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"La última tarde" en Sábados de Teatro
Chiclayo, 14 de septiembre de 2014
Por Gianfranco Mejía Coronel
Llegamos Noemí y yo. La puerta del salón donde se presentará la obra está abierta. Aprovecho y me asomo. Logro ver a Oscar Spinola desplazarse por el escenario, como si intimara con él para que la obra sea todo un éxito esta noche. Una chica cierra la puerta y buscamos asiento para esperar el inicio de la función. Llega Carmen, una amiga, y conversamos los tres.
Mi compañera revisa su cámara y ensaya alguna toma a los cuadros que cuelgan de las paredes que nos hacen menos larga la espera, y no es que haya empezado tarde, sino que nosotros hemos llegado muy temprano. Los asistentes van llegando y se ponen cómodos en los sofisticados muebles negros del segundo piso del hotel Casa Andina, mientras Liz Moreno les pide uno a uno su correo para hacerles llegar información sobre el proyecto “Sábados de Teatro” que ella lidera.
“Buenas noches, pueden pasar por favor” dice la gestora del mencionado proyecto con la sonrisa esbozada en el rostro. Todos se ponen de pie e ingresan deprisa buscando la mejor ubicación. Pero el experimentado Oscar Spinola madruga a todos, inmerso en su personaje o personajes, porque La última tarde encarna la historia de una amante y su libertador, sus sueños y frustraciones, su vida y su muerte en un unipersonal.
Sequedad, exilio, muerte, viaje sin regreso es parte del parlamento del actor, que lo transforma en sensaciones, luego de interactuar con sus recuerdos, los de Manuela, claro, con sus fantasmas, hasta con el suelo que lo acaricia cual si fuera un personaje más en la obra. Parece proveerle de más y más recuerdos al libertador que también sufre y añora.
En el escenario: una silla, una tela y bandera blanca, una capa y un manto negro, un palo de madera, cintas de mil colores, una corona de flores que fácilmente puede ser de espinas y cartas de la guerra. Son los recursos que irán cobrando vida en las manos del personaje cuando sea el momento adecuado.
En el desarrollo de la obra Manuela desea ser liberada de la miseria, del caos, del abandono, de la guerra, la podredumbre y se ríe del amor y de la vida, de Bolívar y de sus glorias. Canta suavemente y quiere bailar, parece ver a su libertador entre el público “quiero bailar Simón” le dice; pero no hay nadie y su risa desemboca en llanto porque se descubre nuevamente sola. Una canción de cuna asalta su voz, ¿para quién? me pregunto, si ahora mismo está pensando en la muerte, se ha cubierto con un manto negro de luto. Al mismo tiempo Bolívar cabalga hidalgo, pero cansado por las sendas de los recuerdos de la pobre Manuela. Cada pisada del caballo del libertador dentro de su cabeza la atormenta más, y cabalga ahora sobre su llanto hasta convertir sus sueños en mandamientos. Agotada, duerme. Las luces se apagan y parecen descenderla hasta su sepulcro, ¿o es el de Bolívar?, no lo sé. De pronto junto con las luces se enciende el corazón del abatido personaje para cantar alegremente las hazañas de su amado. Con capa negra y espada en mano, ahora Bolívar jura por Dios, por su alma y por su patria no dar descanso a su alma hasta romper las cadenas que atan y oprimen al pueblo que desea liberar. Cambia la espada por la bandera blanca y reclama contra la tiranía hasta agotarse nuevamente y canta la la la.
Simón y Manuela convergen en la pericia del dominio corporal del actor. Ambos se han encontrado, se saludan y platican, con corona de flores en la cabeza, dejan entrever sus modales, el cariño, la fineza, la dulzura de dicho encuentro, que no dura. Los cantos tristes que parecieran dominar la voz del personaje, lo obligan a despojarse de las flores y la dulzura se convierte en amargura nuevamente para Manuela, que quiere huir, pero no sabe de qué, si de ella, de Bolívar, de la tragedia o de la vida misma.
Prefiere jugar con las cartas de la guerra para probar suerte, quiere someter a la muerte hasta humillarla, dice. Para ello corta la baraja con la mano derecha, la mano de la vida, pero la vida no está de su lado esta vez, quizás nunca lo estuvo. En su primera jugada pierde la carta de sus sueños y se lamenta, pero sigue intentando: espadas, oros, pareciera que la suerte estuviera de su lado esta vez, pero la fatalidad de su destino la envuelve y somete. Y otra vez su risa termina en llanto. Por eso Simón llama a Manuela, parece que por fin la liberará; pero su llanto ahoga la voz de su libertador.
Finalmente, se encienden las luces por completo. El público aplaude contento y satisfecho. Liz Moreno agradece la presencia de todos y aprovecha la ocasión para invitarlos a las demás funciones que “Sábados de Teatro” ofrece. Inmediatamente se inicia una rueda de preguntas, Oscar sentado sobre una silla al centro del escenario, escucha y responde, comparte sus experiencias y sonríe.
* La última tarde se presentó en el Hotel Casa Andina el 16 de agosto de 2014.
La última tarde es una adaptación del texto dramático Las tardes de Manuela del Colombiano José Mauel Freidel. Adaptación del texto y actuación, Oscar Spinola. Dirección, Pablo Tur. Organizado por Estación Producciones y Grupo de teatro, bajo la dirección de Liz Moreno Moreno.
Mi compañera revisa su cámara y ensaya alguna toma a los cuadros que cuelgan de las paredes que nos hacen menos larga la espera, y no es que haya empezado tarde, sino que nosotros hemos llegado muy temprano. Los asistentes van llegando y se ponen cómodos en los sofisticados muebles negros del segundo piso del hotel Casa Andina, mientras Liz Moreno les pide uno a uno su correo para hacerles llegar información sobre el proyecto “Sábados de Teatro” que ella lidera.
“Buenas noches, pueden pasar por favor” dice la gestora del mencionado proyecto con la sonrisa esbozada en el rostro. Todos se ponen de pie e ingresan deprisa buscando la mejor ubicación. Pero el experimentado Oscar Spinola madruga a todos, inmerso en su personaje o personajes, porque La última tarde encarna la historia de una amante y su libertador, sus sueños y frustraciones, su vida y su muerte en un unipersonal.
Sequedad, exilio, muerte, viaje sin regreso es parte del parlamento del actor, que lo transforma en sensaciones, luego de interactuar con sus recuerdos, los de Manuela, claro, con sus fantasmas, hasta con el suelo que lo acaricia cual si fuera un personaje más en la obra. Parece proveerle de más y más recuerdos al libertador que también sufre y añora.
En el escenario: una silla, una tela y bandera blanca, una capa y un manto negro, un palo de madera, cintas de mil colores, una corona de flores que fácilmente puede ser de espinas y cartas de la guerra. Son los recursos que irán cobrando vida en las manos del personaje cuando sea el momento adecuado.
En el desarrollo de la obra Manuela desea ser liberada de la miseria, del caos, del abandono, de la guerra, la podredumbre y se ríe del amor y de la vida, de Bolívar y de sus glorias. Canta suavemente y quiere bailar, parece ver a su libertador entre el público “quiero bailar Simón” le dice; pero no hay nadie y su risa desemboca en llanto porque se descubre nuevamente sola. Una canción de cuna asalta su voz, ¿para quién? me pregunto, si ahora mismo está pensando en la muerte, se ha cubierto con un manto negro de luto. Al mismo tiempo Bolívar cabalga hidalgo, pero cansado por las sendas de los recuerdos de la pobre Manuela. Cada pisada del caballo del libertador dentro de su cabeza la atormenta más, y cabalga ahora sobre su llanto hasta convertir sus sueños en mandamientos. Agotada, duerme. Las luces se apagan y parecen descenderla hasta su sepulcro, ¿o es el de Bolívar?, no lo sé. De pronto junto con las luces se enciende el corazón del abatido personaje para cantar alegremente las hazañas de su amado. Con capa negra y espada en mano, ahora Bolívar jura por Dios, por su alma y por su patria no dar descanso a su alma hasta romper las cadenas que atan y oprimen al pueblo que desea liberar. Cambia la espada por la bandera blanca y reclama contra la tiranía hasta agotarse nuevamente y canta la la la.
Simón y Manuela convergen en la pericia del dominio corporal del actor. Ambos se han encontrado, se saludan y platican, con corona de flores en la cabeza, dejan entrever sus modales, el cariño, la fineza, la dulzura de dicho encuentro, que no dura. Los cantos tristes que parecieran dominar la voz del personaje, lo obligan a despojarse de las flores y la dulzura se convierte en amargura nuevamente para Manuela, que quiere huir, pero no sabe de qué, si de ella, de Bolívar, de la tragedia o de la vida misma.
Prefiere jugar con las cartas de la guerra para probar suerte, quiere someter a la muerte hasta humillarla, dice. Para ello corta la baraja con la mano derecha, la mano de la vida, pero la vida no está de su lado esta vez, quizás nunca lo estuvo. En su primera jugada pierde la carta de sus sueños y se lamenta, pero sigue intentando: espadas, oros, pareciera que la suerte estuviera de su lado esta vez, pero la fatalidad de su destino la envuelve y somete. Y otra vez su risa termina en llanto. Por eso Simón llama a Manuela, parece que por fin la liberará; pero su llanto ahoga la voz de su libertador.
Finalmente, se encienden las luces por completo. El público aplaude contento y satisfecho. Liz Moreno agradece la presencia de todos y aprovecha la ocasión para invitarlos a las demás funciones que “Sábados de Teatro” ofrece. Inmediatamente se inicia una rueda de preguntas, Oscar sentado sobre una silla al centro del escenario, escucha y responde, comparte sus experiencias y sonríe.
* La última tarde se presentó en el Hotel Casa Andina el 16 de agosto de 2014.
La última tarde es una adaptación del texto dramático Las tardes de Manuela del Colombiano José Mauel Freidel. Adaptación del texto y actuación, Oscar Spinola. Dirección, Pablo Tur. Organizado por Estación Producciones y Grupo de teatro, bajo la dirección de Liz Moreno Moreno.
Fotografía: Noemí Salvador (Agenda CIX)
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