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Chiclayo: Marcha Nacional (I)
Por Gianfranco Mejía
Chiclayo, 18 de noviembre de 2020
Chiclayo, 12 de noviembre. La plazuela Elías Aguirre y alrededores se ha convertido en un escenario de clamor popular. Los manifestantes ensayan arengas y retocan carteles, alegres, pero decididos. Han llegado de todas partes, solos, en grupo, a pie o a ruedas; pero ahora caminarán juntos a un solo pulso por las principales calles de Chiclayo. El océano de gente se desplaza mientras la policía uniformada cerca a la multitud, y la no uniformada se mezcla entre los manifestantes que calientan haciendo gárgaras con los nombres de los políticos —con especial ahínco, el de un tal Merino— que embarran la dignidad de una nación. El sol calienta las nucas. Bolognesi advierte un hedor a traición. La ciudad que se pone de pie ante la corrupción que asfixia al país emana alegrías por sus ventanas y balcones: nietos con sus abuelos gritando con ollas y cucharas de palos y agitando banderas; padres e hijos, empleados de centros comerciales salen a las veredas con gestos de hermandad; trabajadores de restaurantes con tapas de ollas que hacen sonar como platillos de orquesta y taxistas que agitan los cláxones como trompetas. Y así llegamos al parque principal donde la bandera peruana flamea como una honda campesina sostenida con uñas, manos, brazos, alma, vida y corazón, símbolo que la policía intenta arrebatar y luego obliga a guardar. Al final de la jornada, algunos manifestantes fueron detenidos, lo que obligó la intervención inmediata de la sociedad civil organizada que movilizó a la brigada de defensa profesional, integrada por abogados voluntarios, que, en una firme y eficaz intervención, logró la liberación de estos jóvenes. Sin lugar a duda, la capacidad organizativa de la juventud ondea el estandarte de la democracia participativa, manifestación inequívoca de una ciudadanía vigilante y comprometida.
Chiclayo: Marcha Nacional (I)
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