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DÍA 2: LEER AL AMOR
Por estos días los cronopios están muy volubles: es verano y se han enamorado de las flores de la pradera y de los dientes de león que se deshacen con cualquier silbido del viento. Es enero y los cronopios han decidido desempolvar libros. Esta vez los encontré encerrados en mi biblioteca. Su personalidad briosa había sido templada por sus suspiros, así que me senté tranquilamente en el sillón para observarlos. Siempre he tenido ese gusto raro de mirar detenidamente todo lo que hacen. Quiero entenderlos, y así murieron varias horas del día mientras me concentraba en sus extraños ojos grandes.
Uno -el menos concentrado- se dio cuenta de mi presencia y me alcanzó un libro diciendo: “Lee al amor”. Fue muy extraño, aunque de todos modos ellos siempre dicen cosas que no llego a comprender totalmente. Abrí el libro de manera maquinal y, luego de echar un último vistazo a mis visitantes, me encomendé a la tarea de empezar a leer. Cada vez que lo hago, el tiempo empieza a aletear sin parar.
Me trasladé muchos siglos atrás. Conocí a Marianela, a “La Nela”, y para ser sincera, me encanta cuando me encuentro en algunos libros, cuando siento que algo en ese personaje permite recordarme. Tal vez, pudo ser mi hermana gemela de otros tiempos, o simplemente yo, un poco más adulta, un poco más lejana.
Pasó mucho tiempo para comprender a Marianela. Ese amor incondicional que tenía solo le alcanzaba para dárselo a los demás y ni un ápice quedaba para ella. Me costó también, descubrir en Pablo, su “señorito”, el comportamiento de la mayoría de seres humanos, por naturaleza egoístas.
Dolía a nivel tisular el sufrimiento de alguno de los personajes. Lastimaba porque no quedaba allí. No era solo una novela, era la vida siendo contada y entonces comprendí de golpe que ellos no se referían a leer textos atestados de romanticismo -ellos nunca son lo que parecen- sino se referían a la literatura misma, a los libros: seres pequeños o grandes, llenos de cosas que escribe la gente para liberarse y liberar a los demás, sin recibir nada a cambio.
Esta vez, los cronopios me enseñaron que los libros son hechos para sangrar o coser heridas, y la única vida que tienen es la que les damos nosotros, los lectores. Leer te saca de la rutina, de la monotonía de todo esto que nos es heredado. Ahora estoy sentada en mi escritorio, escuchando como la voz de Joaquín Sabina raspa el aire y me siento contenta de poder escaparme e ir a Macondo, París o hacia Mordor con tan solo abrir un libro, ¿quién puede querer más? Cada uno ama a su modo aquello que los hace libres. Amar las palabras, las metáforas, las rimas es libertad; entonces, si nada nos puede salvar de la muerte, que un libro nos salve de la vida, esta vida que nos empuja, que nos pide saltar, gritar, llorar; esta vida que nunca se complace, que nos hace ver seres extraordinarios, como el que ahora me mira sorprendido y descubre algo que no había percibido en mí antes, y empiezo a sentirme diferente también, y es estupendo. Espero que lo siga siendo…
Uno -el menos concentrado- se dio cuenta de mi presencia y me alcanzó un libro diciendo: “Lee al amor”. Fue muy extraño, aunque de todos modos ellos siempre dicen cosas que no llego a comprender totalmente. Abrí el libro de manera maquinal y, luego de echar un último vistazo a mis visitantes, me encomendé a la tarea de empezar a leer. Cada vez que lo hago, el tiempo empieza a aletear sin parar.
Me trasladé muchos siglos atrás. Conocí a Marianela, a “La Nela”, y para ser sincera, me encanta cuando me encuentro en algunos libros, cuando siento que algo en ese personaje permite recordarme. Tal vez, pudo ser mi hermana gemela de otros tiempos, o simplemente yo, un poco más adulta, un poco más lejana.
Pasó mucho tiempo para comprender a Marianela. Ese amor incondicional que tenía solo le alcanzaba para dárselo a los demás y ni un ápice quedaba para ella. Me costó también, descubrir en Pablo, su “señorito”, el comportamiento de la mayoría de seres humanos, por naturaleza egoístas.
Dolía a nivel tisular el sufrimiento de alguno de los personajes. Lastimaba porque no quedaba allí. No era solo una novela, era la vida siendo contada y entonces comprendí de golpe que ellos no se referían a leer textos atestados de romanticismo -ellos nunca son lo que parecen- sino se referían a la literatura misma, a los libros: seres pequeños o grandes, llenos de cosas que escribe la gente para liberarse y liberar a los demás, sin recibir nada a cambio.
Esta vez, los cronopios me enseñaron que los libros son hechos para sangrar o coser heridas, y la única vida que tienen es la que les damos nosotros, los lectores. Leer te saca de la rutina, de la monotonía de todo esto que nos es heredado. Ahora estoy sentada en mi escritorio, escuchando como la voz de Joaquín Sabina raspa el aire y me siento contenta de poder escaparme e ir a Macondo, París o hacia Mordor con tan solo abrir un libro, ¿quién puede querer más? Cada uno ama a su modo aquello que los hace libres. Amar las palabras, las metáforas, las rimas es libertad; entonces, si nada nos puede salvar de la muerte, que un libro nos salve de la vida, esta vida que nos empuja, que nos pide saltar, gritar, llorar; esta vida que nunca se complace, que nos hace ver seres extraordinarios, como el que ahora me mira sorprendido y descubre algo que no había percibido en mí antes, y empiezo a sentirme diferente también, y es estupendo. Espero que lo siga siendo…