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Bienaventuradas sean las reses
Entre las avenidas Balta y Pedro Ruiz no solo se vende sexo, sino también otro tipo de platillos. Dando unos cuantos pasos hacia la segunda avenida, entre la acera izquierda donde diversos ambulantes ofrecen CD y DVD de películas y música piratas, se encuentra la señora Elisa Cruz, fríe que fríe esa enorme y desbordante porción de pancita de res.
Elisa detiene allí su carrito parrillero desde hace más de doce años, cuando su cuñada Herlinda, iniciadora de aquel negocio, sufrió de una enfermedad que la dejó postrada. No le fue difícil aprender el punto exacto de la sazón y preparación de las vísceras de res. Y aunque jamás imaginó dedicarse a ese negocio, cree que Dios la puso en ese lugar, que las cosas no pasan en vano.
En un principio trabajaba para su cuñada pero al cabo de dos años, ella y su esposo compraron su propio carrito. Además, vino a este mundo su segundo hijo. Eran mayores los apremios. Hasta con el recién nacido tuvo que venir a trabajar, sosteniéndolo en la espalda, atado con un chal.
Omar, quien nos acompaña con cámara fotográfica en ristre no sabe si coger el plato rebosante de pancitas o concretar sus tomas.
–Come, brother –le dice Gianfranco–. Están piolín.
No solo están piola sino deliciosas. Si estuviera con mis tragos me pediría hasta cinco porciones. Y es que más caro sale pedir una chela en cualquier pub o bar céntrico.
–Cóbrese –le digo a la señora Elisa dándole tres soles–. Es de los tres.
–Gracias. No deje de venir.
Claro que sí. Avanzamos paso a paso la Pedro Ruiz, rumbo a la plazuela Elías Aguirre. Lo que ahora me apetece es bajar, asentar la pancita con un cigarrillo. Antes de cruzar la siguiente calle le digo a Gian que me preste su encendedor. La noche es un vientre feliz.
* "Bienaventuradas sean las reses" del escritor Stanley Vega se publicó en Agenda CIX el 16 de octubre de 2015.
Elisa detiene allí su carrito parrillero desde hace más de doce años, cuando su cuñada Herlinda, iniciadora de aquel negocio, sufrió de una enfermedad que la dejó postrada. No le fue difícil aprender el punto exacto de la sazón y preparación de las vísceras de res. Y aunque jamás imaginó dedicarse a ese negocio, cree que Dios la puso en ese lugar, que las cosas no pasan en vano.
En un principio trabajaba para su cuñada pero al cabo de dos años, ella y su esposo compraron su propio carrito. Además, vino a este mundo su segundo hijo. Eran mayores los apremios. Hasta con el recién nacido tuvo que venir a trabajar, sosteniéndolo en la espalda, atado con un chal.
Omar, quien nos acompaña con cámara fotográfica en ristre no sabe si coger el plato rebosante de pancitas o concretar sus tomas.
–Come, brother –le dice Gianfranco–. Están piolín.
No solo están piola sino deliciosas. Si estuviera con mis tragos me pediría hasta cinco porciones. Y es que más caro sale pedir una chela en cualquier pub o bar céntrico.
–Cóbrese –le digo a la señora Elisa dándole tres soles–. Es de los tres.
–Gracias. No deje de venir.
Claro que sí. Avanzamos paso a paso la Pedro Ruiz, rumbo a la plazuela Elías Aguirre. Lo que ahora me apetece es bajar, asentar la pancita con un cigarrillo. Antes de cruzar la siguiente calle le digo a Gian que me preste su encendedor. La noche es un vientre feliz.
* "Bienaventuradas sean las reses" del escritor Stanley Vega se publicó en Agenda CIX el 16 de octubre de 2015.