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Alex Neira: MUERTE PARA LA VIDA
Chiclayo, 23 de abril de 2020
No sé si les pasará, pero yo todos los días me acuesto pensando en el bienestar de mi familia: si mañana despertará ella o mi hijo con fiebre o algún otro «síntoma». Enseguida pienso en mí. Por último, me doy aliento, considero que pase lo que pase debo mantenerme tranquilo y decidido a asumir mi nuevo papel, viendo el modo más idóneo para salir adelante durante el nuevo y redoblado aislamiento que sufriría alguno de ellos, o ambos, o yo, o todos en el peor de los casos.
Así van pasando las semanas. Todas las noches es lo mismo. Quizá, ahora que lo medito, eso sea lo que más recuerde de estos días de coronavirus ―de sobrevivir, claro―: el miedo que me aborda antes de dormir y el modo en que lo minimizo a base de grandes dosis de autoanálisis, de aliento mental.
Por no pensar lo suficiente en la muerte, ni el más breve instante de tu vida ha sido lo suficientemente valioso, dijo alguna vez André Gide. Pensamiento que jamás había interiorizado como hoy en día, del cual estoy completamente convencido. Dentro del estado de alerta en el que vivimos, estresados en mayor o menor grado debido a los cuidados extremos que debemos mantener, asimismo se puede valorar, desde lo más hondo, cada instante que pasamos con nuestros seres queridos. A eso iba Sócrates cuando afirmó que debíamos vivir cada día como si fuera el último. Para no andar por las nubes, para estar con los cinco sentidos en cada uno de nuestros actos. Es más, reflexionando al respecto acabé releyendo a Montaigne: «Para empezar a privar a la muerte de su mayor ventaja sobre nosotros, adoptemos una actitud del todo opuesta a la común; privemos a la muerte de su extrañeza, frecuentémosla; acostumbrémonos a ella; no tengamos nada más presente en nuestros pensamientos que la muerte. […] No sabemos dónde nos espera la muerte: así pues, esperémosla en todas partes. Practicar la muerte es practicar la libertad. El hombre que ha aprendido a morir ha desprendido a ser esclavo».
¿Por qué hemos tenido que esperar una pandemia para volver a lo esencial? Razonando me acordé de un libro que leí hace algunos años, Las preguntas de la vida, del filósofo y escritor Fernando Savater. Ahí dice ¡en el primer capítulo!: «Es la conciencia de la muerte la que convierte la vida en un asunto muy serio para cada uno, algo que debe pensarse. Algo misterioso y tremendo, una especie de milagro precioso por el que debemos luchar, a favor del cual tenemos que esforzarnos y reflexionar. Si la muerte no existiera habría mucho que ver y mucho tiempo para verlo, pero muy poco que hacer (casi todo lo hacemos para evitar morir) y nada en que pensar». Pero… no únicamente se trata de que la idea de la muerte nos hace pensar sino de que nos vuelve pensativos, o sea filósofos, esto es, pasamos a meditar sobre el para qué hemos venido al mundo, vamos detrás de la búsqueda de un sentido nuclear y no ya guiados por el solo hecho de calmar nuestras apetencias y seguir nuestras ambiciones. Así pues, nos preguntamos: ¿Por qué hacemos lo que hacemos? O más: ¿Cuándo haremos lo que en sí nos parece trascendental realizar? Creo, unos más otros menos, en este periodo de confinamiento preguntas existenciales han aguijoneado nuestras mentes como nubes negras en el cielo de innumerables chiclayanos infectados por el coronavirus (aparte de los ya fenecidos). «¿Tus días están contados, los pasarás medio despierto?», escribió alguien cuyo nombre ya no recuerdo. Sin embargo, su interrogante es más vigente que nunca: «¿Tus días están contados, los pasarás medio despierto?».
No sé ustedes, pero más que seguro, cuando ya nuestro país ha pasado a la fase cuatro en esta crisis mundial del COVID-19, es decir cuando el contagio comunitario sucede de modo permanente: el número de infectados y muertos crece exponencialmente, es tiempo de pensar en la muerte para la vida, para aquilatar en su real dimensión lo que antes no nos parecía tan importante, esas pequeñas cosas como un abrazo o unas palabras de amor, hasta las querencias y sacrificios mayores por aquellas personas que en rigor le dan color a nuestras vidas.
Así van pasando las semanas. Todas las noches es lo mismo. Quizá, ahora que lo medito, eso sea lo que más recuerde de estos días de coronavirus ―de sobrevivir, claro―: el miedo que me aborda antes de dormir y el modo en que lo minimizo a base de grandes dosis de autoanálisis, de aliento mental.
Por no pensar lo suficiente en la muerte, ni el más breve instante de tu vida ha sido lo suficientemente valioso, dijo alguna vez André Gide. Pensamiento que jamás había interiorizado como hoy en día, del cual estoy completamente convencido. Dentro del estado de alerta en el que vivimos, estresados en mayor o menor grado debido a los cuidados extremos que debemos mantener, asimismo se puede valorar, desde lo más hondo, cada instante que pasamos con nuestros seres queridos. A eso iba Sócrates cuando afirmó que debíamos vivir cada día como si fuera el último. Para no andar por las nubes, para estar con los cinco sentidos en cada uno de nuestros actos. Es más, reflexionando al respecto acabé releyendo a Montaigne: «Para empezar a privar a la muerte de su mayor ventaja sobre nosotros, adoptemos una actitud del todo opuesta a la común; privemos a la muerte de su extrañeza, frecuentémosla; acostumbrémonos a ella; no tengamos nada más presente en nuestros pensamientos que la muerte. […] No sabemos dónde nos espera la muerte: así pues, esperémosla en todas partes. Practicar la muerte es practicar la libertad. El hombre que ha aprendido a morir ha desprendido a ser esclavo».
¿Por qué hemos tenido que esperar una pandemia para volver a lo esencial? Razonando me acordé de un libro que leí hace algunos años, Las preguntas de la vida, del filósofo y escritor Fernando Savater. Ahí dice ¡en el primer capítulo!: «Es la conciencia de la muerte la que convierte la vida en un asunto muy serio para cada uno, algo que debe pensarse. Algo misterioso y tremendo, una especie de milagro precioso por el que debemos luchar, a favor del cual tenemos que esforzarnos y reflexionar. Si la muerte no existiera habría mucho que ver y mucho tiempo para verlo, pero muy poco que hacer (casi todo lo hacemos para evitar morir) y nada en que pensar». Pero… no únicamente se trata de que la idea de la muerte nos hace pensar sino de que nos vuelve pensativos, o sea filósofos, esto es, pasamos a meditar sobre el para qué hemos venido al mundo, vamos detrás de la búsqueda de un sentido nuclear y no ya guiados por el solo hecho de calmar nuestras apetencias y seguir nuestras ambiciones. Así pues, nos preguntamos: ¿Por qué hacemos lo que hacemos? O más: ¿Cuándo haremos lo que en sí nos parece trascendental realizar? Creo, unos más otros menos, en este periodo de confinamiento preguntas existenciales han aguijoneado nuestras mentes como nubes negras en el cielo de innumerables chiclayanos infectados por el coronavirus (aparte de los ya fenecidos). «¿Tus días están contados, los pasarás medio despierto?», escribió alguien cuyo nombre ya no recuerdo. Sin embargo, su interrogante es más vigente que nunca: «¿Tus días están contados, los pasarás medio despierto?».
No sé ustedes, pero más que seguro, cuando ya nuestro país ha pasado a la fase cuatro en esta crisis mundial del COVID-19, es decir cuando el contagio comunitario sucede de modo permanente: el número de infectados y muertos crece exponencialmente, es tiempo de pensar en la muerte para la vida, para aquilatar en su real dimensión lo que antes no nos parecía tan importante, esas pequeñas cosas como un abrazo o unas palabras de amor, hasta las querencias y sacrificios mayores por aquellas personas que en rigor le dan color a nuestras vidas.
Sobre Alex Neira
Abogado de profesión. Autor del poemario Sólo quiero fumar y pensarte. Creador, director, editorialista y colaborador de la revista cultural Éter —una revista para vivir mejor—. Asimismo, colaborador de diversos medios, siempre a través de textos. En la actualidad a puertas de publicar una novela. Alguna vez presidente de la Asociación Civil Cultural Sócrates, así como conductor y guionista del programa audiovisual contracultural Mínimas necesarias, el cual se trasmitía por internet.
Abogado de profesión. Autor del poemario Sólo quiero fumar y pensarte. Creador, director, editorialista y colaborador de la revista cultural Éter —una revista para vivir mejor—. Asimismo, colaborador de diversos medios, siempre a través de textos. En la actualidad a puertas de publicar una novela. Alguna vez presidente de la Asociación Civil Cultural Sócrates, así como conductor y guionista del programa audiovisual contracultural Mínimas necesarias, el cual se trasmitía por internet.
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