- Quiénes Somos
- Artes Visuales
- Artes Escénicas
- Literatura
-
Secciones
- Cultura vive
- De Propia Vox
- Inusitado fulgor
- Inusitado fulgor: Reseñas
- Directorio cultural
- Barrockeando
- Barranco en Agenda CIX
- Voluntariado en accion
- Agenda CIX: COVID-19
- COVID-19: Demos voz a la esperanza
- #COVIDー19: Eventos
- Testimonios en tiempos del coronavirus
- Trazos en cuarentena
- COVID-19: Múltiples rostros de la incertidumbre >
- COVID-19: Lente en aislamiento
- Silencio Punto Tú
- El PPED está contigo
- Agenda CIX: Elecciones 2018
-
Columnas
- Cultura digital
- Biblioteca digital
- Directorio Digital
- Jota en la palabra
- Los pies entre el cielo y la tierra
- Sublime creatura
- Camara lucida
- Ojos de lagarto
- Enfermedad violeta
- Santo veneno
- De cómo hacer visible lo invisible. Apuntes sobre el teatro
- Tierra de ciegos >
- Linea once
- Mira que bonito
- Fuera de contexto
- Un cronopio me conto
- Todo es ilustrable
- Contacto
Yo no quiero ser una dama
24 de octubre de 2015
Por Alexandra Gonzales Lozano
Tenía trece años cuando invité a bailar a un chico. Recuerdo que fue en un quinceañero, en ese tipo de fiestas en que los chicos están en un lado y las chicas en otro, todos moviendo la cabeza pero sin atreverse a bailar, hasta que yo lo hice. Tenía que hacerlo. Era como una “meta” a corto plazo, fijado en mi mente desde que mi madre me dijo: “si tienes ganas de hacer algo simplemente hazlo, teniendo en cuenta siempre las consecuencias que provocan ciertas acciones”. En este sentido, al tomar esa decisión nadie saldría herido, excepto los pies del chico al que elegiría.
Creo que no le pisé ni siquiera una vez en toda la noche. Algunas chicas desaprobaron mi actitud y me tildaron de “lanzada”. Fue gracioso porque hasta mi hermana se avergonzó tanto que insistió en no ir a ningún quinceañero conmigo. Yo no veía nada de malo en mi actitud hasta que pasaron algunos años y entendí lo que sucedía.
Creo que mi lógica -poco común- me permitió seguir insistiendo en no “esperar” que los hombres propongan una iniciativa. Esa etapa de mi vida la recuerdo bien. Leía mucho más que ahora e idealizaba aún más. Había una película que deseaba ver desesperadamente. Justo era San Valentín y la oferta de las salas de cine era festejar el mes de amor y no de la amistad, así que la promoción permitía acceder al descuento especial solo si ibas en pareja. En ese momento no me importó que no tuviera una. Tenía que encontrar a alguien: mi compañero de carpeta podía ser el candidato perfecto para ir.
Recuerdo que mientras él me ayudaba con unos ejercicios de trigonometría y me exigía concentración yo puse el ticket promocional sobre el libro. Él me miró con curiosidad mientras le echaba una ojeada.
– ¿Quieres ir al cine, conmigo? –le pregunté.
–Vaya, una chica invitando al cine a un chico –gritó un amigo en tanto se apoderaba del ticket.
– ¿Quién? ¿Quién invito a quién? –preguntó alguien.
No logré escuchar si alguien respondía esa pregunta. Solo sentí un fuerte jalón en mi brazo que me obligó a voltear y ver a una de mis amigas mirándome con cara de molestia.
–Tenemos que hablar –me dijo sin soltarme.
Nos detuvimos al llegar al patio. Me soltó y miró a los ojos: “Te pasas, ¿cómo puedes invitar a un hombre al cine? ¿Es que acaso te gusta? ¿Por qué no me lo contaste? ¿No se supone que soy tu amiga?”
Yo quería explicarle, pero ella seguía hablando sin parar y me reprochaba ser una “lanzada”, entre otras cosas más que califiqué de inmadurez: “¿Y sabes qué es lo peor?, que a una de nuestras amigas le gusta el chico al que acabas de invitar. Has cometido dos errores hoy. Te imaginas qué van a decir. Que te mueres por él, que quieres otra cosa. Y hay otro error: no decirnos nada, no consultarnos si puedes salir con él o al menos avisarnos”.
–Espera, ¿tengo que pedir permiso para salir con un chico? –pregunté, burlándome.
–No, –dijo escandalizada– pero las amigas se cuentan todo. Además, se supone que las chicas no invitan a los chicos. Eso hacen los chicos.
–Entiendo –dije dando por terminada la discusión.
Después de esa escandalosa escena aumentaron los contactos en MSN. Mis nuevos “amigos”, que en su mayoría eran chicos, ni bien tenían la primera oportunidad de dialogo me invitaban al cine.
Creo que después de ambas experiencias tuvieron que pasar algunos años más para descarrilarme un poquito del camino perfectamente señalado por mujeres que saben hacer lo “correcto” o como dicen ellas, “comportarse como una dama”. Todo se salió de control debido a que yo no quería ser una dama.
Recientemente salí con unos amigos que son de ese tipo de personas que hablan de todo de manera amplia y directa, y eso hace que nos llevemos bien puesto que a mí no me gustan mucho las delicadezas porque eso implica fingir un poquito y no soy buena siendo delicada ni fingiendo. Fue justamente en una de esas conversaciones nocturnas en que conocí a la enamorada de uno de ellos. La chica estudiaba Administración y se habían conocido por algunos amigos que tenían en común.
La velada fue trascurriendo entre relatos de experiencias ocurridas en la universidad. Se unió a nosotros el primo de uno de ellos, quien nos contó una historia vivida durante los días que había trabajado en la sierra. Sus expresiones eran un poco grotescas y muy descriptivas, pero su relato era realmente bueno, hasta que hizo un comentario despectivo sobre las mujeres y uno de mis amigos no demoró en pronunciarse.
–Oye no seas huevón y exprésate bien frente a las señoritas –dijo en broma J.B. mientras su enamorada miraba disgustada al susodicho.
–Sí pues, no seas tan huevón –dije sonriendo a la enamorada de J.B. que de manera automática se puso de pie y cogió su cartera.
Todos nos quedamos mirando como ella se dirigía hacia la puerta mientras mi amigo se ponía rojo de la vergüenza.
–Ve tras ella –le dije con voz ronca.
Salió detrás de su enamorada y después de algunos minutos volvió algo pálido.
–Está molesta –dijo casi sin mirarnos– y quiere irse a casa.
–Bien, te dije que las mujeres son algo apuradas y siempre andan histéricas –comentó el primo que ni siquiera se daba cuenta que era el causante de todo.
Nadie sonrió. Todos miramos a J.B. quien dirigió su mirada como pidiéndome que por favor hablara con su chica, que no podían irse así.
–No lo haré –le respondí.
–Por favor, habla con ella –suplicó.
–Sí, te escuchará porque tú eres mujer –dijo el primo metiche.
–Cuida tu boca. Ese es un comentario machista –espeté mirándole con cara de pocos amigos.
– ¡Uy, perdón feminista! –agregó tratando de ser sarcástico.
–Acabas de decir algo que ni siquiera sabes qué significa –dije sonriendo con sarcasmo.
–Después discuten, ¿sí? –intervino desesperado J.B. – ahora por favor ve a hablar con ella.
–Bien, bien, lo haré, pero ya sabes de antemano que yo no sé qué decir ante situaciones así –acoté a regañadientes.
–Hey –dije apenas vi a la enamorada de mi amigo, cruzada de brazos, mirando a los carros pasar–, hace un poco de frío aquí, ¿no crees?
–Sí –me dijo sin mirarme–, solo un poco.
– ¿Te incomodó lo que pasó adentro? –pregunté torpemente–. A veces se pasan un poco, pero no es para tanto. A veces son un poco tontos, pero no son tan groseros como piensas.
–Ya veo –me dijo mirándome–, veo que te llevas muy bien con ellos.
–Bueno, somos amigos, y casi siempre conversamos.
–Sí, me di cuenta de eso. Por eso también dijiste esa palabra –dijo casi en un susurro.
– ¿Cuál? –Pregunté casi sonriendo al notar su timidez al hablar– ¿Huevón?
Me miró escandalizada y después pareció tranquilizarse porque asintió con la cabeza y me preguntó: ¿eres lesbiana?
No –respondí riéndome-, claro que no.
– ¿En serio? Es que la manera como hablas, como estás vestida –argumentó mirando mis botas militares–, y como llevas el cabello, algo desordenado, la manera en que te ríes. No quiero ofenderte pero me parece raro, hasta lisuras hablas.
–Me da risa lo que dices. La verdad es que no soy lesbiana, me gustan los hombres – le dije mientras J.B. se acercaba a su enamorada.
– ¿Todo bien? –preguntó al ver que ambas manteníamos cierta distancia.
–Sí –contestó la enamorada de J.B. –. Ella no es lesbiana.
–Te lo dije amor, le gustan los hombres –dijo J.B. guiñándome un ojo.
–O sea, tú sabías que tu enamorada pensaba que yo era…
–Lo siento, es que le conté de ti, de cómo eres, de que te gusta conversar con nosotros, de que…
–Eres un huevón –dije alzando la voz, dejando a ambos fuera del restaurante.
Después de esa noche comprendí que a pesar de los años siguen habiendo personas encasilladas. Lo que hacemos o las actitudes que tenemos no se determinan por nuestro sexo. No existe un patrón de comportamiento para nadie. Lo bueno es que seguimos avanzando, sobre todo las mujeres que día a día rompemos paradigmas y dejamos de lado ciertos estereotipos.
Al menos yo no quiero ser una dama. Yo solo quiero ser una mujer libre que hace siempre lo que quiere pero teniendo en cuenta las consecuencias de sus actos.
Recientemente me enteré que J.B. terminó con su enamorada. Aún no sabemos las razones. Ha prometido darnos detalles en la próxima salida programada para fin de mes. Espero que tenga una buena historia que contar.
Creo que no le pisé ni siquiera una vez en toda la noche. Algunas chicas desaprobaron mi actitud y me tildaron de “lanzada”. Fue gracioso porque hasta mi hermana se avergonzó tanto que insistió en no ir a ningún quinceañero conmigo. Yo no veía nada de malo en mi actitud hasta que pasaron algunos años y entendí lo que sucedía.
Creo que mi lógica -poco común- me permitió seguir insistiendo en no “esperar” que los hombres propongan una iniciativa. Esa etapa de mi vida la recuerdo bien. Leía mucho más que ahora e idealizaba aún más. Había una película que deseaba ver desesperadamente. Justo era San Valentín y la oferta de las salas de cine era festejar el mes de amor y no de la amistad, así que la promoción permitía acceder al descuento especial solo si ibas en pareja. En ese momento no me importó que no tuviera una. Tenía que encontrar a alguien: mi compañero de carpeta podía ser el candidato perfecto para ir.
Recuerdo que mientras él me ayudaba con unos ejercicios de trigonometría y me exigía concentración yo puse el ticket promocional sobre el libro. Él me miró con curiosidad mientras le echaba una ojeada.
– ¿Quieres ir al cine, conmigo? –le pregunté.
–Vaya, una chica invitando al cine a un chico –gritó un amigo en tanto se apoderaba del ticket.
– ¿Quién? ¿Quién invito a quién? –preguntó alguien.
No logré escuchar si alguien respondía esa pregunta. Solo sentí un fuerte jalón en mi brazo que me obligó a voltear y ver a una de mis amigas mirándome con cara de molestia.
–Tenemos que hablar –me dijo sin soltarme.
Nos detuvimos al llegar al patio. Me soltó y miró a los ojos: “Te pasas, ¿cómo puedes invitar a un hombre al cine? ¿Es que acaso te gusta? ¿Por qué no me lo contaste? ¿No se supone que soy tu amiga?”
Yo quería explicarle, pero ella seguía hablando sin parar y me reprochaba ser una “lanzada”, entre otras cosas más que califiqué de inmadurez: “¿Y sabes qué es lo peor?, que a una de nuestras amigas le gusta el chico al que acabas de invitar. Has cometido dos errores hoy. Te imaginas qué van a decir. Que te mueres por él, que quieres otra cosa. Y hay otro error: no decirnos nada, no consultarnos si puedes salir con él o al menos avisarnos”.
–Espera, ¿tengo que pedir permiso para salir con un chico? –pregunté, burlándome.
–No, –dijo escandalizada– pero las amigas se cuentan todo. Además, se supone que las chicas no invitan a los chicos. Eso hacen los chicos.
–Entiendo –dije dando por terminada la discusión.
Después de esa escandalosa escena aumentaron los contactos en MSN. Mis nuevos “amigos”, que en su mayoría eran chicos, ni bien tenían la primera oportunidad de dialogo me invitaban al cine.
Creo que después de ambas experiencias tuvieron que pasar algunos años más para descarrilarme un poquito del camino perfectamente señalado por mujeres que saben hacer lo “correcto” o como dicen ellas, “comportarse como una dama”. Todo se salió de control debido a que yo no quería ser una dama.
Recientemente salí con unos amigos que son de ese tipo de personas que hablan de todo de manera amplia y directa, y eso hace que nos llevemos bien puesto que a mí no me gustan mucho las delicadezas porque eso implica fingir un poquito y no soy buena siendo delicada ni fingiendo. Fue justamente en una de esas conversaciones nocturnas en que conocí a la enamorada de uno de ellos. La chica estudiaba Administración y se habían conocido por algunos amigos que tenían en común.
La velada fue trascurriendo entre relatos de experiencias ocurridas en la universidad. Se unió a nosotros el primo de uno de ellos, quien nos contó una historia vivida durante los días que había trabajado en la sierra. Sus expresiones eran un poco grotescas y muy descriptivas, pero su relato era realmente bueno, hasta que hizo un comentario despectivo sobre las mujeres y uno de mis amigos no demoró en pronunciarse.
–Oye no seas huevón y exprésate bien frente a las señoritas –dijo en broma J.B. mientras su enamorada miraba disgustada al susodicho.
–Sí pues, no seas tan huevón –dije sonriendo a la enamorada de J.B. que de manera automática se puso de pie y cogió su cartera.
Todos nos quedamos mirando como ella se dirigía hacia la puerta mientras mi amigo se ponía rojo de la vergüenza.
–Ve tras ella –le dije con voz ronca.
Salió detrás de su enamorada y después de algunos minutos volvió algo pálido.
–Está molesta –dijo casi sin mirarnos– y quiere irse a casa.
–Bien, te dije que las mujeres son algo apuradas y siempre andan histéricas –comentó el primo que ni siquiera se daba cuenta que era el causante de todo.
Nadie sonrió. Todos miramos a J.B. quien dirigió su mirada como pidiéndome que por favor hablara con su chica, que no podían irse así.
–No lo haré –le respondí.
–Por favor, habla con ella –suplicó.
–Sí, te escuchará porque tú eres mujer –dijo el primo metiche.
–Cuida tu boca. Ese es un comentario machista –espeté mirándole con cara de pocos amigos.
– ¡Uy, perdón feminista! –agregó tratando de ser sarcástico.
–Acabas de decir algo que ni siquiera sabes qué significa –dije sonriendo con sarcasmo.
–Después discuten, ¿sí? –intervino desesperado J.B. – ahora por favor ve a hablar con ella.
–Bien, bien, lo haré, pero ya sabes de antemano que yo no sé qué decir ante situaciones así –acoté a regañadientes.
–Hey –dije apenas vi a la enamorada de mi amigo, cruzada de brazos, mirando a los carros pasar–, hace un poco de frío aquí, ¿no crees?
–Sí –me dijo sin mirarme–, solo un poco.
– ¿Te incomodó lo que pasó adentro? –pregunté torpemente–. A veces se pasan un poco, pero no es para tanto. A veces son un poco tontos, pero no son tan groseros como piensas.
–Ya veo –me dijo mirándome–, veo que te llevas muy bien con ellos.
–Bueno, somos amigos, y casi siempre conversamos.
–Sí, me di cuenta de eso. Por eso también dijiste esa palabra –dijo casi en un susurro.
– ¿Cuál? –Pregunté casi sonriendo al notar su timidez al hablar– ¿Huevón?
Me miró escandalizada y después pareció tranquilizarse porque asintió con la cabeza y me preguntó: ¿eres lesbiana?
No –respondí riéndome-, claro que no.
– ¿En serio? Es que la manera como hablas, como estás vestida –argumentó mirando mis botas militares–, y como llevas el cabello, algo desordenado, la manera en que te ríes. No quiero ofenderte pero me parece raro, hasta lisuras hablas.
–Me da risa lo que dices. La verdad es que no soy lesbiana, me gustan los hombres – le dije mientras J.B. se acercaba a su enamorada.
– ¿Todo bien? –preguntó al ver que ambas manteníamos cierta distancia.
–Sí –contestó la enamorada de J.B. –. Ella no es lesbiana.
–Te lo dije amor, le gustan los hombres –dijo J.B. guiñándome un ojo.
–O sea, tú sabías que tu enamorada pensaba que yo era…
–Lo siento, es que le conté de ti, de cómo eres, de que te gusta conversar con nosotros, de que…
–Eres un huevón –dije alzando la voz, dejando a ambos fuera del restaurante.
Después de esa noche comprendí que a pesar de los años siguen habiendo personas encasilladas. Lo que hacemos o las actitudes que tenemos no se determinan por nuestro sexo. No existe un patrón de comportamiento para nadie. Lo bueno es que seguimos avanzando, sobre todo las mujeres que día a día rompemos paradigmas y dejamos de lado ciertos estereotipos.
Al menos yo no quiero ser una dama. Yo solo quiero ser una mujer libre que hace siempre lo que quiere pero teniendo en cuenta las consecuencias de sus actos.
Recientemente me enteré que J.B. terminó con su enamorada. Aún no sabemos las razones. Ha prometido darnos detalles en la próxima salida programada para fin de mes. Espero que tenga una buena historia que contar.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional
Click to set custom HTML