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Julio Isla Jiménez: “Hay que vivir para la literatura y no vivir de ella”
Entrevista realizada por: Katherine Medina Rondón
Julio Isla Jiménez (Lima, 1980). Estudió la maestría en Literatura Hispanoamericana en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha colaborado en el Diccionario histórico de la traducción en Hispanoamérica, publicado en España, y realizado estudios introductorios de Manfredo de Lord Byron y de Antonio y Cleopatra de William Shakespeare. Ha publicado artículos, relatos y piezas teatrales en revistas y es director de la revista literaria Lucerna.
El sueño de Noé es su ópera prima, una obra teatral en la cual se recrea la historia del diluvio y se plantean los dilemas morales que debe afrontar el patriarca Noé para cumplir con la misión que se le ha encomendado de salvarse él y su familia y dejar perecer al resto de la humanidad.
El sueño de Noé es su ópera prima, una obra teatral en la cual se recrea la historia del diluvio y se plantean los dilemas morales que debe afrontar el patriarca Noé para cumplir con la misión que se le ha encomendado de salvarse él y su familia y dejar perecer al resto de la humanidad.
¿Cómo te involucraste con la literatura?
Podría decir que cuando mi padre me regaló mi primera novela, Robinson Crusoe, a los 8 años y que la famosa historia del náufrago inglés acentuó mi sentido de la soledad y de la singularidad frente a la sociedad, pero sería remontarme demasiado en el tiempo y podría estar dando una interpretación tendenciosa de mi pasado. Todos tenemos, sin duda, un momento iniciático, pero solo tiene sentido hablar de él si más tarde se refleja en la construcción de una trayectoria literaria sostenida y la elaboración, no de uno o dos libros buenos o malos, sino de una obra sólida y original, que es a lo que aspiro llegar algún día y espero que este libro sea el primer paso.
¿Por qué usar un pasaje bíblico como eje central de tu obra? Cuéntame un poco más sobre El sueño de Noé.
El teatro es el género literario en el que ha sido más frecuente la reelaboración y reinterpretación de episodios míticos o históricos, pero no con el fin de indagar por la verdad histórica de los hechos recreados, sino para servirse de una figura o un acontecimiento del pasado y traerlo a la vida con el fin de interpelar a un lector o un espectador contemporáneo y llevarlo a cuestionarse sus ideas y costumbres más arraigadas. Así, por ejemplo, el poema dramático Caín de Lord Byron, aunque versa sobre una figura bíblica diferente, me sirvió de inspiración para escribir mi Noé porque en este drama el poeta inglés no está interesado tanto en relatarnos la historia del primer homicidio, sino en mostrarnos la problemática de un hombre que se cuestiona la naturaleza del bien y el mal, y al no encontrar ninguna respuesta convincente, es presa de la melancolía y la desesperación. Los hechos exteriores no cambian: Caín asesina a Abel y es proscrito por su crimen, pero el genio del dramaturgo consiste en emplear los mismos hechos para relatarnos algo completamente nuevo y mostrarnos el drama psíquico y moral que atraviesa el personaje. En El sueño de Noé parto de un planteamiento similar: tomo como base el archiconocido texto del Génesis y, sin alterar los hechos esenciales, elaboro una ficción para decir algo nuevo sobre una vieja historia. Me atrajo en particular la figura de Noé porque nunca me dejó satisfecho el hecho de que un hombre tan justo como él podía aceptar con tanta tranquilidad y pasividad que la humanidad entera fuera destruida sin hacer nada al respecto. En mi obra, Noé, aunque no cuestiona la divinidad del mandato, no se consuela con el hecho de ser el único elegido para salvarse, y siente solidaridad y compasión por el trágico final que le espera al género humano. Quisiera dejar en claro que esta obra no es religiosa ni antirreligiosa, es simplemente humana. Busca mostrar el drama de un hombre en un momento crítico de su existencia, cuando tiene que elegir entre salvarse solo él o ayudar a los demás. Yo me sentiría satisfecho si al final de la lectura o la representación, el lector o espectador se preguntara qué hubiera hecho él si hubiera estado en el lugar de Noé en una circunstancia similar: ¿habría aceptado gustoso su salvación, aun sabiendo que todos los demás morirían, o hubiera hecho algo para intentar ayudarlos?
Podría decir que cuando mi padre me regaló mi primera novela, Robinson Crusoe, a los 8 años y que la famosa historia del náufrago inglés acentuó mi sentido de la soledad y de la singularidad frente a la sociedad, pero sería remontarme demasiado en el tiempo y podría estar dando una interpretación tendenciosa de mi pasado. Todos tenemos, sin duda, un momento iniciático, pero solo tiene sentido hablar de él si más tarde se refleja en la construcción de una trayectoria literaria sostenida y la elaboración, no de uno o dos libros buenos o malos, sino de una obra sólida y original, que es a lo que aspiro llegar algún día y espero que este libro sea el primer paso.
¿Por qué usar un pasaje bíblico como eje central de tu obra? Cuéntame un poco más sobre El sueño de Noé.
El teatro es el género literario en el que ha sido más frecuente la reelaboración y reinterpretación de episodios míticos o históricos, pero no con el fin de indagar por la verdad histórica de los hechos recreados, sino para servirse de una figura o un acontecimiento del pasado y traerlo a la vida con el fin de interpelar a un lector o un espectador contemporáneo y llevarlo a cuestionarse sus ideas y costumbres más arraigadas. Así, por ejemplo, el poema dramático Caín de Lord Byron, aunque versa sobre una figura bíblica diferente, me sirvió de inspiración para escribir mi Noé porque en este drama el poeta inglés no está interesado tanto en relatarnos la historia del primer homicidio, sino en mostrarnos la problemática de un hombre que se cuestiona la naturaleza del bien y el mal, y al no encontrar ninguna respuesta convincente, es presa de la melancolía y la desesperación. Los hechos exteriores no cambian: Caín asesina a Abel y es proscrito por su crimen, pero el genio del dramaturgo consiste en emplear los mismos hechos para relatarnos algo completamente nuevo y mostrarnos el drama psíquico y moral que atraviesa el personaje. En El sueño de Noé parto de un planteamiento similar: tomo como base el archiconocido texto del Génesis y, sin alterar los hechos esenciales, elaboro una ficción para decir algo nuevo sobre una vieja historia. Me atrajo en particular la figura de Noé porque nunca me dejó satisfecho el hecho de que un hombre tan justo como él podía aceptar con tanta tranquilidad y pasividad que la humanidad entera fuera destruida sin hacer nada al respecto. En mi obra, Noé, aunque no cuestiona la divinidad del mandato, no se consuela con el hecho de ser el único elegido para salvarse, y siente solidaridad y compasión por el trágico final que le espera al género humano. Quisiera dejar en claro que esta obra no es religiosa ni antirreligiosa, es simplemente humana. Busca mostrar el drama de un hombre en un momento crítico de su existencia, cuando tiene que elegir entre salvarse solo él o ayudar a los demás. Yo me sentiría satisfecho si al final de la lectura o la representación, el lector o espectador se preguntara qué hubiera hecho él si hubiera estado en el lugar de Noé en una circunstancia similar: ¿habría aceptado gustoso su salvación, aun sabiendo que todos los demás morirían, o hubiera hecho algo para intentar ayudarlos?
El sueño de Noé tiene momentos lúdicos en los cuales, te confieso, no pude contener la risa, ¿fue tu intención dotar a tu obra de cierta comicidad?
Creo que en el teatro moderno, y en particular desde Shakespeare, es cada vez más difícil escribir obras que encajan en un género teatral determinado, y así ya no es posible hablar de una tragedia o comedia en sentido puro. El dramaturgo debe sentirse libre de moverse entre los distintos géneros y emplearlos con total libertad siempre que las necesidades dramáticas y la coherencia de estilo de la obra lo permitan, para no caer en el pastiche ni en la parodia. Por ello puedes ver que en El sueño de Noé los momentos cómicos no son gratuitos y vienen integrados dentro del flujo dramático. Y aunque en esta obra se abordan graves cuestiones como el bien o el mal, la salvación, el castigo divino o la solidaridad entre los hombres, no hay razón para que no puedan darse en ella episodios humorísticos que no desentonen del conjunto. Si lo he conseguido con acierto, enhorabuena.
¿Por qué escribir obras dramáticas, cuál es su razón para el teatro como acto literario vivo?
El teatro me interesa en sus dos dimensiones, como texto literario y como guión para su representación. Soy aficionado no solo del teatro sino de artes afines como la ópera y la danza y voy a verlas siempre que es posible, pero no tengo experiencia detrás de las tablas ni creo que tengo ni la vocación ni el instinto teatral de un actor o director. Lo mío es más la escritura dramática pura y dura, que luego otros se encargarán de llevar a escena. En tiempos en que la figura del autor y el director teatral se va haciendo cada vez más una sola, yo me siento más un autor de textos teatrales que pueden servir tanto como obras literarias para el disfrute del lector como de guiones teatrales para actores, directores y espectadores. Soy perfectamente consciente de que si en la actualidad son pocas las personas que asisten a una función teatral, son todavía menos las que leen teatro. Pero considero que la literatura es un arte completo y no tiene por qué limitarse a la narrativa o la poesía. Durante siglos, el teatro fue uno de los géneros más publicados y difundidos y fue cultivado por muchos de los mejores escritores de todas las épocas como Shakespeare, Cervantes y Goethe. Si ahora no se lee, ni se escribe ni se publica tanto como antes, obedece a circunstancias complejas que sería largo de tratar aquí, pero considero que es una gran pérdida para el arte literario que se deje de lado una forma de expresión tan rica y versátil. Por eso es que en mi condición de autor teatral y también de lector de este género literario, a veces pongo más énfasis en la publicación de mis obras que a buscar que se representen. Pues una obra publicada y no representada tiene todavía la posibilidad de llegar a las tablas en algún momento, sin embargo una obra que solo existe en el momento de su representación, pero no está publicada, no puede ser compartida más que por aquellos que la presencian.
Creo que en el teatro moderno, y en particular desde Shakespeare, es cada vez más difícil escribir obras que encajan en un género teatral determinado, y así ya no es posible hablar de una tragedia o comedia en sentido puro. El dramaturgo debe sentirse libre de moverse entre los distintos géneros y emplearlos con total libertad siempre que las necesidades dramáticas y la coherencia de estilo de la obra lo permitan, para no caer en el pastiche ni en la parodia. Por ello puedes ver que en El sueño de Noé los momentos cómicos no son gratuitos y vienen integrados dentro del flujo dramático. Y aunque en esta obra se abordan graves cuestiones como el bien o el mal, la salvación, el castigo divino o la solidaridad entre los hombres, no hay razón para que no puedan darse en ella episodios humorísticos que no desentonen del conjunto. Si lo he conseguido con acierto, enhorabuena.
¿Por qué escribir obras dramáticas, cuál es su razón para el teatro como acto literario vivo?
El teatro me interesa en sus dos dimensiones, como texto literario y como guión para su representación. Soy aficionado no solo del teatro sino de artes afines como la ópera y la danza y voy a verlas siempre que es posible, pero no tengo experiencia detrás de las tablas ni creo que tengo ni la vocación ni el instinto teatral de un actor o director. Lo mío es más la escritura dramática pura y dura, que luego otros se encargarán de llevar a escena. En tiempos en que la figura del autor y el director teatral se va haciendo cada vez más una sola, yo me siento más un autor de textos teatrales que pueden servir tanto como obras literarias para el disfrute del lector como de guiones teatrales para actores, directores y espectadores. Soy perfectamente consciente de que si en la actualidad son pocas las personas que asisten a una función teatral, son todavía menos las que leen teatro. Pero considero que la literatura es un arte completo y no tiene por qué limitarse a la narrativa o la poesía. Durante siglos, el teatro fue uno de los géneros más publicados y difundidos y fue cultivado por muchos de los mejores escritores de todas las épocas como Shakespeare, Cervantes y Goethe. Si ahora no se lee, ni se escribe ni se publica tanto como antes, obedece a circunstancias complejas que sería largo de tratar aquí, pero considero que es una gran pérdida para el arte literario que se deje de lado una forma de expresión tan rica y versátil. Por eso es que en mi condición de autor teatral y también de lector de este género literario, a veces pongo más énfasis en la publicación de mis obras que a buscar que se representen. Pues una obra publicada y no representada tiene todavía la posibilidad de llegar a las tablas en algún momento, sin embargo una obra que solo existe en el momento de su representación, pero no está publicada, no puede ser compartida más que por aquellos que la presencian.
¿Cuál es tu visión del teatro latinoamericano contemporáneo?
Hay un movimiento muy grande y muy variado que es muy difícil hablar de una corriente o tendencia predominante en Latinoamérica. Por eso a veces prefiero hablar de autores puntuales, antes que de teatros nacionales.
¿Qué dramaturgos peruanos has tenido oportunidad de leer y cuales crees que son fundamentales?
Son pocos los dramaturgos peruanos contemporáneos que publican sus obras, por lo que a muchos los he conocido más por las puestas de sus obras que por la lectura de sus textos. Son muy pocos los que me parecen fundamentales, al menos dentro del tipo de teatro que me gusta ver, leer y escribir.
Además de escribir teatro tienes una importante producción como ensayista e investigador que llevas a la par con la dirección de la revista Lucerna, cuéntanos un poco sobre ello.
La revista literaria Lucerna empezó en 2012 y desde entonces hemos mantenido una regularidad de dos números por año y ya vamos por la octava edición. Es un trabajo sacrificado que en los meses de edición puede tornarse extenuante y absorbente, sobre todo porque un escritor e investigador debe hacer también de editor, diagramador, difusor y hasta distribuidor. Pero desde que empecé la revista fui consciente de que así sería y de que los deberes cotidianos y el trabajo no debían constituir ningún obstáculo ni servir de pretexto para que la revista dejara de salir. Ocupaciones y dificultades siempre van a existir para cualquier empresa literaria, pero si uno quiere decir algo diferente y dejar huella, debe sobreponerse a todo. Felizmente en la revista pueden converger mis intereses como creador, crítico y editor. Creo que la literatura no puede ser un pasatiempo, sino un compromiso de vida en el cual hay que dejar lo mejor de nosotros. Hay que vivir para la literatura y no vivir de ella.
Hay un movimiento muy grande y muy variado que es muy difícil hablar de una corriente o tendencia predominante en Latinoamérica. Por eso a veces prefiero hablar de autores puntuales, antes que de teatros nacionales.
¿Qué dramaturgos peruanos has tenido oportunidad de leer y cuales crees que son fundamentales?
Son pocos los dramaturgos peruanos contemporáneos que publican sus obras, por lo que a muchos los he conocido más por las puestas de sus obras que por la lectura de sus textos. Son muy pocos los que me parecen fundamentales, al menos dentro del tipo de teatro que me gusta ver, leer y escribir.
Además de escribir teatro tienes una importante producción como ensayista e investigador que llevas a la par con la dirección de la revista Lucerna, cuéntanos un poco sobre ello.
La revista literaria Lucerna empezó en 2012 y desde entonces hemos mantenido una regularidad de dos números por año y ya vamos por la octava edición. Es un trabajo sacrificado que en los meses de edición puede tornarse extenuante y absorbente, sobre todo porque un escritor e investigador debe hacer también de editor, diagramador, difusor y hasta distribuidor. Pero desde que empecé la revista fui consciente de que así sería y de que los deberes cotidianos y el trabajo no debían constituir ningún obstáculo ni servir de pretexto para que la revista dejara de salir. Ocupaciones y dificultades siempre van a existir para cualquier empresa literaria, pero si uno quiere decir algo diferente y dejar huella, debe sobreponerse a todo. Felizmente en la revista pueden converger mis intereses como creador, crítico y editor. Creo que la literatura no puede ser un pasatiempo, sino un compromiso de vida en el cual hay que dejar lo mejor de nosotros. Hay que vivir para la literatura y no vivir de ella.
Entrevista publicada en Agenda CIX el 17 de febrero de 2016.