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Las ropas nuevas del rey
Chiclayo, 15 de diciembre de 2017
Por Gianfranco Mejía Coronel
Un sonido ambiental invade el lugar. Se escuchan gritos y silbatos. Es un pueblo aclamando por un mejor gobierno, porque se acaben las injusticias, la miseria y el hambre. Ese sonido toma cuerpo en las voces de dos ciudadanos que aparecen detrás del público, protestando e incitando a los asistentes a unirse al clamor. Muchos de ellos dejan de ser simples espectadores y se animan a lanzar unos gritos identificándose con la escena que parece sacada del contexto social en el que vivimos.
Cuando todos sentimos esa sensación de estar luchando, ese obsceno placer de reclamar, la ministra del rey ofrece a los ciudadanos unas bolsas de sal y de azúcar -acallando así sus gritos- y se van contentos olvidando su reclamo. La sensación cambia rotundamente a vergüenza. Con este contrasuelazo emocional inicia Las ropas nuevas del rey.
El escenario está ambientado como un salón real y en el centro un perchero lleno de coloridas ropas, donde se esconde un rey que empieza a sacar las ropas y tirarlas como un loco, exclamando que no tiene nada nuevo que ponerse. Llama a su ministra a quien da la orden de conseguirle ropa nueva pues toda la que tiene ya la usado por lo menos una vez. La ministra se ve obligada a confesar al rey que en las bóvedas de palacio ya no hay riqueza para su ambición. El rey no comprende las razones ni mucho menos intenta hacerlo: su sed de vanidad es lo único que le importa y obliga a la ministra a cobrar un nuevo impuesto.
Cuando la ministra da a conocer la nueva disposición real, un niño pregunta con la ingenuidad propia de su edad, sobre los impuestos, sobre el rey, la forma de gobernar, la necesidad de servirlo. Este momento de la obra esclarece la situación de una forma tan sencilla y humana como solo la inocencia de un niño puede hacerlo. En las respuestas a estas preguntas se hallan el sentido común que muchas veces los adultos olvidamos.
La ministra en su interior guarda el deseo de tener un mejor rey, uno que se comprometa con el pueblo y atienda sus necesidades. En ocasiones intenta decírselo, lo tiene entre dientes y cuando la fuerza de su corazón le impulsa a sacar lo que siente, el rey se enfurece, ella tiembla y reprime su deseo. Juntos idean un plan: un concurso real en el que el costurero que pueda hacer las mejores ropas para el rey, gana.
Al pueblo no le interesa para nada dicho concurso. Además, nadie tiene telas finas ni limpias entre tanta miseria; sin embargo, dos simpáticos moradores a quienes la pobreza no les ha arrebatado el sentido del humor idean un mejor plan para contraatacar: son Juan y Pedro que se hacen pasar como costureros y llegan así hasta la puerta de palacio. Solicitan hablar a solas con el rey y le muestran una caja que contiene finos hilos con los que tejerán su majestuoso traje. Con gran maña revelan el contenido de esa caja: finos hilos, pero el rey no ve nada. Ellos dicen que solo los inteligentes que sirven para hacer algo pueden ver los hilos. El rey cae en el juego porque no puede aceptar que no ve los hilos y les da el trabajo. Inmediatamente, se ponen a tejer el traje y una vez listo, el rey lo viste y lo luce; pero la sensación de sentirse engañado y tonto le hace pedir un momento a solas.
En eso momento el rey parece quebrarse. La curva de su sonrisa cae al suelo y se cuestiona. No pude creer que no vea la tela, pero no le importa pues debe mantenerse a la altura y aparentar que ve los hilos y que viste el mejor traje, aunque en realidad se siente desnudo haciendo el ridículo en calzones.
Las ropas nuevas del rey está dirigida para todo la familia. Narra la historia con un lenguaje sencillo y dotado de frases típicas chiclayanas que hacen fácil y entretenida la comprensión de la obra. Asimismo, el lenguaje corporal es rico en movimientos: cada uno de los actores tiene un ritmo y tiempo marcado de acuerdo a su energía y objetivo en la obra. Se rompe el límite entre el público y el escenario y la invitación a la interacción es una constante.
Aunque de un corte humorístico, cada carcajada esconde una lágrima, pues cada situación refleja el lado más humano y por lo tanto vulnerable de las personas: el de un rey vanidoso y tonto; el de una ministra cobarde y conformista y el de un pueblo engañado que engaña y se deja engañar.
Cuando todos sentimos esa sensación de estar luchando, ese obsceno placer de reclamar, la ministra del rey ofrece a los ciudadanos unas bolsas de sal y de azúcar -acallando así sus gritos- y se van contentos olvidando su reclamo. La sensación cambia rotundamente a vergüenza. Con este contrasuelazo emocional inicia Las ropas nuevas del rey.
El escenario está ambientado como un salón real y en el centro un perchero lleno de coloridas ropas, donde se esconde un rey que empieza a sacar las ropas y tirarlas como un loco, exclamando que no tiene nada nuevo que ponerse. Llama a su ministra a quien da la orden de conseguirle ropa nueva pues toda la que tiene ya la usado por lo menos una vez. La ministra se ve obligada a confesar al rey que en las bóvedas de palacio ya no hay riqueza para su ambición. El rey no comprende las razones ni mucho menos intenta hacerlo: su sed de vanidad es lo único que le importa y obliga a la ministra a cobrar un nuevo impuesto.
Cuando la ministra da a conocer la nueva disposición real, un niño pregunta con la ingenuidad propia de su edad, sobre los impuestos, sobre el rey, la forma de gobernar, la necesidad de servirlo. Este momento de la obra esclarece la situación de una forma tan sencilla y humana como solo la inocencia de un niño puede hacerlo. En las respuestas a estas preguntas se hallan el sentido común que muchas veces los adultos olvidamos.
La ministra en su interior guarda el deseo de tener un mejor rey, uno que se comprometa con el pueblo y atienda sus necesidades. En ocasiones intenta decírselo, lo tiene entre dientes y cuando la fuerza de su corazón le impulsa a sacar lo que siente, el rey se enfurece, ella tiembla y reprime su deseo. Juntos idean un plan: un concurso real en el que el costurero que pueda hacer las mejores ropas para el rey, gana.
Al pueblo no le interesa para nada dicho concurso. Además, nadie tiene telas finas ni limpias entre tanta miseria; sin embargo, dos simpáticos moradores a quienes la pobreza no les ha arrebatado el sentido del humor idean un mejor plan para contraatacar: son Juan y Pedro que se hacen pasar como costureros y llegan así hasta la puerta de palacio. Solicitan hablar a solas con el rey y le muestran una caja que contiene finos hilos con los que tejerán su majestuoso traje. Con gran maña revelan el contenido de esa caja: finos hilos, pero el rey no ve nada. Ellos dicen que solo los inteligentes que sirven para hacer algo pueden ver los hilos. El rey cae en el juego porque no puede aceptar que no ve los hilos y les da el trabajo. Inmediatamente, se ponen a tejer el traje y una vez listo, el rey lo viste y lo luce; pero la sensación de sentirse engañado y tonto le hace pedir un momento a solas.
En eso momento el rey parece quebrarse. La curva de su sonrisa cae al suelo y se cuestiona. No pude creer que no vea la tela, pero no le importa pues debe mantenerse a la altura y aparentar que ve los hilos y que viste el mejor traje, aunque en realidad se siente desnudo haciendo el ridículo en calzones.
Las ropas nuevas del rey está dirigida para todo la familia. Narra la historia con un lenguaje sencillo y dotado de frases típicas chiclayanas que hacen fácil y entretenida la comprensión de la obra. Asimismo, el lenguaje corporal es rico en movimientos: cada uno de los actores tiene un ritmo y tiempo marcado de acuerdo a su energía y objetivo en la obra. Se rompe el límite entre el público y el escenario y la invitación a la interacción es una constante.
Aunque de un corte humorístico, cada carcajada esconde una lágrima, pues cada situación refleja el lado más humano y por lo tanto vulnerable de las personas: el de un rey vanidoso y tonto; el de una ministra cobarde y conformista y el de un pueblo engañado que engaña y se deja engañar.
*Historia del rey tonto y su traje invisible, en la versión de la recordada Sara Joffré, dirigida por el actor y director argentino Oscar Spínola y producida por Estación Producciones y Grupo de Teatro.
Actúan: Carlos Curinambe, Tatiana Carrasco, Oscar Gómez y Christian Sánchez.
Se estrenó el 18 de noviembre del 2017 en la sala escénica de la DDC de Lambayeque en el marco del 22 aniversario de Estación Producciones y Grupo de Teatro.
Actúan: Carlos Curinambe, Tatiana Carrasco, Oscar Gómez y Christian Sánchez.
Se estrenó el 18 de noviembre del 2017 en la sala escénica de la DDC de Lambayeque en el marco del 22 aniversario de Estación Producciones y Grupo de Teatro.
Álbum I
Créditos: Alexandra Hijar (Agenda CIX)
Álbum II
Créditos: Lucía Rázuri
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional