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Poesía de Andrea Cabel
El corazón más plano de la tierra,
el corazón más seco,
me mostró su ternura.
y yo tuve vergüenza de la mía.
R. Juarroz.
el corazón más seco,
me mostró su ternura.
y yo tuve vergüenza de la mía.
R. Juarroz.
Palpito tal vez en un cadáver. Me trago la verdad y soy apenas un sonido, me dijiste un día cuando mi rostro era una espina. Entonces ampliaste tus brazos hacia el vacío,
y lanzaste tu cuerpo.
Tu caída larga como una habitación abandonada.
La velocidad cayendo contra la tristeza y la memoria,
perdiste tu nombre entonces,
y fuiste un puñado de cabellos, unas uñas, un aullido.
Entonces te miro: Papá tiene el rostro de un animal herido, tiene la boca cosida y una sonrisa clavada en puntos largos y constelaciones caudalosas. Papá contiene en sus manos la madera que enmarca al mundo, la que transforma en escalera de ébano, redonda y perfecta como un poema. Sus recuerdos tienen la forma de tortugas y peces, de ríos y mujeres que nacen rodeados de muros, y mueren despacio, como mis nervios mojados.
Y otra vez el silencio estalla, y lo nombro tiempo de pupilas abiertas, respiración de un ojo con lágrimas, caída libre de una pluma hacia la eternidad brillante. Tiempo, tiempo frente a la dureza de una vértebra blanca como el papel que se rellena frente a la muerte; tiempo, frente a un espiral amaneciendo en la bruma. Ya no son los rostros compuestos de fibra y lenguaje.
Es la miel o la oscuridad,
el hombre rebotando contra los puntos
cardinales de su vida
y soledad.
y lanzaste tu cuerpo.
Tu caída larga como una habitación abandonada.
La velocidad cayendo contra la tristeza y la memoria,
perdiste tu nombre entonces,
y fuiste un puñado de cabellos, unas uñas, un aullido.
Entonces te miro: Papá tiene el rostro de un animal herido, tiene la boca cosida y una sonrisa clavada en puntos largos y constelaciones caudalosas. Papá contiene en sus manos la madera que enmarca al mundo, la que transforma en escalera de ébano, redonda y perfecta como un poema. Sus recuerdos tienen la forma de tortugas y peces, de ríos y mujeres que nacen rodeados de muros, y mueren despacio, como mis nervios mojados.
Y otra vez el silencio estalla, y lo nombro tiempo de pupilas abiertas, respiración de un ojo con lágrimas, caída libre de una pluma hacia la eternidad brillante. Tiempo, tiempo frente a la dureza de una vértebra blanca como el papel que se rellena frente a la muerte; tiempo, frente a un espiral amaneciendo en la bruma. Ya no son los rostros compuestos de fibra y lenguaje.
Es la miel o la oscuridad,
el hombre rebotando contra los puntos
cardinales de su vida
y soledad.
[Ángela]
La palabra es el único pájaro
que puede ser igual a su ausencia.
R. Juarroz
que puede ser igual a su ausencia.
R. Juarroz
mi sangre,
de ojos grandes
de mirada hacia el cielo.
mi sangre,
de ojos
alta fugaz marea
vértigo en las sumas
santa materia dolida
angustiado verbo
golpe de vértice opaco,
hermana,
breve cavidad de grito
nueve meses rompiendo tejidos
tan triste
furiosa,
cayendo
con la sonrisa oscura
con los ojos idos
con el cielo empinando despedidas,
hermana
hermana
[En breve cárcel]
Muera lo que deba morir;
lo que me callo.
Antonio Gamoneda
Invades el camino,
De punta a punta,
Como una rueda
Y tu nombre mastica una espera
Sentada
Sobre el lomo de un erizo,
Con la mirada en la puerta,
Con tus carencias latiéndote en los ojos
Con tu esperanza en un nombre de estómago amplio
Y mi necesidad de salir del borde del suelo
Para olvidar tu abandono para acariciar por dentro
esta voluntad donde pende una línea
como una boca que se abre frente a la voz de un animal que llora.
Te encuentro entre grandes voces semejantes a la mía
Estirando los muros con latas rellenas de piedras
Cubiertas de frutas secas
dulces como el rostro de una anciana
dulces como la mordida de una tormenta
el camino bordeado de plantas de sed, de rostros muertos,
Mírame, llena de puertas cerradas
cubierta de una infancia mal curada
mírame frágil
sabiendo de mi tiempo como una habitación rota
como un colchón sumiso al tiempo
a un cuerpo solitario
nadando entre rabia
y pudor
nadando
austero
inválido.
el once
los padres no existen, son viejas armas de guerra, excusas falsas para evadir la sensación de estar solos. los aeropuertos repletos de gente, las ventanas abiertas gritando corrientes infinitas de aire. un estómago que corre y se sostiene apenas, grita y gime escondido en sí mismo. no te vayas nunca, no te vayas nunca. un estómago que araña su textura, su manía de latir hacia el cielo. la inmensa bóveda de soledad se abre en dos, en tres, no te vayas nunca, me quedo contigo, la cama se hace dos veces ella, no te vayas nunca once veces caminaré la misma vereda roja, roja de azúcar y distancia.
de ojos grandes
de mirada hacia el cielo.
mi sangre,
de ojos
alta fugaz marea
vértigo en las sumas
santa materia dolida
angustiado verbo
golpe de vértice opaco,
hermana,
breve cavidad de grito
nueve meses rompiendo tejidos
tan triste
furiosa,
cayendo
con la sonrisa oscura
con los ojos idos
con el cielo empinando despedidas,
hermana
hermana
[En breve cárcel]
Muera lo que deba morir;
lo que me callo.
Antonio Gamoneda
Invades el camino,
De punta a punta,
Como una rueda
Y tu nombre mastica una espera
Sentada
Sobre el lomo de un erizo,
Con la mirada en la puerta,
Con tus carencias latiéndote en los ojos
Con tu esperanza en un nombre de estómago amplio
Y mi necesidad de salir del borde del suelo
Para olvidar tu abandono para acariciar por dentro
esta voluntad donde pende una línea
como una boca que se abre frente a la voz de un animal que llora.
Te encuentro entre grandes voces semejantes a la mía
Estirando los muros con latas rellenas de piedras
Cubiertas de frutas secas
dulces como el rostro de una anciana
dulces como la mordida de una tormenta
el camino bordeado de plantas de sed, de rostros muertos,
Mírame, llena de puertas cerradas
cubierta de una infancia mal curada
mírame frágil
sabiendo de mi tiempo como una habitación rota
como un colchón sumiso al tiempo
a un cuerpo solitario
nadando entre rabia
y pudor
nadando
austero
inválido.
el once
los padres no existen, son viejas armas de guerra, excusas falsas para evadir la sensación de estar solos. los aeropuertos repletos de gente, las ventanas abiertas gritando corrientes infinitas de aire. un estómago que corre y se sostiene apenas, grita y gime escondido en sí mismo. no te vayas nunca, no te vayas nunca. un estómago que araña su textura, su manía de latir hacia el cielo. la inmensa bóveda de soledad se abre en dos, en tres, no te vayas nunca, me quedo contigo, la cama se hace dos veces ella, no te vayas nunca once veces caminaré la misma vereda roja, roja de azúcar y distancia.
Andrea Cabel (Lima, 1982) Obtuvo la Maestría en Artes y Ciencias en la Universidad de Pittsburgh. Actualmente es candidata al PhD en Literatura latinoamericana en la misma casa de estudios. Licenciada en Literatura hispánica por la Universidad Católica del Perú (PUCP). Diplomada en Periodismo Político y Análisis Cultural por la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Estudió medievalística en la Universidad de Burgos, España. Recibió la Provost Fellowship (2011-2012) y la beca del Center of Latin American Studies (CLAS) (2011 y 2015) de la Universidad de Pittsburgh. Estudiante del Diplomado en Interculturalidad y Pueblos Indígenas Amazónicos de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Publicó reseñas crítico-literarias en los diarios El Comercio, La República y Expreso, de Lima. Publica en diversas revistas del medio nacional e internacional. Ha publicado dos poemarios “Las falsas actitudes del agua” (2006, 2007 y México DF, 2015) y “Latitud de fuego” (2011) y la plaqueta “Uno rojo” (2009 y 2011).