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Carolina, para reconocerse y ser feliz
Chiclayo, 21 de abril de 2020
Por Gianfranco Mejía Coronel
Carolina se dedica a la pintura y anhela el reconocimiento por su trabajo artístico. Tiene 30 años y mantiene una relación con Roberto, un joven abogado que trabaja en la empresa de la madre de ella y que goza de la confianza de la familia. Los roces de la convivencia y el descubrimiento de secretos llevarán al desenlace de la historia. Contada en el teatro de forma natural, con un lenguaje actual y sencillo, logramos conmovernos con los personajes y encontramos en Carolina y Roberto algo de nosotros mismos al final de la función.
La obra
Carolina cómoda y descalza pinta en su taller al caer la tarde. Interrumpe su labor para encender la radio que sintoniza rápidamente. Mientras vuelve al lienzo, la música y su cuerpo se conjugan en inadvertida danza que, sin saberlo, le trasmite paz. Pronto, aparece Roberto, alegre, con dos cervezas en las manos. (Está claro que desea refrescarse después de un día de trabajo duro en la oficina).
Se saludan con afecto, reportan sus actividades del día, acuerdan qué cenar y charlan plácidamente; pero no tarda en quebrarse el encanto cuando Carolina llama o recibe algún mensaje por celular. Roberto, acechado por sus celos, achina los ojos y lanza miradas acusadoras que desatan furiosas peleas.
Aunque Carolina cede a las peticiones y condiciones de Roberto, no se queda contenta y le cuesta reponerse luego de una discusión. La conducta de Roberto la decepciona. Ella sabe que está enamorada de él e intenta convencerlo de que cambie en los momentos en que reconoce sus errores. La discusión baja de tono y parece que llegan a un acuerdo cuando llama la madre de Carolina. Roberto lanza una aguda mirada que Carolina “calla” con voz infantil diciendo “¡Es mi mamá!” mientras muestra el celular.
La madre informa que algo malo ha ocurrido. Roberto observa a Carolina con un gesto de culpa que lo delata y no tarda en reconocer que ha tomado dinero de la empresa para un apoyo social. Para defenderse y calmar las cosas asegura reponerlo, tener todo bajo control y apela a la confianza que dicen tenerle. Sin embargo, a Carolina le intriga saber el destino de este apoyo social... La discusión detona las conductas machistas de ambos, que se agudizan en Roberto y que advierten en ella una solución: sentados y tomados de las manos se sinceran. Es como si sus confesiones cayeran sobre una balanza donde el peso de la razón se impone inevitablemente.
Luego de verse descubiertos como seres humanos imperfectos, con mucho por aprender antes de amar, cada uno toma su camino: Roberto sale por la misma puerta por la que entró (tal vez, irá por más cerveza) y Carolina, ensimismada y sostenida en la mesa, goza del dolor y la satisfacción que generan el dejar ir.
Francisco Echeandía crea Carolina a partir de unas escenas que Ana Herrera y Darwin Cabada escribieron en uno de los talleres anuales de Casa Teatro Cussia.
La obra
Carolina cómoda y descalza pinta en su taller al caer la tarde. Interrumpe su labor para encender la radio que sintoniza rápidamente. Mientras vuelve al lienzo, la música y su cuerpo se conjugan en inadvertida danza que, sin saberlo, le trasmite paz. Pronto, aparece Roberto, alegre, con dos cervezas en las manos. (Está claro que desea refrescarse después de un día de trabajo duro en la oficina).
Se saludan con afecto, reportan sus actividades del día, acuerdan qué cenar y charlan plácidamente; pero no tarda en quebrarse el encanto cuando Carolina llama o recibe algún mensaje por celular. Roberto, acechado por sus celos, achina los ojos y lanza miradas acusadoras que desatan furiosas peleas.
Aunque Carolina cede a las peticiones y condiciones de Roberto, no se queda contenta y le cuesta reponerse luego de una discusión. La conducta de Roberto la decepciona. Ella sabe que está enamorada de él e intenta convencerlo de que cambie en los momentos en que reconoce sus errores. La discusión baja de tono y parece que llegan a un acuerdo cuando llama la madre de Carolina. Roberto lanza una aguda mirada que Carolina “calla” con voz infantil diciendo “¡Es mi mamá!” mientras muestra el celular.
La madre informa que algo malo ha ocurrido. Roberto observa a Carolina con un gesto de culpa que lo delata y no tarda en reconocer que ha tomado dinero de la empresa para un apoyo social. Para defenderse y calmar las cosas asegura reponerlo, tener todo bajo control y apela a la confianza que dicen tenerle. Sin embargo, a Carolina le intriga saber el destino de este apoyo social... La discusión detona las conductas machistas de ambos, que se agudizan en Roberto y que advierten en ella una solución: sentados y tomados de las manos se sinceran. Es como si sus confesiones cayeran sobre una balanza donde el peso de la razón se impone inevitablemente.
Luego de verse descubiertos como seres humanos imperfectos, con mucho por aprender antes de amar, cada uno toma su camino: Roberto sale por la misma puerta por la que entró (tal vez, irá por más cerveza) y Carolina, ensimismada y sostenida en la mesa, goza del dolor y la satisfacción que generan el dejar ir.
Francisco Echeandía crea Carolina a partir de unas escenas que Ana Herrera y Darwin Cabada escribieron en uno de los talleres anuales de Casa Teatro Cussia.
Fotografía: UMA Estudio
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional