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Claudia Incháustegui: Las noches son un refugio
Chiclayo, 25 de mayo de 2020
Desde que empezó el confinamiento, las noches se han convertido en mis nuevos días. Lo sé porque Tadeo se ha dormido plácidamente y puedo darme el tiempo de tomarme una ducha larga, embadurnarme el cuerpo de cremas, abrir la computadora, leer y sentirme una mujer solitaria y libre. Al igual que muchos, me he sumado a la lista de noctámbulos que la pandemia ha captado y en más de cincuenta días de encierro tengo cerca de cien hojas escritas como terapia a lo que significa lidiar con mi nueva maternidad, los roles de casa compartidos, la escritura, la responsabilidad de adaptarme a este sistema extraño de labores que todos llaman “home office” o trabajo remoto y como si fuera poco, la carga de llevar el pesar ciudadano de lo que este virus ha golpeado en el territorio, en nosotros.
A estas alturas del encierro creo que un buen trago viene bien para adormecernos de las malas noticias. Es mejor aprovechar la paz para sacudirse de la indignación de pensar que, si bien las autoridades han actuado, sus medidas han fallado por hacer proyecciones limitadas y fuera de contexto para cada región. Solo queda rogar para que tu cuerpo no reaccione negativamente en caso tengas el virus y seas un peligroso asintomático.
A estas alturas del encierro creo que un buen trago viene bien para adormecernos de las malas noticias. Es mejor aprovechar la paz para sacudirse de la indignación de pensar que, si bien las autoridades han actuado, sus medidas han fallado por hacer proyecciones limitadas y fuera de contexto para cada región. Solo queda rogar para que tu cuerpo no reaccione negativamente en caso tengas el virus y seas un peligroso asintomático.
Correos van y correos vienen. Clases que preparar. Estrategias nuevas para descubrir una manera atractiva de enseñar sin que tus alumnos se aburran, en especial aquellos que le tienen pavor a las letras. Ponerte en su lugar y pensar si alguno ya tiene covid-19 o ha perdido un ser querido. También son valientes al aceptar una educación desde casa en momentos de crisis. Me digo a mí misma que esa clase será mejor a la de ayer y me comprometo a sacar el lado más histriónico de mí para cuando ponga la cámara, y sonría como una ‘influencer’ en plena trasmisión en vivo a todos sus seguidores. Qué bueno que estudié periodismo. Las clases de radio y la corta experiencia en ese medio me ayudan a sostener los silencios y pausas, la modulación de la voz para darle un mejor desarrollo e interacción a esa clase que parece un programa de hora y media.
En esta madrugada en la que escribo, mientras mi pareja y mi hijo se han dormido como dos perfectos niños buenos, aprovecho en sentirme un poquito mala, como aquellos tiempos en los que, sin hijos, junto a él nos perdíamos en la ciudad. Salíamos en la mañana de cualquier lugar donde nos haya atrapado la bohemia, a continuar el efecto nocturno hasta más allá del mediodía. Qué divertida época. Mi cuerpo la ha pasado tan bien que en estos tiempos de aislamiento siento el deseo de salir y llegar al primer lugar abierto a pedir una cerveza, olvidarme de clases, hijo, marido, casa, sexo, amor, y ser esa especie de elemento extraño que va transformándose a medida que pasan los tragos. Sentir que, de mi papel de dulce madre y compañera, me vuelvo una zombi, estruendosa, caótica y torpe, me atrae en demasía que no he dudado en pararme, sacar una copa y servirme un trago. Cuánto extrañaremos las borracheras entre multitud. Cuánto cambiará nuestras formas de diversión al final de este camino del contagio.
En esta madrugada en la que escribo, mientras mi pareja y mi hijo se han dormido como dos perfectos niños buenos, aprovecho en sentirme un poquito mala, como aquellos tiempos en los que, sin hijos, junto a él nos perdíamos en la ciudad. Salíamos en la mañana de cualquier lugar donde nos haya atrapado la bohemia, a continuar el efecto nocturno hasta más allá del mediodía. Qué divertida época. Mi cuerpo la ha pasado tan bien que en estos tiempos de aislamiento siento el deseo de salir y llegar al primer lugar abierto a pedir una cerveza, olvidarme de clases, hijo, marido, casa, sexo, amor, y ser esa especie de elemento extraño que va transformándose a medida que pasan los tragos. Sentir que, de mi papel de dulce madre y compañera, me vuelvo una zombi, estruendosa, caótica y torpe, me atrae en demasía que no he dudado en pararme, sacar una copa y servirme un trago. Cuánto extrañaremos las borracheras entre multitud. Cuánto cambiará nuestras formas de diversión al final de este camino del contagio.
Me he esmerado en tener una especie de diario de maternidad; sin embargo, lo que en un inicio fue el testimonio de una agotadora vida de madre, se volvió un espacio de sobreinformación. El consumo excesivo de noticias me generó estrés y por ello me obligue a parar, respirar, alejarme un poco de lo tóxico de las novedades. Yo sé, es difícil desconectarse cuando se tiene una carrera que depende del minuto a minuto, pero hay límites, y mi mente ya tenía bastante con los cuidados diarios a un bebé de cuatro meses que no tiene ni la menor idea de lo que pasa a su alrededor y solo espera una madre mentalmente saludable para seguir demandando de ella. No sé en qué momento se llenó ese documento en Word de tantas páginas. Quiero no releer todo esto. Tengo miedo de arrepentirme o estropear la naturalidad de una expresión con una corrección más pulcra. Que lo haga otro. Tengo miedo a atormentarme con mis emociones, avergonzarme de mí, sentirme vulnerable. La escritura ha sido mi refugio constante en estos días de largo encierro desde que me convertí en madre.
Mientras escribo, a cualquier hora de la noche, él aparece y me llama a la cama. No, me llama a cualquier lugar que no sea la cama, para dormir juntos. Yo voy a su encuentro ni bien me desocupe y que en la mayoría de veces se suele dar entre las cuatro o cinco de la mañana. Nos amamos. Es difícil amar y pensar que esta burbuja es perfecta cuando hay personas agonizando en hospitales colapsados o en sus casas. Es difícil estar al cien por ciento cuando tu mente piensa en qué rayos dirán las noticias del día siguiente. Es difícil cuando sabes que en unas horas el bebé despertará a pedir de ti y tú no habrás descansado en absoluto, que no quedará más que las horas de su siesta para reparar junto a él la falta de sueño.
En noches como esta quisiera olvidarme de todo, incluso de escribir, y tener la voluntad para apagar la máquina, echarme en la cama, contemplar el sueño de los míos, sentirme agradecida con la vida por darme la oportunidad de disfrutar de una familia feliz y dormir. Es difícil. La cama también se ha vuelto una batalla de pensamientos futuristas, extraños, ideas que no calman, margaritas que se cuentan sin parar. Y cuando el sueño visita mis ojos, el llanto de un infante me despierta obligándome a dejar todo dilema, hacerme responsable, recuperar las fuerzas y alistarme para el inicio de un nuevo día que en realidad será una especie de limbo nocturno entre la mujer que escribe estas líneas y la dulce mujer que cambia pañales, enseña y vive el amor.
Mientras escribo, a cualquier hora de la noche, él aparece y me llama a la cama. No, me llama a cualquier lugar que no sea la cama, para dormir juntos. Yo voy a su encuentro ni bien me desocupe y que en la mayoría de veces se suele dar entre las cuatro o cinco de la mañana. Nos amamos. Es difícil amar y pensar que esta burbuja es perfecta cuando hay personas agonizando en hospitales colapsados o en sus casas. Es difícil estar al cien por ciento cuando tu mente piensa en qué rayos dirán las noticias del día siguiente. Es difícil cuando sabes que en unas horas el bebé despertará a pedir de ti y tú no habrás descansado en absoluto, que no quedará más que las horas de su siesta para reparar junto a él la falta de sueño.
En noches como esta quisiera olvidarme de todo, incluso de escribir, y tener la voluntad para apagar la máquina, echarme en la cama, contemplar el sueño de los míos, sentirme agradecida con la vida por darme la oportunidad de disfrutar de una familia feliz y dormir. Es difícil. La cama también se ha vuelto una batalla de pensamientos futuristas, extraños, ideas que no calman, margaritas que se cuentan sin parar. Y cuando el sueño visita mis ojos, el llanto de un infante me despierta obligándome a dejar todo dilema, hacerme responsable, recuperar las fuerzas y alistarme para el inicio de un nuevo día que en realidad será una especie de limbo nocturno entre la mujer que escribe estas líneas y la dulce mujer que cambia pañales, enseña y vive el amor.
Claudia Incháustegui López (1988)
Periodista y docente de educación superior. Ha colaborado con medios de comunicación y portales de la región Lambayeque en Perú. Ha publicado en diversas antologías poéticas y literarias, una de ellas fue Sexo al cubo, en la FIL 2018. Es cofundadora de la plataforma en Facebook "Ellas Cuentan" y como promotora cultural ha coorganizado iniciativas como FestiBarrio y las charlas TedxPaseoYortuque. Actualmente, mantiene su blog personal "Diarios de Ocio".
Periodista y docente de educación superior. Ha colaborado con medios de comunicación y portales de la región Lambayeque en Perú. Ha publicado en diversas antologías poéticas y literarias, una de ellas fue Sexo al cubo, en la FIL 2018. Es cofundadora de la plataforma en Facebook "Ellas Cuentan" y como promotora cultural ha coorganizado iniciativas como FestiBarrio y las charlas TedxPaseoYortuque. Actualmente, mantiene su blog personal "Diarios de Ocio".
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