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A Tientas o escribir dándole forma a los afectos
Por Antonio Sarmiento
Lima 13 de octubre de 2017
Carolina O. Fernández es una escritora que ha ido construyendo, con el paso de los años, una obra sólida y sugerente. Recuerdo los primeros acordes de su bello poemario Cuando la luna crece, de 1996. La naturaleza y los paisajes interiores discurrían en un estilo límpido, de líricas connotaciones. Luego continuaría revelando su temple poético en Una vela encendida en el desierto (2000) y en Un gato negro me hace un guiño (2006). Junto con lo intuitivo de la creación estética se anexaría el espacio de la reflexión y el análisis. Intuición y conocimiento se alzan como soportes de su actividad literaria y de estudiosa social. Carolina O. Fernández tiene también importantes trabajos de investigación sobre sociedad, cultura y poder. (1)
Este proceso de inmersión en la realidad de nuestros países y su experiencia vital le ha sido beneficioso a la poeta, alcanzando los varios niveles de su registro lírico. No es cierto que lo cognitivo intelectualiza, le resta espontaneidad a lo poético. Al contrario, le da mayores matices de expresión, de libertad y hondura, como se observa en su nuevo libro: A tientas. Aquí, junto con el recuerdo de la infancia y la amistad, aparecen velados los diferentes móviles sociales, forjadores de nuestro sincretismo: se hace alusión a la esclavitud, al mundo afrodescendiente y andino, a la cultura urbana, y de manera global a nuestra identidad de latinoamericanos. Pero, estas raíces han sido filtradas por el tamiz de lo poético, de lo que sugiere y connota, dejando a un lado lo conceptual. Gracias a un trabajo persistente de maceración con la palabra, la autora ha encontrado una suave melodía que pueda expresar con soltura los afectos de su mundo íntimo. Podría decirse que su poética es el “trazo en el papel de una música fina”. Su palabra se adelgaza y se decanta para mostrar el discurrir dialéctico de la existencia, en donde pasado-presente, realidad-irrealidad, ciudad-naturaleza, tiempo (ser)-espacio (estar) se imantan recíprocamente.
Por ello, uno de los elementos sustantivos en la obra lírica de Carolina O. Fernández es la cadencia que en sus versos destila con naturalidad, que les da sugestión y empapa de sugerencias a lo evocado. Sus poemas se iluminan con el fluir de esta música noble y sencilla. El epígrafe inicial de Edith Södergran hace alusión a ello:”yo había visto ese árbol en el bosque, /y lo recordaré/mientras tengan raíz las canciones”. Y en el primer poema, umbral del libro, al recordar a sus “amigos” escritores, dirá lo siguiente: “me veo a mi misma sobre un noa noa milenario/ conectada a la embriaguez/ de los cantos que me habitan”. En otro momento hablará sobre “el viejo vinilo de tu infancia”. Siguiendo la ruta de estos acordes íntimos la autora va en búsqueda de ese espacio tierno de la infancia y del hogar, de sus escritores y artistas predilectos: Guamán Poma, Chambi, Alejandra Pizarnik, Clarice Linspector, Adán, Bolaños, Zurita, Nicomedes y Victoria Santa Cruz, entre otros.
Este proceso de inmersión en la realidad de nuestros países y su experiencia vital le ha sido beneficioso a la poeta, alcanzando los varios niveles de su registro lírico. No es cierto que lo cognitivo intelectualiza, le resta espontaneidad a lo poético. Al contrario, le da mayores matices de expresión, de libertad y hondura, como se observa en su nuevo libro: A tientas. Aquí, junto con el recuerdo de la infancia y la amistad, aparecen velados los diferentes móviles sociales, forjadores de nuestro sincretismo: se hace alusión a la esclavitud, al mundo afrodescendiente y andino, a la cultura urbana, y de manera global a nuestra identidad de latinoamericanos. Pero, estas raíces han sido filtradas por el tamiz de lo poético, de lo que sugiere y connota, dejando a un lado lo conceptual. Gracias a un trabajo persistente de maceración con la palabra, la autora ha encontrado una suave melodía que pueda expresar con soltura los afectos de su mundo íntimo. Podría decirse que su poética es el “trazo en el papel de una música fina”. Su palabra se adelgaza y se decanta para mostrar el discurrir dialéctico de la existencia, en donde pasado-presente, realidad-irrealidad, ciudad-naturaleza, tiempo (ser)-espacio (estar) se imantan recíprocamente.
Por ello, uno de los elementos sustantivos en la obra lírica de Carolina O. Fernández es la cadencia que en sus versos destila con naturalidad, que les da sugestión y empapa de sugerencias a lo evocado. Sus poemas se iluminan con el fluir de esta música noble y sencilla. El epígrafe inicial de Edith Södergran hace alusión a ello:”yo había visto ese árbol en el bosque, /y lo recordaré/mientras tengan raíz las canciones”. Y en el primer poema, umbral del libro, al recordar a sus “amigos” escritores, dirá lo siguiente: “me veo a mi misma sobre un noa noa milenario/ conectada a la embriaguez/ de los cantos que me habitan”. En otro momento hablará sobre “el viejo vinilo de tu infancia”. Siguiendo la ruta de estos acordes íntimos la autora va en búsqueda de ese espacio tierno de la infancia y del hogar, de sus escritores y artistas predilectos: Guamán Poma, Chambi, Alejandra Pizarnik, Clarice Linspector, Adán, Bolaños, Zurita, Nicomedes y Victoria Santa Cruz, entre otros.
Es también el reencuentro con la patria, con nuestra múltiple identidad, con personajes anónimos que trabajan como ambulantes en las calles y en los micros. La poeta nos comparte su visión esperanzadora. Dice: “en el país de guaman poma no todo se olvida/ en el país del carmelo todo se añeja/ en el país de verástegui la rosa nunca muere/ en el país del tungsteno/ se humedece esta canción”. Lo importante de esta poesía, lo reiteramos nuevamente, es que despunta una palabra emotiva que responde a la visión sensible de la autora. Basta leer el siguiente fragmento para darse cuenta del lugar que ocupa el sentimiento: “en las alturas del san Cristóbal/ los espera mama julia/ ella cose todo el tiempo/ zurce las heridas y lava prendas de vestir/ va a la orilla del mar y defiende con su pecho/ la vida a borbotones// como en los viejos tiempos/ remangamos la tristeza y comenzamos a construir/ ladrillos y ladrillos de esperanza”. Incluso, puede prescindir del sujeto porque el objeto en su esencia tiene ya el calor de lo humano: “silla desolada no sabe a/ dónde ir/ tal vez donde lo más amado una sombra es/abrázala niña/abraza las tormentas de su alma/ antes que el mundo convulsione en esta casa/ en esta vasija de barro/ como en hiroshima mon amour”
Cada uno de los poemas del libro está contenido en un formato distinto; los hay en prosa, en versos largos, cortos, a la izquierda, a la derecha, centrados, ovalados. Tal vez con ello, la autora, nos está insinuando tonos, acentos, ritmos, pausas silencios distintos, marcados por el compás de la emoción. Finalmente, la poesía de Carolina O. Fernández nos implica y nos adentra en sus paisajes humanos, porque se manifiesta en cosas muy próximas y entrañables a todos nosotros, como la infancia, la familia, la amistad, la patria, el primer amor, los autores predilectos, nuestra identidad. Y lo hace con una palabra sugerente, que tiene el sonido de la nostalgia, de la ternura, del dolor y la esperanza.
(1) La letra y los cuerpos subyugados. Heterogeneidad, colonialidad y subalternidad en cuatro novelas latinoamericanas, de 1999, Procesos de descolonización del imaginario y del conocimiento en América Latina. Poéticas de la violencia y de la crisis, del 2004, y Poéticas afroindoamericanas. Episteme, cuerpo y territorio, del 2014, libros que le han dado un sólido prestigio en el campo de las ideas y en lo académico.
Cada uno de los poemas del libro está contenido en un formato distinto; los hay en prosa, en versos largos, cortos, a la izquierda, a la derecha, centrados, ovalados. Tal vez con ello, la autora, nos está insinuando tonos, acentos, ritmos, pausas silencios distintos, marcados por el compás de la emoción. Finalmente, la poesía de Carolina O. Fernández nos implica y nos adentra en sus paisajes humanos, porque se manifiesta en cosas muy próximas y entrañables a todos nosotros, como la infancia, la familia, la amistad, la patria, el primer amor, los autores predilectos, nuestra identidad. Y lo hace con una palabra sugerente, que tiene el sonido de la nostalgia, de la ternura, del dolor y la esperanza.
(1) La letra y los cuerpos subyugados. Heterogeneidad, colonialidad y subalternidad en cuatro novelas latinoamericanas, de 1999, Procesos de descolonización del imaginario y del conocimiento en América Latina. Poéticas de la violencia y de la crisis, del 2004, y Poéticas afroindoamericanas. Episteme, cuerpo y territorio, del 2014, libros que le han dado un sólido prestigio en el campo de las ideas y en lo académico.
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