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Diego Alonso Sánchez y su visión de la poesía japonesa
24 de julio de 2017
Por Katherine Medina Rondón
¿Qué es para ti la poesía?
Es una especie de gasolina para seguir viendo con esperanza las cosas que no deberían tener ese sentimiento, esa ilusión, porque la realidad te empuja cada vez más al abismo y yo creo que la poesía me ha alejado de la caída. No lo digo con sentido terapéutico, sino como una pasión, como de repente lo pude haber encontrado en la cocina o la fotografía; pero la hallé en la poesía y sirve para mí, en ese sentido, como un salvavidas, aunque suene trilladísimo. No hay sentido realmente concreto para esta función. La poesía me ha servido también, por ejemplo, para ser feliz, para decir cosas que no me atrevo a decirle a la gente y hacer sentir bien a las personas que amo.
¿Qué valores y recursos encuentras en la tradición poética japonesa que no hay en la occidental?
La simplicidad, el hecho de poder decir -sin regodeo o manipulación estilística- cosas que realmente conmuevan.
Apelar a la belleza, que no es para siempre, sino que es fugaz: que siempre termina por desaparecer o transformarse. Sin necesidad que se quede, ni que esté aprisionada en una imagen para siempre, te la llevas encima, ni siquiera denominándola poesía o cosa bella. Es algo intrínseco a la naturaleza y el espíritu humano. Esa belleza la puedes encontrar en la poesía japonesa, en contadas palabras o desarrollos extensos, muy afín a la poesía china (que es la segunda vertiente lírica que me ha entretenido estos años).
Si queremos compararla con la poesía peruana, no se puede: en la tradición peruana hay demasiados discursos, demasiados espectros de estilo: en verdad no me atrevería a decir que hay una especie de esencia estrictamente peruana. Entonces la comparación sería coja, porque solamente podría hablar de un lado con mediana claridad. En la literatura peruana no he seguido mucho a los más representativos o a los que se encuentran dentro del canon.
Es una especie de gasolina para seguir viendo con esperanza las cosas que no deberían tener ese sentimiento, esa ilusión, porque la realidad te empuja cada vez más al abismo y yo creo que la poesía me ha alejado de la caída. No lo digo con sentido terapéutico, sino como una pasión, como de repente lo pude haber encontrado en la cocina o la fotografía; pero la hallé en la poesía y sirve para mí, en ese sentido, como un salvavidas, aunque suene trilladísimo. No hay sentido realmente concreto para esta función. La poesía me ha servido también, por ejemplo, para ser feliz, para decir cosas que no me atrevo a decirle a la gente y hacer sentir bien a las personas que amo.
¿Qué valores y recursos encuentras en la tradición poética japonesa que no hay en la occidental?
La simplicidad, el hecho de poder decir -sin regodeo o manipulación estilística- cosas que realmente conmuevan.
Apelar a la belleza, que no es para siempre, sino que es fugaz: que siempre termina por desaparecer o transformarse. Sin necesidad que se quede, ni que esté aprisionada en una imagen para siempre, te la llevas encima, ni siquiera denominándola poesía o cosa bella. Es algo intrínseco a la naturaleza y el espíritu humano. Esa belleza la puedes encontrar en la poesía japonesa, en contadas palabras o desarrollos extensos, muy afín a la poesía china (que es la segunda vertiente lírica que me ha entretenido estos años).
Si queremos compararla con la poesía peruana, no se puede: en la tradición peruana hay demasiados discursos, demasiados espectros de estilo: en verdad no me atrevería a decir que hay una especie de esencia estrictamente peruana. Entonces la comparación sería coja, porque solamente podría hablar de un lado con mediana claridad. En la literatura peruana no he seguido mucho a los más representativos o a los que se encuentran dentro del canon.
¿Cómo llegas a la poesía oriental?
Un poco de casualidad. Siempre tuve gusto por la poesía concisa, breve, que dice mucho con pocas palabras. En un principio no sabía qué era un haiku, ni un tanka, pero cuando comienzo a investigar sobre la poesía tradicional japonesa -porque me llegó la fascinación al estar enamorado de una chica nikkei, que luego se convertirá en la madre de mi hijo- fui encontrando una serie de cosas que enganchaban conmigo. Matsuo Basho que fue el primer autor japonés que leí con seriedad y lo que me llevó a otros escritores, como José Watanabe, que tiene reminiscencias japonesas, y sin darme cuenta empecé a escribir con este estilo, haciendo ejercicios estilísticos similares. Así, emprendí un juego entre “plagio” e “imitación” de Matsuo Basho (así como el poema de Watanabe), entonces escribí una serie de textos que me gustaron y a partir de esto, empecé a estudiar durante muchos años la tradición clásica japonesa y escribí mi primer libro Por el pequeño sendero interior de Matsuo Basho que de alguna manera condensa ese aprendizaje.
¿Por qué usas la conversación epistolar en tu poesía?
A ver… el waka o tanka, que significa canción, es la primera forma poética que tiene esencia japonesa y está ligada a los concursos poéticos de la corte aristocrática del periodo Heian, en el siglo X. Estos tankas servían a los personajes de la corte para exhibir sus capacidades poéticas. Tanto en China como en Japón el poder está muy ligado a la poesía y este poder inclusive se veía representado por el manejo de los versos y la lucidez al improvisar. El haiku viene muchos años después, siglo XV o XVI y es una forma más breve. Los tankas no son como los haikus; estos tankas muchas veces no eran poemas independientes, si no jugaban a una especie de correspondencia o conversación epistolar o el juego estilístico entre dos poetas que intercambiaban poemas con tema amoroso. El tanka era muy utilizado para celebraciones, festividades cortesanas sobre todo, pero también para el arte del cortejo: los príncipes o ministros que querían iniciar una relación, de acuerdo a la etiqueta de la época, y estaban cerca de concretar el encuentro amatorio, tenían que poseer un gran conocimiento de poesía, pues si hacían un mal poema los podían rechazar. Ahora, si llegaban a hacer un poema que deslumbrara a la persona deseada, usando bien los tópicos propios de la situación, sí podían concretar el acto amatorio. En mi último libro Pasos silenciosos entre flores de fuji, planteo este juego, aunque muchas veces no es literal: un intercambio epistolar con propósitos pasionales. Pero lo que yo quiero rescatar de este libro es celebrar el amor, algo de lo que yo renegaba. Para mí era difícil, casi imposible, hablar de este tema: este libro, a pesar de que es breve, creo que sí representa la pasión de los amantes.
Un poco de casualidad. Siempre tuve gusto por la poesía concisa, breve, que dice mucho con pocas palabras. En un principio no sabía qué era un haiku, ni un tanka, pero cuando comienzo a investigar sobre la poesía tradicional japonesa -porque me llegó la fascinación al estar enamorado de una chica nikkei, que luego se convertirá en la madre de mi hijo- fui encontrando una serie de cosas que enganchaban conmigo. Matsuo Basho que fue el primer autor japonés que leí con seriedad y lo que me llevó a otros escritores, como José Watanabe, que tiene reminiscencias japonesas, y sin darme cuenta empecé a escribir con este estilo, haciendo ejercicios estilísticos similares. Así, emprendí un juego entre “plagio” e “imitación” de Matsuo Basho (así como el poema de Watanabe), entonces escribí una serie de textos que me gustaron y a partir de esto, empecé a estudiar durante muchos años la tradición clásica japonesa y escribí mi primer libro Por el pequeño sendero interior de Matsuo Basho que de alguna manera condensa ese aprendizaje.
¿Por qué usas la conversación epistolar en tu poesía?
A ver… el waka o tanka, que significa canción, es la primera forma poética que tiene esencia japonesa y está ligada a los concursos poéticos de la corte aristocrática del periodo Heian, en el siglo X. Estos tankas servían a los personajes de la corte para exhibir sus capacidades poéticas. Tanto en China como en Japón el poder está muy ligado a la poesía y este poder inclusive se veía representado por el manejo de los versos y la lucidez al improvisar. El haiku viene muchos años después, siglo XV o XVI y es una forma más breve. Los tankas no son como los haikus; estos tankas muchas veces no eran poemas independientes, si no jugaban a una especie de correspondencia o conversación epistolar o el juego estilístico entre dos poetas que intercambiaban poemas con tema amoroso. El tanka era muy utilizado para celebraciones, festividades cortesanas sobre todo, pero también para el arte del cortejo: los príncipes o ministros que querían iniciar una relación, de acuerdo a la etiqueta de la época, y estaban cerca de concretar el encuentro amatorio, tenían que poseer un gran conocimiento de poesía, pues si hacían un mal poema los podían rechazar. Ahora, si llegaban a hacer un poema que deslumbrara a la persona deseada, usando bien los tópicos propios de la situación, sí podían concretar el acto amatorio. En mi último libro Pasos silenciosos entre flores de fuji, planteo este juego, aunque muchas veces no es literal: un intercambio epistolar con propósitos pasionales. Pero lo que yo quiero rescatar de este libro es celebrar el amor, algo de lo que yo renegaba. Para mí era difícil, casi imposible, hablar de este tema: este libro, a pesar de que es breve, creo que sí representa la pasión de los amantes.
¿Cómo ha influido el hecho de que tu padre sea escritor en tu carrera literaria?
Nacer en una casa llena de libros te predispone a hacer algo vinculado a ellos. Que ochenta por ciento de esos libros sean de poesía, te sugestiona más. Lo que inicialmente era querer agradar a mi padre con respeto y cariño, pasó a ser algo más serio: entendí que la poesía era una manifestación del amor, en este caso paterno. Y cuando decidí estudiar Literatura -creo que mi padre había digitado en mí ese deseo subconscientemente-, no tenía mucha idea de qué hacer con mi vida, salvo leer y escribir, así pensé que estudiar Literatura iba a ser una manera de continuar con esta tendencia, pero me equivoqué -como tú también lo sabes-. Pero de lo que no me arrepiento es que en la escuela de literatura encontré un montón de gente que me han ayudado a ser más feliz y que han compartido conmigo la pasión por la poesía, quizás no tanto para escribirla, sino por disfrutarla.
Cuando me hice adulto y decidí dedicarme a la poesía con seriedad, siempre tenía el fantasma de mi padre y sus amigos que veían algo de él en mí, y mis profesores de la universidad, que muchos de ellos eran sus amigos, también veían lo mismo, entonces recaía un peso muy grande en mí y, aunque suene ridículo, yo siempre estoy pensando en hacer las cosas bien porque no quiero hacer quedar mal a las personas que quiero, a mi familia, algo así como dejar bien el apellido.
Luis Goytisolo pronostica la desaparición de la novela ¿cuál crees que es el devenir de la poesía?
Yo, entre broma y broma, a mis alumnos de un taller que dicté sobre poesía japonesa, les dije que el haiku en esencia no iba a desaparecer jamás, pero que sí se podía transformar, e indicaba que de alguna forma el internet y las redes sociales y su intercambio intenso y fugaz, iban a terminar representando la esencia del haiku. Y que podría jugar con la idea de los GIFS, por ejemplo, y les dije que pronto podremos hacer poesía con estos o con otras clases de imágenes en movimiento. La virtud de la poesía es que es versátil, más que la narrativa, y por esto se va a resistir a desaparecer. Si bien hay cada vez menos lectores de poesía por aquí, en alguna otra parte de este inhóspito país se debe dar el efecto contrario.
Sobre el autor:
Diego Alonso Sánchez (Lima, 1981)
Poeta e investigador de literatura japonesa y cultura nikkei. Bachiller en Literatura Peruana e Hispanoamericana por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es cofundador del Grupo de Creación y Publicación Literaria Sociedad Elefante. Ha publicado la plaqueta Mitsuya Nicolás y otros poemas (2002) y los poemarios Por el pequeño sendero interior de Matsuo Basho (Lustra, 2009), Se inicia un camino sin saberlo (APJ, 2014; poemario ganador del Concurso Nacional de Poesía Asociación Peruano Japonesa, “Premio José Watanabe Varas”, 2013) y Pasos silenciosos entre flores de fuji (Paracaídas, 2016). Actualmente, se desempeña como docente en el colegio Los Reyes Rojos de Barranco.
Nacer en una casa llena de libros te predispone a hacer algo vinculado a ellos. Que ochenta por ciento de esos libros sean de poesía, te sugestiona más. Lo que inicialmente era querer agradar a mi padre con respeto y cariño, pasó a ser algo más serio: entendí que la poesía era una manifestación del amor, en este caso paterno. Y cuando decidí estudiar Literatura -creo que mi padre había digitado en mí ese deseo subconscientemente-, no tenía mucha idea de qué hacer con mi vida, salvo leer y escribir, así pensé que estudiar Literatura iba a ser una manera de continuar con esta tendencia, pero me equivoqué -como tú también lo sabes-. Pero de lo que no me arrepiento es que en la escuela de literatura encontré un montón de gente que me han ayudado a ser más feliz y que han compartido conmigo la pasión por la poesía, quizás no tanto para escribirla, sino por disfrutarla.
Cuando me hice adulto y decidí dedicarme a la poesía con seriedad, siempre tenía el fantasma de mi padre y sus amigos que veían algo de él en mí, y mis profesores de la universidad, que muchos de ellos eran sus amigos, también veían lo mismo, entonces recaía un peso muy grande en mí y, aunque suene ridículo, yo siempre estoy pensando en hacer las cosas bien porque no quiero hacer quedar mal a las personas que quiero, a mi familia, algo así como dejar bien el apellido.
Luis Goytisolo pronostica la desaparición de la novela ¿cuál crees que es el devenir de la poesía?
Yo, entre broma y broma, a mis alumnos de un taller que dicté sobre poesía japonesa, les dije que el haiku en esencia no iba a desaparecer jamás, pero que sí se podía transformar, e indicaba que de alguna forma el internet y las redes sociales y su intercambio intenso y fugaz, iban a terminar representando la esencia del haiku. Y que podría jugar con la idea de los GIFS, por ejemplo, y les dije que pronto podremos hacer poesía con estos o con otras clases de imágenes en movimiento. La virtud de la poesía es que es versátil, más que la narrativa, y por esto se va a resistir a desaparecer. Si bien hay cada vez menos lectores de poesía por aquí, en alguna otra parte de este inhóspito país se debe dar el efecto contrario.
Sobre el autor:
Diego Alonso Sánchez (Lima, 1981)
Poeta e investigador de literatura japonesa y cultura nikkei. Bachiller en Literatura Peruana e Hispanoamericana por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es cofundador del Grupo de Creación y Publicación Literaria Sociedad Elefante. Ha publicado la plaqueta Mitsuya Nicolás y otros poemas (2002) y los poemarios Por el pequeño sendero interior de Matsuo Basho (Lustra, 2009), Se inicia un camino sin saberlo (APJ, 2014; poemario ganador del Concurso Nacional de Poesía Asociación Peruano Japonesa, “Premio José Watanabe Varas”, 2013) y Pasos silenciosos entre flores de fuji (Paracaídas, 2016). Actualmente, se desempeña como docente en el colegio Los Reyes Rojos de Barranco.
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