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Mariana de la noche morena
28 de abril de 2020
Por Ernesto Facho Rojas
Noche morena bajo un cielo roto
solo tú me proteges del acecho
escóndeme esta noche,
noche negra, envuélveme en tu noche
noche de mis tinieblas
Mariana Llano, (2015). La color
solo tú me proteges del acecho
escóndeme esta noche,
noche negra, envuélveme en tu noche
noche de mis tinieblas
Mariana Llano, (2015). La color
Ha pasado un año desde la partida de Geovana Yaipén Rodríguez, natural de Chiclayo, autora de Abiertos mis rosales, Es la hora de soñar, La color y Sierpe y salamandra entre otros libros. En estos tres últimos textos nos basaremos para comentar su obra.
Mariana Llano (ese era su seudónimo) podía ser vista en los eventos artísticos, rodeada de poetas, narradores, actores; es decir, acompañada de las principales figuras del arte chiclayano. La conocí en un evento de la ciudad de Guadalupe, adonde amablemente me había invitado el maestro Carlos Horna Santa Cruz. Ella estaba allí, con una maleta donde había llevado varios ejemplares de sus creaciones. La artista leyó sus poemas aquella noche y recuerdo que de regreso a Chiclayo conversamos y me invitó a tomar un café para conversar mejor. Sin embargo, dicha reunión nunca se dio.
Desde entonces, ya la reconocía en los eventos de la Agenda CIX o en cualquier otro suceso de resonancia lírica adonde ella había llegado en calidad de invitada y participante. Pensaba pedirle uno de sus libros, puesto que no había tenido la oportunidad de leerla, pero sí de escucharla y me había agradado el cariño y la fuerza con la que daba lectura a sus textos, así como las metáforas profundas que conformaban su verso.
Sin embargo, la oportunidad de examinar su poesía no se dio sino hasta hace unas semanas, después de que trágicamente nos avisaron que ella había fallecido. Una vez más, con la caballerosidad que lo caracteriza, el profesor Carlos Horna me facilitó los textos de Mariana, los cuales por fin estaban en mis manos. Ahora palpaba toda esa fuerza que ella había descargado en aquellas noches de bohemia, poesía y tuve acceso a su arte y la cadencia de su sensibilidad de artista madre y mujer.
Y noté que no solo cargaba con una pluma dotada de sensualidad y metáforas, de nocturnos y fuegos fatuos, sino que una de sus primeras producciones, «Es la hora de soñar», tiene un acento ternísimo hasta el infinito, donde ella pone en manifiesto ese gran amor que la definía como una madre cariñosa. En la contratapa, unos años más joven, aparece con su hijo, pero inmortal para quienes la hemos conocido, leído y escuchado.
Ella cita a Gabriela Mistral dentro de esta obra, y se le parece en los pasajes donde invita a su pequeño a dormir. La madre acaricia con sus manos primorosas el rostro de su hijo, y canta rebosante de amor a ese pequeño que es su luz y su más grande amor sobre la Tierra:
Mariana Llano (ese era su seudónimo) podía ser vista en los eventos artísticos, rodeada de poetas, narradores, actores; es decir, acompañada de las principales figuras del arte chiclayano. La conocí en un evento de la ciudad de Guadalupe, adonde amablemente me había invitado el maestro Carlos Horna Santa Cruz. Ella estaba allí, con una maleta donde había llevado varios ejemplares de sus creaciones. La artista leyó sus poemas aquella noche y recuerdo que de regreso a Chiclayo conversamos y me invitó a tomar un café para conversar mejor. Sin embargo, dicha reunión nunca se dio.
Desde entonces, ya la reconocía en los eventos de la Agenda CIX o en cualquier otro suceso de resonancia lírica adonde ella había llegado en calidad de invitada y participante. Pensaba pedirle uno de sus libros, puesto que no había tenido la oportunidad de leerla, pero sí de escucharla y me había agradado el cariño y la fuerza con la que daba lectura a sus textos, así como las metáforas profundas que conformaban su verso.
Sin embargo, la oportunidad de examinar su poesía no se dio sino hasta hace unas semanas, después de que trágicamente nos avisaron que ella había fallecido. Una vez más, con la caballerosidad que lo caracteriza, el profesor Carlos Horna me facilitó los textos de Mariana, los cuales por fin estaban en mis manos. Ahora palpaba toda esa fuerza que ella había descargado en aquellas noches de bohemia, poesía y tuve acceso a su arte y la cadencia de su sensibilidad de artista madre y mujer.
Y noté que no solo cargaba con una pluma dotada de sensualidad y metáforas, de nocturnos y fuegos fatuos, sino que una de sus primeras producciones, «Es la hora de soñar», tiene un acento ternísimo hasta el infinito, donde ella pone en manifiesto ese gran amor que la definía como una madre cariñosa. En la contratapa, unos años más joven, aparece con su hijo, pero inmortal para quienes la hemos conocido, leído y escuchado.
Ella cita a Gabriela Mistral dentro de esta obra, y se le parece en los pasajes donde invita a su pequeño a dormir. La madre acaricia con sus manos primorosas el rostro de su hijo, y canta rebosante de amor a ese pequeño que es su luz y su más grande amor sobre la Tierra:
Luego tenemos el poemario La color, donde atiende las temáticas de los ancestros, el terruño, la pasión, pero por sobre todo la reivindicación de la raza negra, con la cual se identifica. Recordemos que en la página virtual donde encontramos sus poemas, ella dice de sí misma «de ascendencia Moche y Afroamericana». Por ello, ese torrente verbal plasmado en las páginas del libro en mención. Aquí ella les canta a los hombres de raza negra, lamenta las huellas de sus ancestros quienes han sufrido por la esclavitud, describe la belleza de esta raza, halaga sus cualidades y desata su lívido frente a un cuerpo moreno que llega para engendrar poemas en una noche atravesada por el rocío de las promesas y un sonoro tambor. Ni los recursos onomatopéyicos se hacen esperar ni la connotación sexual vigorosa que tiene dicha raza, bajo la cual ella se siente subyugada, vencida e inspirada para seguir cantando con más fuego que antes:
Sin embargo, pienso que su creación más lograda (ya lo intuía por lo deslumbrante del título) es Sierpe y salamandra (2014), versos donde se enciende la luz de su existencialismo y le da paso a un lirismo más libre, el cual, curiosamente, ya no percibo encadenado, como en algunos poemas donde se le siente obligada a seguir poetizando sobre sus ancestros africanos con el fin de terminar La color. Aquí, Mariana, es como un ave que tiende sus alas, consciente de su arte, y con la madurez que necesita para consolidar un libro inspirado y contundente.
Es en estas páginas donde encontramos a la Mariana maestra, quien juega con las metáforas y le da más esteticidad a su verso. Cuando ella dice: «Y la marea/ con sus aplicaciones de zafiros/ostentando inmortales lanzaderas,/ ola y gaviota enredan en el cielo/ la cenefa del vuelo a media tarde», nos habla de la tranquilidad de una vida que empieza a vislumbrar su propio atardecer. Poetiza el momento y nos lo entrega en aquellas páginas, donde también nos dice: «Alta comarca de la soledad/ espejismo rendido, universo tardío,/ devuélvele a mi voz los cascabeles:/He de parir un son ante la luna». Es posible que esa soledad se refiera al síndrome del nido vacío que experimenta todo ser humano en un momento de su vida. Pero Mariana, poeta, toma también ese recurso de nostalgia y desamparo para convertirlo en arte.
Y cuando digo que Mariana se siente más libre, es porque aquí también desarrolla el tema del erotismo, enfocado en la época que atraviesa («Echa raíz en mí/ o dame un ala»). Ella se encuentra en una etapa en la que ya no es lícito prohibirse nada. Por ello les habla a las mujeres en su poema «Nácar y canela» y les pide que disfruten la vida, que amen, que gocen de «lo poco que te queda».
Irreverente como era, escribe: «Regálate un orgasmo,/ una orgía con los duendes del campo/ en la comarca azul de la locura», y reafirma su verbo volcánico, pletórico de fuego que va a encendiendo al lector mientras este avanza a través de las páginas. Pero no todo es erotismo.
Es en estas páginas donde encontramos a la Mariana maestra, quien juega con las metáforas y le da más esteticidad a su verso. Cuando ella dice: «Y la marea/ con sus aplicaciones de zafiros/ostentando inmortales lanzaderas,/ ola y gaviota enredan en el cielo/ la cenefa del vuelo a media tarde», nos habla de la tranquilidad de una vida que empieza a vislumbrar su propio atardecer. Poetiza el momento y nos lo entrega en aquellas páginas, donde también nos dice: «Alta comarca de la soledad/ espejismo rendido, universo tardío,/ devuélvele a mi voz los cascabeles:/He de parir un son ante la luna». Es posible que esa soledad se refiera al síndrome del nido vacío que experimenta todo ser humano en un momento de su vida. Pero Mariana, poeta, toma también ese recurso de nostalgia y desamparo para convertirlo en arte.
Y cuando digo que Mariana se siente más libre, es porque aquí también desarrolla el tema del erotismo, enfocado en la época que atraviesa («Echa raíz en mí/ o dame un ala»). Ella se encuentra en una etapa en la que ya no es lícito prohibirse nada. Por ello les habla a las mujeres en su poema «Nácar y canela» y les pide que disfruten la vida, que amen, que gocen de «lo poco que te queda».
Irreverente como era, escribe: «Regálate un orgasmo,/ una orgía con los duendes del campo/ en la comarca azul de la locura», y reafirma su verbo volcánico, pletórico de fuego que va a encendiendo al lector mientras este avanza a través de las páginas. Pero no todo es erotismo.
Mariana Llano también se refiere a la muerte.
En el poema «Anoche», ya no solo les canta a sus antepasados, sino que les pide a través de su canto que se la lleven. Ella medita sobre el fin de su existencia y hace una especie de recuento sobre su infancia, mencionando a las muñecas que tenía de niña, apelando a la máquina de los recuerdos y empezando otra vez con una nostalgia renovada allí en sus versos: «Anoche/ convoqué a mis muertos.// Supliqué en sus nombres/ me lleven a casa,/ me lleven con ellos», dice la artista, mientras siente también la indiferencia de sus fantasmas. Ellos se alejan dejándola aún más sola, al filo de un poema oscuro.
Pienso que todos hubiéramos querido más libros de Mariana, pero nos ha dejado exactamente lo que tenía que aportar a las letras lambayecanas y a la literatura en general. De ella se seguirá hablando en los eventos a los que acudía, de vez en cuando usarán sus versos como epígrafes de otros poemas, tal vez haya la oportunidad de que sus libros se reediten y se le haga justicia a su legado como una de las mujeres más importantes de las letras norteñas.
Ahora ella sigue otro rumbo, allá donde esté, lejos de sus familiares y amigos que la recuerdan como una poeta con talento, a la que se le debería seguir recordando incluso en los colegios, seleccionando debidamente los textos. Mariana era arte, poesía, música. Mariana era cultura viva andando por allí, en los recitales, en las principales calles de Chiclayo donde la encontrábamos a pie.
En el poema «Cimarrona» nuestra artista ha escrito unos versos que considero necesario compartir con ustedes al final de este escrito.
Descansa en paz, Mariana Llano. En otra ocasión nos tomaremos un café, más adelante.
En el poema «Anoche», ya no solo les canta a sus antepasados, sino que les pide a través de su canto que se la lleven. Ella medita sobre el fin de su existencia y hace una especie de recuento sobre su infancia, mencionando a las muñecas que tenía de niña, apelando a la máquina de los recuerdos y empezando otra vez con una nostalgia renovada allí en sus versos: «Anoche/ convoqué a mis muertos.// Supliqué en sus nombres/ me lleven a casa,/ me lleven con ellos», dice la artista, mientras siente también la indiferencia de sus fantasmas. Ellos se alejan dejándola aún más sola, al filo de un poema oscuro.
Pienso que todos hubiéramos querido más libros de Mariana, pero nos ha dejado exactamente lo que tenía que aportar a las letras lambayecanas y a la literatura en general. De ella se seguirá hablando en los eventos a los que acudía, de vez en cuando usarán sus versos como epígrafes de otros poemas, tal vez haya la oportunidad de que sus libros se reediten y se le haga justicia a su legado como una de las mujeres más importantes de las letras norteñas.
Ahora ella sigue otro rumbo, allá donde esté, lejos de sus familiares y amigos que la recuerdan como una poeta con talento, a la que se le debería seguir recordando incluso en los colegios, seleccionando debidamente los textos. Mariana era arte, poesía, música. Mariana era cultura viva andando por allí, en los recitales, en las principales calles de Chiclayo donde la encontrábamos a pie.
En el poema «Cimarrona» nuestra artista ha escrito unos versos que considero necesario compartir con ustedes al final de este escrito.
Descansa en paz, Mariana Llano. En otra ocasión nos tomaremos un café, más adelante.
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