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Festival Internacional de Teatro de Chiclayo
“Mujeres Dramáticas”
Chiclayo, 5 de agosto de 2018
Por Gianfranco Mejía Coronel
Del 3 al 7 de julio, Chiclayo recibió a compañías teatrales de Brasil, Chile, Colombia y Argentina; a una crítica teatral de Puerto Rico y, por supuesto, teatro peruano y local, convirtiéndose en el escenario donde confluyó Latinoamérica en un solo idioma: el drama.
La reunión de agrupaciones teatrales de reconocido trabajo y trayectoria fue posible gracias al arduo trabajo que realizó el grupo Estación Producciones y Grupo de Teatro, liderado por la actriz y directora teatral Liz Moreno, en la organización del I Festival Internacional de Teatro de Chiclayo “Mujeres Dramáticas”.
Recientemente, el teatro local perdió al destacado actor y director de teatro Oscar Spinola Macchi, de nacionalidad argentina, quien vivió y compartió su arte en tierras lambayecanas. Es por ello que el festival inició con la proyección de un video donde escuchamos su voz amable y vimos su semblante, brillante de inteligencia. Momento en que el silencio es la muestra del más profundo respeto “por un hombre de paz que dio, sin esperar nada a cambio” y las lágrimas, la expresión de recogimiento de más de uno de los organizadores -gente de teatro- que compartió con él.
Siendo la base de este festival la mujer en el drama, era justo homenajear a la mujer que vivía y respiraba teatro, tal vez la más importante que haya tenido nuestro país: Sara Joffré (1935 -2014). El acto estuvo a cargo de Laurietz Seda y Jamil Nicolle quienes narraron de forma alternada su trayectoria con datos novedosos sobre su vida en el teatro. Resultaría insuficiente detallar el largo y fructífero camino de Sara Joffré en esta nota, pero resaltaremos su importante aporte en la constitución de un teatro para niños, a partir de la creación de una dramaturgia pensada en ellos.
La reunión de agrupaciones teatrales de reconocido trabajo y trayectoria fue posible gracias al arduo trabajo que realizó el grupo Estación Producciones y Grupo de Teatro, liderado por la actriz y directora teatral Liz Moreno, en la organización del I Festival Internacional de Teatro de Chiclayo “Mujeres Dramáticas”.
Recientemente, el teatro local perdió al destacado actor y director de teatro Oscar Spinola Macchi, de nacionalidad argentina, quien vivió y compartió su arte en tierras lambayecanas. Es por ello que el festival inició con la proyección de un video donde escuchamos su voz amable y vimos su semblante, brillante de inteligencia. Momento en que el silencio es la muestra del más profundo respeto “por un hombre de paz que dio, sin esperar nada a cambio” y las lágrimas, la expresión de recogimiento de más de uno de los organizadores -gente de teatro- que compartió con él.
Siendo la base de este festival la mujer en el drama, era justo homenajear a la mujer que vivía y respiraba teatro, tal vez la más importante que haya tenido nuestro país: Sara Joffré (1935 -2014). El acto estuvo a cargo de Laurietz Seda y Jamil Nicolle quienes narraron de forma alternada su trayectoria con datos novedosos sobre su vida en el teatro. Resultaría insuficiente detallar el largo y fructífero camino de Sara Joffré en esta nota, pero resaltaremos su importante aporte en la constitución de un teatro para niños, a partir de la creación de una dramaturgia pensada en ellos.
Recorrido dramático: primer día
Confesiones de Yuyachkani
Luego de la emotiva inauguración, la parte teatral estuvo a cargo de la legendaria agrupación teatral peruana Yuyachkani con Ana Correa Benites, quien irrumpió la sala lanzando globos con formas de mano y cortando cabezas con un serrucho como si quisiera advertirnos de lo que nos va a pasar en el viaje que nos tiene preparado por la senda de su vida sobre las tablas y los personajes sociales de su teatro.
Confesiones nos sumergió en amores y pasiones que tiene el ejercicio de hacer teatro: su lucha, su entrenamiento, el sacrificio y el miedo. En un paseo que va desde el trabajo con los objetos hasta entenderlos como una prolongación del cuerpo y el alma, lo que ella llama “la herencia de los objetos”. Luego, al mirar al exterior y encontrar los personajes que jamás se hayan en el ensimismamiento, sino involucrándose con el entorno: los personajes sociales que abrieron márgenes al verse en la frontera con el naturalismo y al mismo tiempo habitar el espacio y sentir el tiempo. Aprendizajes que fueron aportando y forjando el teatro de Yuyachkani.
Entre pensando y recordando –que es el significado de Yuyachkani en quechua–, Ana nos irá presentando a los personajes de sus confesiones.
El primer personaje aparece entre luz de velas, música y cantos agudos. Ella es Bernardina, una santera que cree hablar con su patrón Santiago en sus momentos de paz hasta que el recuerdo de sus hijos que se fueron y la guerra que lo arrebata todo, la desarman. Sin embargo, acepta que es en la guerra donde hay un poco de tranquilidad. No es tan inquietante como la paz, donde no sabes en qué momento se va todo al carajo. Este personaje es dual.
En el viaje a través de los recuerdos de Ana Correa, nos detenemos ahora en su infancia para revivir la etapa escolar donde ocurren situaciones que marcan su memoria y en la que los niños son etiquetados con rótulos por su conducta, personalidad y temperamento. Su paso por un colegio católico le hace experimentar rápidamente el peso de la culpa impuesta por la religión. Todo ello forjó su carácter contemplativo de la vida y con esta introducción nos acerca al siguiente personaje: una maestra rígida que sentencia con el dedo índice, exagerada en sus gestos y movimientos, y que poco a poco se le caen las máscaras y roza los bordes de la locura.
En la vida de Ana, la maternidad y el tiempo violento del terrorismo que vivió el país se cruzan. En aquel entonces, la imagen del personaje de Lorca, Yerma, pasa a ser un pretexto para la actriz, y es ahí donde ve la luz Hasta cuándo corazón, del cual nos regala un extracto:
Luz azul, un cordel que la actriz amarra de extremo a extremo del escenario y una cubeta en el brazo donde tiene las ropas lavadas de su esposo que va a tender. No sabe si él llegará a casa, pero lava todos los días su ropa para encontrar en esa mecánica tarea un trozo de esperanza como alimento para mantenerse de pie.
En medio del terror, se crea una danza ligera, cargada de fragilidad y esperanza: una mujer baila con las ropas mojadas de su esposo -como si de su fantasma anticipado se tratara- a quien espera para engendrar un hijo. Salpican las gotas de agua como un llanto estelar y en el cielo azul las camisas blancas vuelan como almas de amores que se van.
Más tarde llegaría la relación con la naturaleza y la búsqueda de equilibrio con ella en la vida de Ana. Es entonces donde la imagen de la mujer amazónica puebla su teatro.
Su acercamiento a esta cultura en la época de violencia, el presenciar los atentados contra las comunidades amazónicas, las diferentes formas de arrebatarles su cultura, ya sea por la violencia o por la salvación, la llevan a explorar la idea del cuerpo como fuente de información. Y, en este personaje final, invita al público a romper la distancia y subir al escenario, mientras ella sube a la mesa en medio del ruedo y el cuerpo de la actriz pasa a ser un escaparate que contiene rostros e historias. Con luces de linternas y movimientos que traducen las expresiones culturales natas del personaje, nos transporta a un momento de conciencia plena.
Finalmente surge una reflexión que Ana Correa comparte, como esas preguntas que no encuentran respuesta fácilmente: ¿quién incorporó a quién?: ¿el actor al personaje o el personaje al actor?
De esta manera con Yuyachkani, el primer día del Fitch terminó con la emoción por los cielos.
Confesiones nos sumergió en amores y pasiones que tiene el ejercicio de hacer teatro: su lucha, su entrenamiento, el sacrificio y el miedo. En un paseo que va desde el trabajo con los objetos hasta entenderlos como una prolongación del cuerpo y el alma, lo que ella llama “la herencia de los objetos”. Luego, al mirar al exterior y encontrar los personajes que jamás se hayan en el ensimismamiento, sino involucrándose con el entorno: los personajes sociales que abrieron márgenes al verse en la frontera con el naturalismo y al mismo tiempo habitar el espacio y sentir el tiempo. Aprendizajes que fueron aportando y forjando el teatro de Yuyachkani.
Entre pensando y recordando –que es el significado de Yuyachkani en quechua–, Ana nos irá presentando a los personajes de sus confesiones.
El primer personaje aparece entre luz de velas, música y cantos agudos. Ella es Bernardina, una santera que cree hablar con su patrón Santiago en sus momentos de paz hasta que el recuerdo de sus hijos que se fueron y la guerra que lo arrebata todo, la desarman. Sin embargo, acepta que es en la guerra donde hay un poco de tranquilidad. No es tan inquietante como la paz, donde no sabes en qué momento se va todo al carajo. Este personaje es dual.
En el viaje a través de los recuerdos de Ana Correa, nos detenemos ahora en su infancia para revivir la etapa escolar donde ocurren situaciones que marcan su memoria y en la que los niños son etiquetados con rótulos por su conducta, personalidad y temperamento. Su paso por un colegio católico le hace experimentar rápidamente el peso de la culpa impuesta por la religión. Todo ello forjó su carácter contemplativo de la vida y con esta introducción nos acerca al siguiente personaje: una maestra rígida que sentencia con el dedo índice, exagerada en sus gestos y movimientos, y que poco a poco se le caen las máscaras y roza los bordes de la locura.
En la vida de Ana, la maternidad y el tiempo violento del terrorismo que vivió el país se cruzan. En aquel entonces, la imagen del personaje de Lorca, Yerma, pasa a ser un pretexto para la actriz, y es ahí donde ve la luz Hasta cuándo corazón, del cual nos regala un extracto:
Luz azul, un cordel que la actriz amarra de extremo a extremo del escenario y una cubeta en el brazo donde tiene las ropas lavadas de su esposo que va a tender. No sabe si él llegará a casa, pero lava todos los días su ropa para encontrar en esa mecánica tarea un trozo de esperanza como alimento para mantenerse de pie.
En medio del terror, se crea una danza ligera, cargada de fragilidad y esperanza: una mujer baila con las ropas mojadas de su esposo -como si de su fantasma anticipado se tratara- a quien espera para engendrar un hijo. Salpican las gotas de agua como un llanto estelar y en el cielo azul las camisas blancas vuelan como almas de amores que se van.
Más tarde llegaría la relación con la naturaleza y la búsqueda de equilibrio con ella en la vida de Ana. Es entonces donde la imagen de la mujer amazónica puebla su teatro.
Su acercamiento a esta cultura en la época de violencia, el presenciar los atentados contra las comunidades amazónicas, las diferentes formas de arrebatarles su cultura, ya sea por la violencia o por la salvación, la llevan a explorar la idea del cuerpo como fuente de información. Y, en este personaje final, invita al público a romper la distancia y subir al escenario, mientras ella sube a la mesa en medio del ruedo y el cuerpo de la actriz pasa a ser un escaparate que contiene rostros e historias. Con luces de linternas y movimientos que traducen las expresiones culturales natas del personaje, nos transporta a un momento de conciencia plena.
Finalmente surge una reflexión que Ana Correa comparte, como esas preguntas que no encuentran respuesta fácilmente: ¿quién incorporó a quién?: ¿el actor al personaje o el personaje al actor?
De esta manera con Yuyachkani, el primer día del Fitch terminó con la emoción por los cielos.
Ana Correia de Yuyachkani. Créditos: Sofía López (Agenda CIX)
Segundo día:
Ricardo pide un partido de Estación Producciones y Grupo de Teatro de Perú
La cuota de teatro local estuvo a cargo de Estación Producciones que montó en escena una obra social y política que, como anillo al dedo, encajó en la coyuntura por la cual atraviesa el país: la decadencia de las instituciones, el deterioro moral y la pasividad del pueblo encontrando en el sarcasmo la mejor manera de contarlo para no llorar ante la decadencia humana.
Ricardo (interpretado por Liz Moreno) es un personaje que determina convertirse en un canalla, como un último logro en la vida de un hombre poderoso que debe alcanzar. ¿La excusa?: tener partido para dar rienda suelta a su maldad y sentido de superioridad ante las masas pobres e ignorantes.
Este partido no necesita de una ideología. Con ser práctico y manipulador es suficiente. Los ideales pertenecen a los pobres soñadores, al pueblo que es fanático, que puede -incluso- llegar a matar por pasión; no como los poderosos que si llegan a matar es por puro deporte; poderosos a quienes les está permitida la tiranía y prohibido arrepentirse.
Del otro lado de la historia, está la compasión: sentimiento que brota de las masas como un veneno propio que daña la memoria y hace perdonar al tirano. Esto lo sabe muy bien Ricardo, que aprovechará estas debilidades del pueblo para manipularlo.
Su conocimiento acerca de la conducta humana le hace ver al hombre como un ser miserable, capaz de esperar a la guerra para encontrar la verdad y cuestionarse. Es solo estando al filo de la navaja donde el hombre reflexiona.
Pensamientos que alimentan sus deseos de obtener su partido e inicia su plan perverso, avivado por sus aires de superhombre, que finalmente “le hace un favor” a las masas, porque ellos no saben vivir de otra forma.
Su plan: debilitar la economía, provocarlos con el racismo, la xenofobia, la homosexualidad; luego, la ayuda social para “pintar” una buena imagen, esclavizarlos con su propio deseo adquisitivo -todos contentos con su televisión grande, pero con las panzas vacías. Una excusa para gritar “sí se puede, sí se puede” y la cereza del pastel: “apoyo la cultura”. Hasta se anima a dar un discurso, un texto que anticipa la injusticia como futuro inevitable y que funciona porque aplicó la fórmula perfecta: “el lenguaje de los idiotas que debe coincidir con el del pueblo”
En el escenario, Ricardo de estado físico deteriorado, apoyado de un bastón para caminar, toma medicina que como vidrio molido pasa por su garganta. En un cofre, guarda un carrito de juguete que quizá sea el único símbolo de piedad e inocencia del personaje. Ricardo es duro consigo mismo.
En el desarrollo de la obra, Ricardo habla a los ojos de los espectadores. Es fresco y grosero. Se burla las gentes que no aspiran a nada. Pero, ¿quién es Ricardo?, ¿es acaso un charco de agua donde se reflejan las argucias y mañas del ser humano?, ¿un espejo donde se divisa la relación entre esclavo y amo, donde uno depende del otro para existir?
Ricardo (interpretado por Liz Moreno) es un personaje que determina convertirse en un canalla, como un último logro en la vida de un hombre poderoso que debe alcanzar. ¿La excusa?: tener partido para dar rienda suelta a su maldad y sentido de superioridad ante las masas pobres e ignorantes.
Este partido no necesita de una ideología. Con ser práctico y manipulador es suficiente. Los ideales pertenecen a los pobres soñadores, al pueblo que es fanático, que puede -incluso- llegar a matar por pasión; no como los poderosos que si llegan a matar es por puro deporte; poderosos a quienes les está permitida la tiranía y prohibido arrepentirse.
Del otro lado de la historia, está la compasión: sentimiento que brota de las masas como un veneno propio que daña la memoria y hace perdonar al tirano. Esto lo sabe muy bien Ricardo, que aprovechará estas debilidades del pueblo para manipularlo.
Su conocimiento acerca de la conducta humana le hace ver al hombre como un ser miserable, capaz de esperar a la guerra para encontrar la verdad y cuestionarse. Es solo estando al filo de la navaja donde el hombre reflexiona.
Pensamientos que alimentan sus deseos de obtener su partido e inicia su plan perverso, avivado por sus aires de superhombre, que finalmente “le hace un favor” a las masas, porque ellos no saben vivir de otra forma.
Su plan: debilitar la economía, provocarlos con el racismo, la xenofobia, la homosexualidad; luego, la ayuda social para “pintar” una buena imagen, esclavizarlos con su propio deseo adquisitivo -todos contentos con su televisión grande, pero con las panzas vacías. Una excusa para gritar “sí se puede, sí se puede” y la cereza del pastel: “apoyo la cultura”. Hasta se anima a dar un discurso, un texto que anticipa la injusticia como futuro inevitable y que funciona porque aplicó la fórmula perfecta: “el lenguaje de los idiotas que debe coincidir con el del pueblo”
En el escenario, Ricardo de estado físico deteriorado, apoyado de un bastón para caminar, toma medicina que como vidrio molido pasa por su garganta. En un cofre, guarda un carrito de juguete que quizá sea el único símbolo de piedad e inocencia del personaje. Ricardo es duro consigo mismo.
En el desarrollo de la obra, Ricardo habla a los ojos de los espectadores. Es fresco y grosero. Se burla las gentes que no aspiran a nada. Pero, ¿quién es Ricardo?, ¿es acaso un charco de agua donde se reflejan las argucias y mañas del ser humano?, ¿un espejo donde se divisa la relación entre esclavo y amo, donde uno depende del otro para existir?
Ricardo pide un partido de Estación Producciones y grupo de Teatro. Créditos: Sofía López (Agenda CIX)
Cartas de Além Mar de la Compañía Lisiani Berti de Brasil
Para esta obra, el escenario se monta entre el público. Las sillas en forma de U y papeles escritos, que parecen ser cartas, yacen en el suelo. Solo iluminan unas velas. Se escucha música religiosa en un convento. Una cruz en lo alto como en una ventana. Dos monjas ingresan, dan vueltas por el espacio como guardianes del algún templo.
Se enciende una luz azul y una tercera mujer descalza y con hábito ingresa. Absorta, es guiada por las otras dos al centro del escenario. Tras su paso deja en la atmósfera una sensación de dolor como si de una prisionera se tratara. Las monjas que la conducen frotan sus manos en su cuerpo y extremidades como queriendo arrancar de ella algo que guarda en su piel. La ponen de rodillas, la hacen rezar y se van.
A solas, esa plegaria divina poco a poco se transforma en un reclamo de abandono y desamor, develando un dolor que pesa en su corazón y que es alimentado por recuerdos de buenos momentos, que son cada vez más lejanos. Es descubierta por las monjas y el castigo es ineludible, así como la humillación.
Esta propuesta de montaje, la naturalidad de la actuación y la energía de la obra que va menos a más, hace que las sensaciones se respiren en el aire y nos envuelve en una intimidad que conmueve.
Esta mujer ha encontrado una luz en la oscuridad al jugar con las hojas de papel: una carta puede ser un retrato, que es un recuerdo tan frágil en su mente como el mismo papel que termina por romperse. Busca en esos viejos papeles el aroma de un amor pasado, que tal vez nació sin esperanza, pero que frotándolo en su cuerpo y danzando bajo el color rojo de la pasión puede quizá revivirlo.
Dibuja con su cuerpo una cruz boca abajo como señal del pecaminoso deseo que la consume. Dando la espalda a la cruz que cuelga en lo alto, se rebela ante el fatalismo que la condena y que inició desde su encierro en aquel convento donde lloró por primera vez. Entonces, la muerte es una idea que ronda atenta a la flaqueza.
Solo hay un recuerdo que la encandila por las sendas de la felicidad: una carta que guarda en el pecho. Es en este momento de la obra donde el espectador pasa a tener voz viva en el montaje: leen la carta, un párrafo cada uno. Sus voces y su timidez se entrelazan con las acciones del personaje que se deja afectar por las lecturas.
A pesar de que la obra es en portugués, el idioma no es un problema. Los matices de la voz y la danza del cuerpo sobre el cuerpo, cuenta la historia que está cargada de pasión, amor, olvido y abandono, en una técnica de teatro naturalista. Resulta una obra sumamente intensa. En palabras de la actriz “es el resultado del actor y su verdad, y de hacer teatro para enfrentar la vida, toda vez que la experiencia personal motiva este montaje”.
Se enciende una luz azul y una tercera mujer descalza y con hábito ingresa. Absorta, es guiada por las otras dos al centro del escenario. Tras su paso deja en la atmósfera una sensación de dolor como si de una prisionera se tratara. Las monjas que la conducen frotan sus manos en su cuerpo y extremidades como queriendo arrancar de ella algo que guarda en su piel. La ponen de rodillas, la hacen rezar y se van.
A solas, esa plegaria divina poco a poco se transforma en un reclamo de abandono y desamor, develando un dolor que pesa en su corazón y que es alimentado por recuerdos de buenos momentos, que son cada vez más lejanos. Es descubierta por las monjas y el castigo es ineludible, así como la humillación.
Esta propuesta de montaje, la naturalidad de la actuación y la energía de la obra que va menos a más, hace que las sensaciones se respiren en el aire y nos envuelve en una intimidad que conmueve.
Esta mujer ha encontrado una luz en la oscuridad al jugar con las hojas de papel: una carta puede ser un retrato, que es un recuerdo tan frágil en su mente como el mismo papel que termina por romperse. Busca en esos viejos papeles el aroma de un amor pasado, que tal vez nació sin esperanza, pero que frotándolo en su cuerpo y danzando bajo el color rojo de la pasión puede quizá revivirlo.
Dibuja con su cuerpo una cruz boca abajo como señal del pecaminoso deseo que la consume. Dando la espalda a la cruz que cuelga en lo alto, se rebela ante el fatalismo que la condena y que inició desde su encierro en aquel convento donde lloró por primera vez. Entonces, la muerte es una idea que ronda atenta a la flaqueza.
Solo hay un recuerdo que la encandila por las sendas de la felicidad: una carta que guarda en el pecho. Es en este momento de la obra donde el espectador pasa a tener voz viva en el montaje: leen la carta, un párrafo cada uno. Sus voces y su timidez se entrelazan con las acciones del personaje que se deja afectar por las lecturas.
A pesar de que la obra es en portugués, el idioma no es un problema. Los matices de la voz y la danza del cuerpo sobre el cuerpo, cuenta la historia que está cargada de pasión, amor, olvido y abandono, en una técnica de teatro naturalista. Resulta una obra sumamente intensa. En palabras de la actriz “es el resultado del actor y su verdad, y de hacer teatro para enfrentar la vida, toda vez que la experiencia personal motiva este montaje”.
Cartas de Além Mar de la Compañía Lisiani Berti de Brasil. Créditos: Sofía López.
Tercer día:
Ama, el último recuerdo de Reverso teatro de Chile
La presencia escénica de Valeria Salomé Martínez estalló en los sentidos del público. Esta actriz chilena, que ya había pisado escenarios norteños cuando formó parte del elenco de Chep, cuentos lambayecanos y en las funciones del programa Sábados de Teatro, se presentó la tercera noche del Festival.
En Ama, el último recuerdo, el amor no se representa con un corazón, sino con un puñal, un elemento que acompaña durante toda la vida de matrimonio a las parejas y que puede llegar a hacer daño cuando los sentimientos de culpa nos empujan a la locura intentando descubrir lo que verdaderamente se ama cuando se ama.
La obra juega con la muerte como un posible final, el que puede evadirse con la excusa de una carcajada o con una apariencia ante los demás, como las que hay que guardar en la vida diaria para aparentar felicidad. Además, la muerte no puede ser más terrible que la vida.
La historia discurre a través de la voz del personaje como una extensión de su cuerpo, a través de los gestos profundos e imágenes congeladas como gritos que mueren en silencio. Se abre al público un tema social reflejado en la vida de una mujer: Lucía. Historia que pueden conocer aquí.
En Ama, el último recuerdo, el amor no se representa con un corazón, sino con un puñal, un elemento que acompaña durante toda la vida de matrimonio a las parejas y que puede llegar a hacer daño cuando los sentimientos de culpa nos empujan a la locura intentando descubrir lo que verdaderamente se ama cuando se ama.
La obra juega con la muerte como un posible final, el que puede evadirse con la excusa de una carcajada o con una apariencia ante los demás, como las que hay que guardar en la vida diaria para aparentar felicidad. Además, la muerte no puede ser más terrible que la vida.
La historia discurre a través de la voz del personaje como una extensión de su cuerpo, a través de los gestos profundos e imágenes congeladas como gritos que mueren en silencio. Se abre al público un tema social reflejado en la vida de una mujer: Lucía. Historia que pueden conocer aquí.
Ama, el último recuerdo de Reverso teatro de Chile. Crédito: Lucía Rázuri (Agenda CIX)
Breghk & CÍA de La Guagua de Colombia
Cinco actrices en escena nos conducen por la vida de uno de los genios más influyentes del siglo XX, Bertolt Brecht, a través de la historia de las mujeres que trabajaron con él y aportaron a su obra en el teatro.
Un trabajo de creación colectiva –emblema del teatro colombiano– y una propuesta escénica novedosa, dotada de canto y música, que incorpora luces de linternas y fotografías para acercarnos a la imagen del personaje de fondo.
La obra inicia con armonías de voces y composiciones de cuadros por las actrices que se desplazan en el escenario junto con los objetos que lo conforman creando escenografías en segundos, que alimentan y desarrollan la imaginación del espectador, que se deja seducir por la suavidad de los movimientos, a pesar de la destreza física para ejecutarlos, sea en el suelo o sobre una repisa.
La dramaturgia se arma a partir de los textos de la obra Madre coraje y sus hijos y otros textos del poeta alemán Bertolt Brecht. Es por ello que la puesta en escena se entreteje en varios espacios y situaciones, siempre bajo el exilio y la guerra como ejes para los acontecimientos, que generan diferentes emociones, como por ejemplo, la muerte de los hijos de “Madre Coraje” y la culpa por llevarlos a la guerra.
Por otro lado, la poética de la vida donde en la desgracia se puede hallar un poco de gracia para seguir luchando en la odisea de tiempos bélicos, fugas de país en país y la incertidumbre de saber si la guerra terminará y los amigos regresarán.
En la obra, el sonido de tambor es peculiar y representativo de la intensidad del miedo y de la esperanza: muchas veces anuncia la muerte inevitable y otras, la fuerza unificada por resistir y de vivir como condición para hallar la paz.
Esta historia muestra cómo el destino humano condena y cómo la vida entregada al arte añade instantes de paz sin importar la censura y la persecución. En esta obra se hace un merecido reconocimiento a las mujeres que estuvieron alrededor Brecht en la escritura, dirección, actuación y traducción.
Un trabajo de creación colectiva –emblema del teatro colombiano– y una propuesta escénica novedosa, dotada de canto y música, que incorpora luces de linternas y fotografías para acercarnos a la imagen del personaje de fondo.
La obra inicia con armonías de voces y composiciones de cuadros por las actrices que se desplazan en el escenario junto con los objetos que lo conforman creando escenografías en segundos, que alimentan y desarrollan la imaginación del espectador, que se deja seducir por la suavidad de los movimientos, a pesar de la destreza física para ejecutarlos, sea en el suelo o sobre una repisa.
La dramaturgia se arma a partir de los textos de la obra Madre coraje y sus hijos y otros textos del poeta alemán Bertolt Brecht. Es por ello que la puesta en escena se entreteje en varios espacios y situaciones, siempre bajo el exilio y la guerra como ejes para los acontecimientos, que generan diferentes emociones, como por ejemplo, la muerte de los hijos de “Madre Coraje” y la culpa por llevarlos a la guerra.
Por otro lado, la poética de la vida donde en la desgracia se puede hallar un poco de gracia para seguir luchando en la odisea de tiempos bélicos, fugas de país en país y la incertidumbre de saber si la guerra terminará y los amigos regresarán.
En la obra, el sonido de tambor es peculiar y representativo de la intensidad del miedo y de la esperanza: muchas veces anuncia la muerte inevitable y otras, la fuerza unificada por resistir y de vivir como condición para hallar la paz.
Esta historia muestra cómo el destino humano condena y cómo la vida entregada al arte añade instantes de paz sin importar la censura y la persecución. En esta obra se hace un merecido reconocimiento a las mujeres que estuvieron alrededor Brecht en la escritura, dirección, actuación y traducción.
Breghk & CÍA de La Guagua de Colombia. Créditos: Lucía Rázuri (Agenda CIX)
Cuarto día:
La loca de amor de Nuria Schneller de Argentina
La plástica del cuerpo inició el espectáculo cuando la actriz Nuria Schneller ahoga voces externas y la propia en su interior, donde estallan y se convierten en movimientos que el espectador irá descifrando. En este tierno ejercicio, se siente la magia de la pantomima.
La obra se sitúa en los años 20 y se desarrolla en dos “espacios” en relación al personaje: uno externo, que es el tiempo real en que suceden las cosas, donde hay cotidianidad, una sensación de tristeza y desánimo que se aprecia en los movimientos pesados y rectos del personaje; y el otro, es el interno, donde la memoria recorre los caminos de los bonitos recuerdos, los deseos e ilusiones y añora un posible futuro, que ella cree abrazar en sus sueños y se aprecia con movimientos ligeros y ondulantes casi como llevados por el viendo.
La presencia de los tangos forma una base narrativa para el desarrollo de la historia. Cada una de sus letras va retratando la situación en que se encuentra la loca de amor. Gracias al dominio de la técnica del mimo, vemos definidas expresiones, dibujos en el aire con las extremidades, y objetos que cobran vida en el escenario. Un perchero puede ser una pareja de baile.
Sin duda, un teatro de impulsos orgánicos del cuerpo donde el amor y el dolor se unen en un estruendo y se expresan con ágiles desplazamientos por el escenario y ligeros movimientos de la punta de los dedos.
La obra se sitúa en los años 20 y se desarrolla en dos “espacios” en relación al personaje: uno externo, que es el tiempo real en que suceden las cosas, donde hay cotidianidad, una sensación de tristeza y desánimo que se aprecia en los movimientos pesados y rectos del personaje; y el otro, es el interno, donde la memoria recorre los caminos de los bonitos recuerdos, los deseos e ilusiones y añora un posible futuro, que ella cree abrazar en sus sueños y se aprecia con movimientos ligeros y ondulantes casi como llevados por el viendo.
La presencia de los tangos forma una base narrativa para el desarrollo de la historia. Cada una de sus letras va retratando la situación en que se encuentra la loca de amor. Gracias al dominio de la técnica del mimo, vemos definidas expresiones, dibujos en el aire con las extremidades, y objetos que cobran vida en el escenario. Un perchero puede ser una pareja de baile.
Sin duda, un teatro de impulsos orgánicos del cuerpo donde el amor y el dolor se unen en un estruendo y se expresan con ágiles desplazamientos por el escenario y ligeros movimientos de la punta de los dedos.
La loca de amor de Nuria Schneller de Argentina. Crédito: Lucía Rázuri (Agenda CIX)
Pedazos de mí de Seres de Luz de Brasil
Con la mira puesta en el escenario, el público espera la salida de la actriz y clown Lily Curcio. Los comentarios en torno a ella aumentaron la expectativa de verla en acción. Pero la acción comenzó de forma insospechada: ella, sentada entre el público, se presenta con una imagen suave y una voz que endulza y camina entre los espectadores.
De la platea hacia el escenario. Una acción sencilla con la que nos cuenta el nacimiento de su interés por el teatro y el momento cuando toma la decisión de hacerlo suyo: Lily veía teatro y un día, sentada en primera fila, decidió que su lugar no era ese, sino sobre las tablas. Ese será el comienzo de un hermoso recorrido a través de 20 años de trabajo en Seres de Luz donde confluye la vida personal de la actriz, su entrenamiento y cómo su visión de antropóloga centra su atención en la muerte del alma después de un golpe emocional que deja a las personas vacías, con el alma perdida.
Primero, su paso por el teatro de animación. Nos presenta a María su primer títere, luego a Pedro y Lola de la obra Convocadores de estrellas con quienes va realizando escenas en donde el público interactúa y contribuye cantando y contando del 1 al 3 para que Lola salte y pierda su miedo a las alturas, por ejemplo.
La voz de la titiritera puesta en Lola enternece al público. Nos hace ver y pensar en el títere como un ser verdaderamente presente y vivo, y es precisamente lo que ella busca a través de la técnica que ha ido puliendo en todos estos años: que el títere tenga la misma presencia escénica que un actor.
La obra nos va enseñando sobre el trabajo y la técnica del títere que fue aprendiendo con maestros de Europa, como la disociación y distanciamiento; el manejo y control de las energías del actor y titiritero y la vida del títere. En ese hermoso diálogo, ella abre sus puertas al público y nos deja ver cómo en el plano personal, ella también se disoció y se distanció, y cómo su vida matrimonial y el dolor de no tener cerca a sus hijos forjó su carácter.
Con cada revelación, la forma de ver su teatro va cambiando. En lo personal, intuyo que cada títere es un pedazo de ella también, que busca algo que desea alcanzar, callar o gritar. Ella también perdió su alma en algún momento.
De los momentos de la obra, este es uno que causa profunda convulsión en las entrañas de los espectadores: sentada en centro del escenario, realiza movimientos circulares con los brazos, casi rozando el suelo, como direccionando la energía desde la punta de sus dedos hasta su vientre que se contorsiona como en un parto. Un grito encallado –como el dolor que guardan en silencio muchas madres. No usó títere alguno esta vez, sino su brazo para representar a un bebé recién nacido que va creciendo, y en cuestión de minutos pasó de la dicha de tenerlo a la desgracia de perderlo, expresión que se manifiesta con un simple giro de muñeca. El resumen de una vida en un instante.
Es un momento duro en la obra y en la vida de la actriz donde agobiada por miles de preguntas, encuentra la luz, Jazmín, su payasa que le dio todas las respuestas que buscaba. Ella no tiene edad ni sexo. Juega a ser y le permite enfrentarse a sus diferentes caras y reírse de sí misma. Buscar tu payaso te permite verte desnudo de cuerpo y alma. Dejarte llevar por el ejercicio de la búsqueda es un viaje del cual ya no se puede salir. Eso le pasó a Lily.
Conoció y entrenó con el maestro payaso italiano Nani. Desarrolló varios personajes: Carmen, cantante española, el mesero borracho, entre otros, que fue mostrando y arrebatando carcajadas al público con pedazos de ella que descubrió a partir de su agujero negro en el pecho que le permitió dar luz, dar amor.
Sin duda, un trabajo de la más alta calidad que podamos haber visto en Chiclayo y que cerró con broche de oro el FITCH.
Finalmente, Liz Moreno agradeció la presencia de las actrices, los invitados, los auspiciadores y presentó a un vasto equipo de voluntarios que contribuyeron al desarrollo del festival.
El FITCH nos acercó a las diferentes realidades de varios países, a historias contadas por mujeres pero que portan la voz de todo un pueblo, con su pasado y presente. Teatro social y político que no solo nos entretuvo, sino que generó preguntas en los espectadores.
Cabe precisar que en los conversatorios a cargo de Laurietz Seda en el Museo Arqueológico Nacional Brüning se analizaron las obras presentadas y del 8 al 10 julio se realizó un taller de clowns a cargo de Lily Curcio.
De la platea hacia el escenario. Una acción sencilla con la que nos cuenta el nacimiento de su interés por el teatro y el momento cuando toma la decisión de hacerlo suyo: Lily veía teatro y un día, sentada en primera fila, decidió que su lugar no era ese, sino sobre las tablas. Ese será el comienzo de un hermoso recorrido a través de 20 años de trabajo en Seres de Luz donde confluye la vida personal de la actriz, su entrenamiento y cómo su visión de antropóloga centra su atención en la muerte del alma después de un golpe emocional que deja a las personas vacías, con el alma perdida.
Primero, su paso por el teatro de animación. Nos presenta a María su primer títere, luego a Pedro y Lola de la obra Convocadores de estrellas con quienes va realizando escenas en donde el público interactúa y contribuye cantando y contando del 1 al 3 para que Lola salte y pierda su miedo a las alturas, por ejemplo.
La voz de la titiritera puesta en Lola enternece al público. Nos hace ver y pensar en el títere como un ser verdaderamente presente y vivo, y es precisamente lo que ella busca a través de la técnica que ha ido puliendo en todos estos años: que el títere tenga la misma presencia escénica que un actor.
La obra nos va enseñando sobre el trabajo y la técnica del títere que fue aprendiendo con maestros de Europa, como la disociación y distanciamiento; el manejo y control de las energías del actor y titiritero y la vida del títere. En ese hermoso diálogo, ella abre sus puertas al público y nos deja ver cómo en el plano personal, ella también se disoció y se distanció, y cómo su vida matrimonial y el dolor de no tener cerca a sus hijos forjó su carácter.
Con cada revelación, la forma de ver su teatro va cambiando. En lo personal, intuyo que cada títere es un pedazo de ella también, que busca algo que desea alcanzar, callar o gritar. Ella también perdió su alma en algún momento.
De los momentos de la obra, este es uno que causa profunda convulsión en las entrañas de los espectadores: sentada en centro del escenario, realiza movimientos circulares con los brazos, casi rozando el suelo, como direccionando la energía desde la punta de sus dedos hasta su vientre que se contorsiona como en un parto. Un grito encallado –como el dolor que guardan en silencio muchas madres. No usó títere alguno esta vez, sino su brazo para representar a un bebé recién nacido que va creciendo, y en cuestión de minutos pasó de la dicha de tenerlo a la desgracia de perderlo, expresión que se manifiesta con un simple giro de muñeca. El resumen de una vida en un instante.
Es un momento duro en la obra y en la vida de la actriz donde agobiada por miles de preguntas, encuentra la luz, Jazmín, su payasa que le dio todas las respuestas que buscaba. Ella no tiene edad ni sexo. Juega a ser y le permite enfrentarse a sus diferentes caras y reírse de sí misma. Buscar tu payaso te permite verte desnudo de cuerpo y alma. Dejarte llevar por el ejercicio de la búsqueda es un viaje del cual ya no se puede salir. Eso le pasó a Lily.
Conoció y entrenó con el maestro payaso italiano Nani. Desarrolló varios personajes: Carmen, cantante española, el mesero borracho, entre otros, que fue mostrando y arrebatando carcajadas al público con pedazos de ella que descubrió a partir de su agujero negro en el pecho que le permitió dar luz, dar amor.
Sin duda, un trabajo de la más alta calidad que podamos haber visto en Chiclayo y que cerró con broche de oro el FITCH.
Finalmente, Liz Moreno agradeció la presencia de las actrices, los invitados, los auspiciadores y presentó a un vasto equipo de voluntarios que contribuyeron al desarrollo del festival.
El FITCH nos acercó a las diferentes realidades de varios países, a historias contadas por mujeres pero que portan la voz de todo un pueblo, con su pasado y presente. Teatro social y político que no solo nos entretuvo, sino que generó preguntas en los espectadores.
Cabe precisar que en los conversatorios a cargo de Laurietz Seda en el Museo Arqueológico Nacional Brüning se analizaron las obras presentadas y del 8 al 10 julio se realizó un taller de clowns a cargo de Lily Curcio.
Pedazos de mí de Seres de Luz de Brasil. Fotografía: Lucía Rázuri (Agenda CIX)
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