aparte de las múltiples manifestaciones en que él como camarógrafo y yo como cronista para América Televisión, Canal 4, cargábamos encima con los palos policiales, los gases lacrimógenos, y a veces, las agresiones de los manifestantes. Pero, sumisamente, lo aceptábamos porque la noticia estaba allí y debíamos cubrirla.
Nunca llamamos a otros colegas para que nos acompañen en esta tarea porque sabíamos que la primicia se logra con esfuerzo personal, salvo que realices hoy un trabajo de investigación, que es otra tarea más especializada y de grupo.
Es decir, literalmente pusimos el pecho, y con él, el alma, corazón y vida donde había que ponerlos, física y espiritualmente para nuestra labor altamente profesional y ética.
Pasados los años, Lucho Rodríguez y yo tomamos rumbos distintos, pero siempre dentro del periodismo gráfico o escrito a la vez, y siempre compartíamos fotos a las que yo, para el diario La Industria, donde ya trabajaba, le añadía el breve texto, menos que las mil palabras de sus bellas imágenes.
Ahora, años después, volvimos a encontrarnos en momentos difíciles para la vida de la humanidad. Él, con sus modernas cámaras fotográficas, ayudadas por el dron que a veces mejor ve la imagen desde el cielo, y yo, con mi reflexión de más de veinte años de docente universitario y mis más de 50 años dedicados al periodismo y la literatura, ahora desde mi tablet o mi teléfono celular.
Y lo que me sigue cautivando y aplaudiendo de Lucho es su pasión por la creatividad a través de su lente, que ha permitido que sus imágenes reflejen, a la vez que lo duro de la realidad del covid-19, también los casos humanos que se pueden transmitir desde las imágenes. Y nunca haciendo daño, sino construyendo a través de la verdad fotográfica o textual, como siempre hemos sabido hacerlo.
Allí ha estado, en todo momento, registrando las labores de seguridad que brindaban miembros de la policía y las fuerzas armadas, el apoyo a los necesitados, a las personas vulnerables, su enfrentamiento a elementos difíciles de nuestra sociedad en plena pandemia; así como la tragedia que encarnaba la durísima tarea de médicos, enfermeras y todo el personal de salud, entregados, por cierto, a salvar muchas vidas atacadas por una enfermedad totalmente desconocida para ellos y para el mundo.
Y también imágenes desde el aire, siempre guardando la distancia del respeto y consideración, donde se veían los círculos pintados exprofeso por las autoridades para ver si así la gente entendía dónde se podía ubicar o no.
Y su dron caminando por encima de las calles desiertas del centro de la ciudad, recorriendo las calles adyacentes a los mercados, el contorno del parque principal y descendiendo de arriba abajo, lentamente, toda la insondable majestuosidad de la iglesia Santa María Catedral de Chiclayo.
También su lente ha sabido recoger los casos que parecerían anecdóticos de la vida cotidiana, pero que ahora se observan de cómo la indolencia y desobediencia de la gente ha motivado a que en Lambayeque mueran y se contagien más de las personas que estadísticamente no se hubieran permitido, de aceptarse, desde un comienzo, las disposiciones gubernamentales.
Así, Lucho pudo capturar —y compartimos en nuestras redes— las aglomeraciones en centros comerciales y mercados; la gente separando con piedras o cascos de sus motos sus espacios en las colas del centro de la calle, pero sentándose juntos en las veredas; tres chicas caminando alegres por la calle sin sus mascarillas y encima una de ellas cargando a una bebita, frescas, risueñas, o tomándose selfies en plena cuarentena, sin darse cuenta que el mundo estaba pendiente de ellas como posibles portadoras de un virus que siguió matando a millones.
O, lo tal vez hilarante del caso, gente llevando sus cajas de cerveza vacías, para comprar el producto en los supermercados.
O personas movilizándose sin protección alguna. O, en plena cuarentena y aislamiento, sentándose en las veredas de sus casas para refrescarse como en cualquier verano. O carne de ganado vacuno llevado a los mercados en las carrocerías de las mototaxis sin las seguridades sanitarias del caso.
O -y en un caso que conmovió a miles de nuestros seguidores- las imágenes de un automóvil, llevando en su techo, frente al hospital de EsSalud, tres ataúdes quizá vacíos, pero que entonces representaban la imagen más trágica del momento que ahora se acerca al casi medio millar de fallecidos en Lambayeque.
O las cámaras médicas donde los enfermos de gravedad eran trasladados de un hospital a otro, este considerado exclusivamente para recibir a los pacientes de covid-19. O, finalmente, imágenes de un cementerio totalmente desolado, nada menos que en el Día de la Madre, y literal y paradójicamente, repitiendo aquella lúgubre frase de "Qué solos se van quedando los muertos".
O personas movilizándose sin protección alguna. O, en plena cuarentena y aislamiento, sentándose en las veredas de sus casas para refrescarse como en cualquier verano. O carne de ganado vacuno llevado a los mercados en las carrocerías de las mototaxis sin las seguridades sanitarias del caso.
O -y en un caso que conmovió a miles de nuestros seguidores- las imágenes de un automóvil, llevando en su techo, frente al hospital de EsSalud, tres ataúdes quizá vacíos, pero que entonces representaban la imagen más trágica del momento que ahora se acerca al casi medio millar de fallecidos en Lambayeque.
O las cámaras médicas donde los enfermos de gravedad eran trasladados de un hospital a otro, este considerado exclusivamente para recibir a los pacientes de covid-19. O, finalmente, imágenes de un cementerio totalmente desolado, nada menos que en el Día de la Madre, y literal y paradójicamente, repitiendo aquella lúgubre frase de "Qué solos se van quedando los muertos".
Su posibilidad de movilización, le permitió a Lucho desenfrenar su creatividad fotográfica. Y a nosotros, compartir sus vicisitudes, disfrutar de sus alegrías, pero a la vez dolernos con sus tristezas convertidas también en imágenes que en la mayoría de las veces gritaban sin hablar.
Muchas de sus fotos y vídeos, sino toda su producción, la compartimos en la página del Facebook Mira Por Ellos, que dirigimos con la periodista Jesús León, porque nos las hace llegar personalmente vía WhatsApp y a cada grupo le impregnamos la breve crónica que el caso requería, lo que a la vez Lucho Rodríguez volvía a compartir con nuestros créditos. Otras fotos también fueron tomadas por otras páginas e incluso por la prensa escrita, entre ellas La Industria, porque saben de su valía y profesionalismo periodístico al hacerlas y porque su credibilidad ha sido ganada con mucho esfuerzo y dedicación.
En estas larguísimas semanas, hemos visto caer a algunos amigos. Pocos se han levantado. Pero, en todo momento, advertimos a Lucho tener muchísimo cuidado por su salud, en esta nueva pero arriesgada vida periodística que alguna vez compartimos físicamente pero que en esta no lo hemos hecho juntos. Una, porque nos enfrentamos a lo desconocido y otra porque desde nuestras trincheras de edades, a veces la tarea de investigación ya se hace de otra forma, con la tablet, pero ayudada siempre por la inmensa calidad fotográfica de nuestro amigo reportero de calle, como la intensa tarea reporteril que alguna vez vivimos también y siempre en nuestra juventud y que ahora recordamos.
Muchas de sus fotos y vídeos, sino toda su producción, la compartimos en la página del Facebook Mira Por Ellos, que dirigimos con la periodista Jesús León, porque nos las hace llegar personalmente vía WhatsApp y a cada grupo le impregnamos la breve crónica que el caso requería, lo que a la vez Lucho Rodríguez volvía a compartir con nuestros créditos. Otras fotos también fueron tomadas por otras páginas e incluso por la prensa escrita, entre ellas La Industria, porque saben de su valía y profesionalismo periodístico al hacerlas y porque su credibilidad ha sido ganada con mucho esfuerzo y dedicación.
En estas larguísimas semanas, hemos visto caer a algunos amigos. Pocos se han levantado. Pero, en todo momento, advertimos a Lucho tener muchísimo cuidado por su salud, en esta nueva pero arriesgada vida periodística que alguna vez compartimos físicamente pero que en esta no lo hemos hecho juntos. Una, porque nos enfrentamos a lo desconocido y otra porque desde nuestras trincheras de edades, a veces la tarea de investigación ya se hace de otra forma, con la tablet, pero ayudada siempre por la inmensa calidad fotográfica de nuestro amigo reportero de calle, como la intensa tarea reporteril que alguna vez vivimos también y siempre en nuestra juventud y que ahora recordamos.
Sobre Larcery Díaz Suárez
50 años como periodista en prensa, radio y televisión. Ganador de nueve premios nacionales de periodismo y tres de literatura. Ha publicado cinco libros de periodismo y poesía. Docente universitario y conferencista. Es amante de la lectura y de las crónicas, que especialmente prefiere escribir.
50 años como periodista en prensa, radio y televisión. Ganador de nueve premios nacionales de periodismo y tres de literatura. Ha publicado cinco libros de periodismo y poesía. Docente universitario y conferencista. Es amante de la lectura y de las crónicas, que especialmente prefiere escribir.
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