- Quiénes Somos
- Artes Visuales
- Artes Escénicas
- Literatura
-
Secciones
- Cultura vive
- De Propia Vox
- Inusitado fulgor
- Inusitado fulgor: Reseñas
- Directorio cultural
- Barrockeando
- Barranco en Agenda CIX
- Voluntariado en accion
- Agenda CIX: COVID-19
- COVID-19: Demos voz a la esperanza
- #COVIDー19: Eventos
- Testimonios en tiempos del coronavirus
- Trazos en cuarentena
- COVID-19: Múltiples rostros de la incertidumbre >
- COVID-19: Lente en aislamiento
- Silencio Punto Tú
- El PPED está contigo
- Agenda CIX: Elecciones 2018
-
Columnas
- Cultura digital
- Biblioteca digital
- Directorio Digital
- Jota en la palabra
- Los pies entre el cielo y la tierra
- Sublime creatura
- Camara lucida
- Ojos de lagarto
- Enfermedad violeta
- Santo veneno
- De cómo hacer visible lo invisible. Apuntes sobre el teatro
- Tierra de ciegos >
- Linea once
- Mira que bonito
- Fuera de contexto
- Un cronopio me conto
- Todo es ilustrable
- Contacto
“El Retrato de Dorian Gray” o el bello demonio de Wilde
EN UNA CARTA, Wilde afirma que los tres personajes principales de “El Retrato de Dorian Gray” son un reflejo multiplicado de algunas de sus fases: reales, ficticias o hipotéticas. Él escribió: "Basil Hallward es lo que creo que soy; Lord Henry lo que el mundo piensa de mí; Dorian lo que me gustaría ser en otras edades, tal vez." Y es que un autor termina por manifestarse en su obra, pero aquél es un reflejo sucio de influencias literarias. Es así que el temperamento del protagonista de la novela era una simbiosis moderna entre el “Fausto” diabólico de Goethe y el Narciso de Ovidio en “La Metamorfosis”. Y si a esto le agregamos que el autor hizo una previa lectura de la obra “A Contrapelo” de Joris-Karl Huysmans (publicada en 1884, biblia del decadentismo, donde se exponen “teorías vitalistas y neopaganas: el hedonismo como eje de la vida y el culto apasionado a la belleza y a la juventud como móviles del individuo”), pues ya tenemos una imagen adulterada en cierto porcentaje. Sin embargo, esto no deja de ser, dentro de aquella ilusión llena de dandismo, un juego de espejos rápidos, porque Wilde se repite en los tres personajes y uno de ellos, a su vez, desemboca en otro espejo: el mágico cuadro de Basil Hallward.
Pero lo que es visto como un reflejo, desde la perspectiva de Carl Jung, más bien, podría entenderse como una sombra, pues él afirma: “Todo individuo es seguido de una sombra, pero cuanto menos es ésta incorporada a la vida consciente de aquél, tanto más negra y espesa es.”
El reflejo y la sombra nos dan la idea de la dualidad en el ser humano, hecho que pinta de cuerpo entero la hipocresía humana, pues solemos esconder nuestros defectos en la sombra y ocultamos el cuadro que carga con nuestros pecados, en un espacio tenebroso, lugar al que nadie tiene acceso. Este mecanismo de defensa también termina por graficar la situación del contexto donde se desenvolvía Wilde: la Sociedad Victoriana. ¿Y a qué nos referimos? Pues en el siglo XIX, en Londres, coexistían dos formas de vida, como si fueran dos mitades de luna antagónicas y dispares: Por un lado estaba la gente de los suburbios y los barrios abandonados por la ventura, habitantes que erraban buscando sostenerse en su austeridad u olvidaban la realidad sumergidos en el opio. Por el otro, tenemos, lleno de vanidad y arrogancia, el modo de vida aristocrático del Jardín de Capri, licoreras holandesas, mesita de marquetería y vino del Rin con seltz.
Es así que, esta obra aparentemente superficial, donde también se exalta a la belleza y el placer como las más grandes virtudes, donde desprecian el amor y la pasión y en su lugar se ubica la experimentación de nuevas sensaciones, esta novela ícono de la narrativa gótica y de un romanticismo decadentista, me ha parecido muy entretenida acaso. Entre sus más osados epigramas Wilde, a través de Lord Henry Wotton, nos dice: "la única forma de escapar de una tentación es dejarse arrastrar por ella", “Cuando uno está enamorado, siempre empieza por engañarse a sí mismo y termina por engañar a los demás”, y esa frase que me hizo reír, pero también me puso a pensar: “Un hombre puede ser feliz con una mujer mientras no la ame”.
Como se trata de una obra revestida de un ideal estético hiperbólico y un acento superficial de encantación melódica, se exalta a la belleza y el placer, en un culto hedonista sin límites. Dorian Gray se convierte en un ser superior gracias a la pluma de Wilde, sólo por tener un rostro cautivador y una figura admirable.
Con respecto a lo esencial de la trama, podemos decir que es la historia de un joven a quien le aterra la idea de que un día perderá su belleza y desea que el cuadro en el que está siendo retratado, cargue con el envejecimiento que él desprecia. Lord Henry sentencia: “la juventud es lo más precioso que se puede poseer. (...) cuando sea viejo y feo y esté lleno de arrugas, (...), lo sentirá terriblemente.” Pero la obra da un giro cuando Sibyl Vane, una actriz pobre de quien el protagonista se había enamorado, termina suicidándose al ser despreciada por él, pues había dado una pésima interpretación de Julieta en el drama shakesperiano. Desde el rechazo a la actriz, el cuadro inicia su mutación con una mueca de tenue desprecio en el rostro de la imagen y, desde el suicidio de Vane, Gray inicia la experimentación de todos los placeres, decepcionado del amor, apesadumbrado ante la tragedia de aquella muerte (“yo mato toda posibilidad de amar”), e incentivado por un libro monstruoso que le obsequia Lord Henry (el Mefistófeles de la historia). Dicho regalo, en la vida real de Wilde, había sido el texto de Joris-Karl Huysmans, citado unas líneas arriba. Y desde allí, se puede afirmar que él pierde su alma y es visto como un elemento nocivo y pernicioso para toda la sociedad. Así, todo este conjunto de situaciones, será el marco ideal para que Dorian asesine a Basil, utilizando el mismo cuchillo con que destruirá el cuadro, acabando a su vez con él mismo.
Sin embargo, todos aquellos elementos no siempre estuvieron presentes en la obra; toda ella ha sido susceptible de cambios, ya sea por las exigencias de Wilde, o para justificar los argumentos expuestos en la historia. En la primera edición de la obra (20 de junio de 1890, Lippincott's Monthly Magazineel) hubo tan solo 13 capítulos. Un año después se le agregan 6 más, donde el último se divide en dos. Se afirma que esto prolongó la agonía del personaje e hizo más verosímil y menos inmediato el desenlace. Dentro de las modificaciones, contamos el hecho de haber menguado el tono homoerótico en algunos pasajes. El pintor Basil cambió su ruego "no se lleve a la única persona que hace mi vida absolutamente encantadora para mí" por otro, de aspecto más artístico y menos pasional: "una persona que da a mi arte sea cual sea el encanto que pueda poseer: mi vida como un artista depende de él".
Allí también se le agregó el famoso PREFACIO, donde expone una especie de poética que justifica la inexistencia de obras morales o inmorales, así como el absurdo de condenar a un hombre por lo que escribe, pues la literatura tiene un fin en sí mismo y su redención estética se encuentra más allá de cualquier prejuicio. El autor de “La importancia de llamarse Ernesto” estaba plenamente convencido de que el arte podía transmutar la realidad. Y él lo intentó a través del preciosismo y el ritmo cadencioso de su finísima prosa.
Pero pocos lograron comprender sus ideales. Wilde fue condenado a prisión y estuvo en tres cárceles distintas: Pentoville, Wandworth y finalmente en Reading. En cautiverio, soportó la muerte de su madre y esbozó una tenue sonrisa al saber que “Salomé” se había estrenado con gran éxito en París. Me lo imagino, en el sillón de los acusados, en pleno proceso, el 20 de mayo de 1895, observando la cara pálida del juez que se ha puesto una túnica negra, como el barrunto de un fatal destino. El autor se ha colocado las medias de lana hasta las rodillas y tiene un saco de solapas grandes, cubierto con un abrigo de atrascán marrón con risos en la superficie y los bordes. Piensa en si debería sacar o no los cigarrillos de boquilla dorada, mientras contempla la bóveda color bermellón y las paredes lacadas en verde oliva. Las manos blancas del artista mueven sus finos dedos con un temblor mágico que denota nerviosismo, pero su voz se oye agradable y el acento revela esa densidad ligera de su alma. En su pecho arde el fuego arrebolado de la pasión por la belleza, su dios y su más grande devoción. Así lo expresaría más tarde en uno de sus últimos libros, “De profundis”, dedicado a Lord Alfred Bruce Douglas, hijo del marqués de Queensberry, quien habría sido la principal causa de su ruina económica y social. Wilde, a manera de un poético reclamo, intenta explicarle a su otrora amante:
“De sobra sabías lo que significaba para mí el arte: el medio glorioso por el cual yo me había manifestado, primero a mí mismo y después al mundo. La gran pasión de mi vida, el amor junto al cual todas las demás manifestaciones del amor eran como agua cenagosa junto al vino escarlata o como un gusano de luz en el pantano, junto al mágico reflejo de la luna.”
Chiclayo, 16 de marzo de 2015