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Relato de un sueño
Pienso, pienso mucho sobre esto. Diría que fue hace mucho cuando lo soñé, pero no: ha sido ayer. Ahora debo coger el lápiz y contarlo. No para que alguien de pronto lo descubra. Esto es diferente. Escribir para recordarlo, para contarme lo que fue y lo que aprendí, antes que el tiempo de las olas, del mar agresivo, de la marea alta desaparezca y yo sea menos que un recuerdo.
Hace ya varios días que se los conté –a los cronopios, me refiero-. Hace días que el dilema de haberme visto encarnada en alguien más me aturdía y se los dije de frente, observando sus inquisidores ojos.
-Tengo miedo
“De pronto me vi sentada en la carpeta ubicada al centro del salón, pequeñita como un estático punto blanco. Miré a mi alrededor un poco confundida y observé a varios compañeros de clases taciturnos, algunos lanzando miradas al vacío y otros limpiando los restos de borrador de sus carpetas.
El clima estaba en su punto exacto –imitando las frases culinarias de mi madre-. Mis manos dibujaban palitroques con un lápiz muy roído. Sabía que esperábamos a la maestra de Historia. Nadie me lo había dicho pero los sueños manejan todo a su antojo. En ese otro mundo llamado “sueño” un día puede ser un siglo; el mundo, una cárcel; tu maestra de historia, una bruja vestida de negro que en ese preciso momento cruza la puerta de entrada al aula.
Eva, ¡cómo temíamos a Eva!, la primera mujer y la más fría. Hasta los árboles que asomaban por la ventana parecían estremecerse ante su sola mirada: Eva, el tipo de persona en la que tus hijos no se deben convertir. Nunca había podido romper nuestra pared divisoria. Odiaba profundamente su ceño fruncido, señal inequívoca de las personas que han dejado de ser niños.
A mi maestra, a mi enemiga jurada desde el momento en que la nombré “fiel ciudadana” de Salem, a ella parece que el creador en lugar de sentimientos le hubiese dado como premio consuelo un potente oído, pues ante cualquier risa o conversación saltaba como un león hambriento y te devoraba con su mirada indescriptible y esas ganas de hacerte humo que solo yo había podido “disfrutar”.
A pesar de todo, siempre me había gustado observar sus facciones: pequeños ojos rasgados, boca de lechuza y cabellos inquietos. Dejé los palitroques a un lado y la miré. Me sorprendió lo pálida que se encontraba y la manera tan lenta en que organizaba sus cosas sobre el escritorio. Ya no se veía tan malvada. Busqué en su mirada una explicación, pero nada. Eso me entristeció mucho -aunque suene disparatado-. Supuse que hasta para mantener la imagen de un ser sin corazón hacen falta muchos ánimos y ella ya no los tenía –ni los tendría-.
Su boca de ave rapaz empezaba a temblar, “algo va a suceder” me dije. Mis pies que no dejaban de moverse lo sabían. Ella dio una vuelta brusca y se acercó al pizarrón. Ahí lo increíble comenzó. Todo se reduce a imágenes en cámara lenta: sus ojos mojados –no los veía, pero es cosa de los sueños-, el filo del plumón asomándose por sus largos dedos, sus titubeos, el momento en que lanza el dardo fulminante.
Eva mueve el plumón -que es como un hacha- y se clava en la pizarra. Las imágenes desfilan más rápido. Esa conexión de instrumentos sin sentido hizo que el negro de su vestido, de sus ojos y de su vida entera se esparciera por todos lados. Igual que la sangre en las venas, la tinta empezó a correr por el salón.
Primero fueron los objetos que empezaron a llenarse de un profundo vacío, los cuadernos, adornos, las semillas en algodón mojado. Entendí lo que vendría después y en segundos, con profundo terror cada uno de nosotros pudimos sentirlo. Era frío, desolador y te asfixiaba, el salón se convirtió en una gran celda negra.
Empecé a sentirlo desde la punta de los pies: un monstruo incontrolable estrujando mis músculos. No tenía fuerzas para luchar viendo la muerte tan cerca. Solo pensé que sería un experimento jamás terminado y me entraron unas ganas indomables de llorar. Estaba segura que desaparecería junto a la repulsiva celda negra. Vi la sombra acercarse a mi corazón. Todo se volvió más lento y silencioso. Se me olvida respirar. La veo a ella, sus sueños sepultados en una cruz. Entiendo a la pobre Eva. Mientras me extingo, la observo parada en el centro de esta profunda obscuridad completamente sola. La miro y son mis ojos, mis lágrimas. Todo termina.”
-¿Ahora entienden? –les pregunto nerviosa luego de relatarles todo.
-No dejarás que pase – me contestan.
Ya no queda nada por decir. Fue solo un sueño, un adelanto de lo que puede pasar si me empeño en sumergirme en esta celda oscura. Tengo muchas ganas de salir, de sentir el mundo con el peso o sin el peso que eso conlleva. Ellos saben que soy capaz de hacerlo, y lo haré.
*"Relato de un sueño" de Tatiana Alarcón fue publicado en Agenda CIX el 16 de octubre de 2015.