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César Vargas: La memoria de las imágenes
Chiclayo, 6 de julio de 2020
La pandemia del covid-19 nos puso en una versión parcial de la caverna de Platón, confinados en nuestros hogares y expuestos a información y contenidos diversos que nos permitieran entender lo que pasaba fuera. Fake news, videos virales, estrenos de películas y series online, transmisiones en vivo de espectáculos y eventos sociales varios, adquirieron más relevancia de lo usual durante ciento siete días. Realidad para un porcentaje menor de la población, con acceso regular a servicios básicos, internet y disposición de ahorros para adecuarse a la situación. Para la mayoría, en cambio, el acceso a estos contenidos resultó nulo o muy limitado debido a la precarización de sus condiciones de vida, que los posterga también de la posibilidad de elaborar sus propios relatos de lo sucedido.
Desde las comunicaciones y el audiovisual, la pandemia representó también un desafío para adecuarse a las nuevas condiciones, de la ahora pasada cuarentena y de las que vendrán con la ‘nueva normalidad’ en los siguientes meses.
En términos económicos, el sector audiovisual se ha visto afectado tanto por las restricciones del estado de emergencia como por lo tardío de las decisiones políticas para la mitigación de daños. Al igual que otros rubros de producción artística, espacios físicos y creadores vimos interrumpidas nuestras actividades. Si bien las plataformas virtuales significan una oportunidad para mantener algunas de ellas o replantearlas, resultan insuficientes en su articulación con planes de contingencia colectivos. Lo virtual puede ser un complemento de lo real, pero no un sustituto.
Desde las comunicaciones y el audiovisual, la pandemia representó también un desafío para adecuarse a las nuevas condiciones, de la ahora pasada cuarentena y de las que vendrán con la ‘nueva normalidad’ en los siguientes meses.
En términos económicos, el sector audiovisual se ha visto afectado tanto por las restricciones del estado de emergencia como por lo tardío de las decisiones políticas para la mitigación de daños. Al igual que otros rubros de producción artística, espacios físicos y creadores vimos interrumpidas nuestras actividades. Si bien las plataformas virtuales significan una oportunidad para mantener algunas de ellas o replantearlas, resultan insuficientes en su articulación con planes de contingencia colectivos. Lo virtual puede ser un complemento de lo real, pero no un sustituto.
Sin embargo, considero que se puede rescatar una lectura valiosa de esta experiencia proveniente del lado de los creadores. Profesional o espontáneamente, la producción de cine y audiovisual ha encontrado caminos y temas a tratar, reflexionando sobre el confinamiento y en general sobre problemáticas de una notoria e inquietante actualidad.
Las producciones grandes y las plataformas digitales han evidenciado los mayores beneficios, convirtiendo en norma lo alternativo en cuanto a la experiencia con estos productos, donde los usuarios decidimos a plenitud el tiempo y el ritmo de consumo. Pausar, retroceder o adelantar una película deja de ser un sacrilegio para convertirse en una nueva forma
—más íntima quizá— de relacionarse con estas producciones, cambiando el paradigma de muchos, todavía acostumbrados al ritual severo del visionado sin interrupciones en salas públicas.
Pero es desde el lado independiente donde se encuentran los mayores méritos. A través de redes sociales se han exhibido numerosos productos audiovisuales —hechos desde casa, asomándose a las calles o recuperando material preexistente— permitiéndonos conocer miradas auténticas que dependen más de la manifestación de sensibilidades personales que de los soportes tecnológicos con los que se ejecutan. Videodiarios, cortos autogestionados y registros documentales caseros que confirman el pronóstico del cineasta francés François Truffaut, cuando en 1957 escribía que el ‘cine del futuro’ sería tan personal y autobiográfico como una confesión o un diario íntimo.
Esta vitalidad del cine y el audiovisual les permite trascender los soportes tecnológicos, los convierte en una necesidad, un impulso para reconocernos a través de imágenes y sonidos, de asumir símbolos como propios en la construcción de identidades personales e imaginarios colectivos. A su vez, contribuyen como base para el relato y la memoria de este periodo, documentando los hechos y las sensibilidades que nos permitan reflexionar y recordar lo vivido, complementando la experiencia propia con la de aquellos omitidos por los medios oficiales. La memoria de las imágenes permite esta reivindicación urgente y necesaria.
Las producciones grandes y las plataformas digitales han evidenciado los mayores beneficios, convirtiendo en norma lo alternativo en cuanto a la experiencia con estos productos, donde los usuarios decidimos a plenitud el tiempo y el ritmo de consumo. Pausar, retroceder o adelantar una película deja de ser un sacrilegio para convertirse en una nueva forma
—más íntima quizá— de relacionarse con estas producciones, cambiando el paradigma de muchos, todavía acostumbrados al ritual severo del visionado sin interrupciones en salas públicas.
Pero es desde el lado independiente donde se encuentran los mayores méritos. A través de redes sociales se han exhibido numerosos productos audiovisuales —hechos desde casa, asomándose a las calles o recuperando material preexistente— permitiéndonos conocer miradas auténticas que dependen más de la manifestación de sensibilidades personales que de los soportes tecnológicos con los que se ejecutan. Videodiarios, cortos autogestionados y registros documentales caseros que confirman el pronóstico del cineasta francés François Truffaut, cuando en 1957 escribía que el ‘cine del futuro’ sería tan personal y autobiográfico como una confesión o un diario íntimo.
Esta vitalidad del cine y el audiovisual les permite trascender los soportes tecnológicos, los convierte en una necesidad, un impulso para reconocernos a través de imágenes y sonidos, de asumir símbolos como propios en la construcción de identidades personales e imaginarios colectivos. A su vez, contribuyen como base para el relato y la memoria de este periodo, documentando los hechos y las sensibilidades que nos permitan reflexionar y recordar lo vivido, complementando la experiencia propia con la de aquellos omitidos por los medios oficiales. La memoria de las imágenes permite esta reivindicación urgente y necesaria.
César Vargas Pérez
(Chiclayo, 1989) Comunicador social. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo.Desde 2009 hasta la actualidad me desempeño como programador del Cineclub de Lambayeque, espacio dedicado a la exhibición alternativa de películas, desarrollo de talleres de formación y colaborando en la producción de cortometrajes y largometrajes hechos en la zona norte del Perú. Adicionalmente, he publicado críticas de cine y entrevistas en medios impresos y digitales. También he sido curador y programador de festivales y muestras de cine exhibidas en diferentes ciudades del país. |
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