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Hijo de Viernes
Por: Miguel Ildefonso
Hijo de viernes (Alejo Ediciones, 2015) es el esperado libro del poeta y periodista Julio Villar (Lima, 1971). Y digo esperado, pues vimos su nacimiento en la década del 90, cuando Julio editaba la revista literaria Péndulo y organizaba recitales poéticos en aquellos años aciagos de violencia política y dictadura, y no existía el internet que ha acelerado la vida, tanto que el olvido llega más rápido ahora.
Pero Julio sabe que la poesía se escribe para permanecer; por eso, aquí nos ofrece esta obra fruto del amor y la paciencia. Y no es gratuito decir esto: el tiempo es clave para entender la pasión que impulsa al poeta a convocar, una y otra vez, a la amada con sus versos. Como dice la poeta Isabel Matta en el colofón: “Hijo de viernes está colmado de poemas expresivos y detallistas que le hablan a ‘ella’ a través del ‘tú’ como un monólogo íntimo que exalta al cuerpo de la mujer, el goce sexual y la sensualidad. Sus versos denotan la voracidad por la carne, el fruto y colocan a las formas femeninas sobre un altar pero también lo relacionan con lo prohibido, con lo pecaminoso, con la perdición, con las ‘noctámbulas rosas desnudas’, como él las llama.”
El poeta y crítico Héctor Ñaupari, en el prólogo, hace notar un aspecto más del tema central del presente poemario: “Hay en Hijo de viernes esa elegancia resultado tanto del aprendizaje del modernismo, como la del rito religioso que une el sexo delicioso con la unción devota (…) tanto del juego maravilloso y libre de la poesía pura, enardecida en la palabra, como tesoro recién descubierto”.
El tiempo, que se plantea como otro tema desde el título mismo, se evidencia a través del inexorable flujo de la conciencia que abarca tanto a los cuerpos que se desean, como a las fracturas del mundo. Hay un desesperado palpitar que nace al capturar ese éxtasis que vive el presente, y que sabe que morirá ante la visión apocalíptica de esta urbe posmoderna. ¿Por qué viernes? Quizás porque al finalizar la semana se abre esa dimensión que rompe lo cotidiano, y accedemos al ritual milenario del amor y de la poesía. De ahí que la estética coloquial de Julio derive en algunos textos hacia los mitos, al mundo primigenio. Y es que todo amor nos remitirá siempre al origen. Y por eso Julio nos está entregando esta su ópera prima para quedarse como un primer paso en el parnaso del nuevo milenio, luego de muchos años de haber emprendido el camino de la poesía.
Hijo de viernes (Alejo Ediciones, 2015) es el esperado libro del poeta y periodista Julio Villar (Lima, 1971). Y digo esperado, pues vimos su nacimiento en la década del 90, cuando Julio editaba la revista literaria Péndulo y organizaba recitales poéticos en aquellos años aciagos de violencia política y dictadura, y no existía el internet que ha acelerado la vida, tanto que el olvido llega más rápido ahora.
Pero Julio sabe que la poesía se escribe para permanecer; por eso, aquí nos ofrece esta obra fruto del amor y la paciencia. Y no es gratuito decir esto: el tiempo es clave para entender la pasión que impulsa al poeta a convocar, una y otra vez, a la amada con sus versos. Como dice la poeta Isabel Matta en el colofón: “Hijo de viernes está colmado de poemas expresivos y detallistas que le hablan a ‘ella’ a través del ‘tú’ como un monólogo íntimo que exalta al cuerpo de la mujer, el goce sexual y la sensualidad. Sus versos denotan la voracidad por la carne, el fruto y colocan a las formas femeninas sobre un altar pero también lo relacionan con lo prohibido, con lo pecaminoso, con la perdición, con las ‘noctámbulas rosas desnudas’, como él las llama.”
El poeta y crítico Héctor Ñaupari, en el prólogo, hace notar un aspecto más del tema central del presente poemario: “Hay en Hijo de viernes esa elegancia resultado tanto del aprendizaje del modernismo, como la del rito religioso que une el sexo delicioso con la unción devota (…) tanto del juego maravilloso y libre de la poesía pura, enardecida en la palabra, como tesoro recién descubierto”.
El tiempo, que se plantea como otro tema desde el título mismo, se evidencia a través del inexorable flujo de la conciencia que abarca tanto a los cuerpos que se desean, como a las fracturas del mundo. Hay un desesperado palpitar que nace al capturar ese éxtasis que vive el presente, y que sabe que morirá ante la visión apocalíptica de esta urbe posmoderna. ¿Por qué viernes? Quizás porque al finalizar la semana se abre esa dimensión que rompe lo cotidiano, y accedemos al ritual milenario del amor y de la poesía. De ahí que la estética coloquial de Julio derive en algunos textos hacia los mitos, al mundo primigenio. Y es que todo amor nos remitirá siempre al origen. Y por eso Julio nos está entregando esta su ópera prima para quedarse como un primer paso en el parnaso del nuevo milenio, luego de muchos años de haber emprendido el camino de la poesía.
Podrías contarnos cómo fue la escritura de Hijo de viernes. ¿Y por qué el título?
Hijo de viernes es un conjunto de poemas escritos en el primer tercio de los años 90. Fruto de experiencias vividas y ajenas, que fui poetizando, pretendiendo alcanzar la más integra autenticidad de lo sentido en ese momento, sin caer en lo puramente romántico, que te lleva a esa fantasía insustancial, que no se ajusta a mi gusto; en todo caso, buscaba develar aquello que los amantes no se atreven a contar, sin pretensiones de ser el triunfador de la contienda, sino donde el amor, la pasión y el deseo, a veces infames, sean lo que predominen en cada texto. Ese fue el camino que pretendí. Viernes viene de Venus, y como sabemos ella es la diosa del belleza, del amor y de la fertilidad, a su vez tiene a su hijo Cupido que viene hacer como el personaje encarnado del libro, mayormente son los viernes, los días en que, como señalas, se rompe con lo cotidiano y nos entregamos al ritual del amor y la poesía, que es producto de la temática fundamental de este libro.
¿Qué nos puedes contar de tu experiencia como editor de la revista Péndulo?
La revista Péndulo fue un proyecto ambicioso, en una época dura, de golpes de estado, de terrorismo, de incertidumbre y de una economía muy apretada. No contábamos con los alcances de la tecnología de hoy, donde los costos de impresión de por sí eran muy altos, ya que se quería imprimir en formato comercial A4, papel cauche y bond de 80 gramos. Nunca antes en San Marcos se había editado una revista estudiantil de esa calidad, como me diría Winston Orrillo, ¡estás loco muchacho, es mucho presupuesto! Pero tantas fueron mi ganas al ver tantos jóvenes talentosos amantes de literatura y otras artes, con ansias de mostrar sus trabajos y con tan pocos espacios para ello, que me armé de locura y machote en mano y sin ningún sol en el bolsillo, con el único objetivo de convertirnos en la gran vitrina literaria de los 90, logramos conjuntamente con Santiago Risso, Pool Gibson diagramador del diario la Republica y la colaboración de algunos auspiciadores, lograr lo que parecía imposible, editar la Revista Cultural Péndulo, en el año 1992. Péndulo fue una revista que tenía un concepto editorial plural, siendo irrelevante posición política alguna, efervescente por esos años. En la revista colaboraron más de una veintena de jóvenes narradores, poetas, pintores, caricaturistas, ensayistas, cineastas comunicadores, a la fecha destacados profesionales, muchos de ellos a la Ganadores de premios nacionales e internacionales en sus respectivas disciplinas. Podemos nombrar a Miguel Det, Paolo de Lima, Miguel Ildefonso, Héctor Ñaupari, Santiago Risso, Isabel Matta, Rubén Grajeda, Marcos Condori, Juan Vega, Carlos Oliva, por citar algunos. La revista fue presentada en el salón de grados de la Facultad de Letras de la UNMSM; estuvieron en la mesa los periodistas y poetas catedráticos de la facultad de comunicación social Winston Orillo y Manuel Jesús Orbegoso, David Blanco quien era el jefe de redacción, Santiago Risso quien era el editor y yo el director de la revista. Fue un lleno total en el auditorio, las revistas fueron distribuidas en universidades como la de Lima, Católica, San Martín, Villarreal y Garcilaso. Fueron vendidas los 1000 ejemplares impresos; fue sin duda por esos años, juntamente con la revista Arco Crítico de la universidad Católica, que salió meses después, la revista más importante de la generación del noventa, tanto por los buenos artículos, la convocatoria dada la coyuntura de esos años, el atrevimiento de imprimir en formato comercial con tan poco presupuesto, como por la calidad de los que escribieron en ella, en su mayoría integrantes del grupo poético Neón. Para mí la revista Péndulo fue un acto poético, fruto del amor al arte, como diría Silvio Rodríguez: “ Hay locuras que son poesía, hay locuras también de dolor, hay locuras que imprimen dulces quemaduras, locuras de diosas y de dios”.
Hijo de viernes es un conjunto de poemas escritos en el primer tercio de los años 90. Fruto de experiencias vividas y ajenas, que fui poetizando, pretendiendo alcanzar la más integra autenticidad de lo sentido en ese momento, sin caer en lo puramente romántico, que te lleva a esa fantasía insustancial, que no se ajusta a mi gusto; en todo caso, buscaba develar aquello que los amantes no se atreven a contar, sin pretensiones de ser el triunfador de la contienda, sino donde el amor, la pasión y el deseo, a veces infames, sean lo que predominen en cada texto. Ese fue el camino que pretendí. Viernes viene de Venus, y como sabemos ella es la diosa del belleza, del amor y de la fertilidad, a su vez tiene a su hijo Cupido que viene hacer como el personaje encarnado del libro, mayormente son los viernes, los días en que, como señalas, se rompe con lo cotidiano y nos entregamos al ritual del amor y la poesía, que es producto de la temática fundamental de este libro.
¿Qué nos puedes contar de tu experiencia como editor de la revista Péndulo?
La revista Péndulo fue un proyecto ambicioso, en una época dura, de golpes de estado, de terrorismo, de incertidumbre y de una economía muy apretada. No contábamos con los alcances de la tecnología de hoy, donde los costos de impresión de por sí eran muy altos, ya que se quería imprimir en formato comercial A4, papel cauche y bond de 80 gramos. Nunca antes en San Marcos se había editado una revista estudiantil de esa calidad, como me diría Winston Orrillo, ¡estás loco muchacho, es mucho presupuesto! Pero tantas fueron mi ganas al ver tantos jóvenes talentosos amantes de literatura y otras artes, con ansias de mostrar sus trabajos y con tan pocos espacios para ello, que me armé de locura y machote en mano y sin ningún sol en el bolsillo, con el único objetivo de convertirnos en la gran vitrina literaria de los 90, logramos conjuntamente con Santiago Risso, Pool Gibson diagramador del diario la Republica y la colaboración de algunos auspiciadores, lograr lo que parecía imposible, editar la Revista Cultural Péndulo, en el año 1992. Péndulo fue una revista que tenía un concepto editorial plural, siendo irrelevante posición política alguna, efervescente por esos años. En la revista colaboraron más de una veintena de jóvenes narradores, poetas, pintores, caricaturistas, ensayistas, cineastas comunicadores, a la fecha destacados profesionales, muchos de ellos a la Ganadores de premios nacionales e internacionales en sus respectivas disciplinas. Podemos nombrar a Miguel Det, Paolo de Lima, Miguel Ildefonso, Héctor Ñaupari, Santiago Risso, Isabel Matta, Rubén Grajeda, Marcos Condori, Juan Vega, Carlos Oliva, por citar algunos. La revista fue presentada en el salón de grados de la Facultad de Letras de la UNMSM; estuvieron en la mesa los periodistas y poetas catedráticos de la facultad de comunicación social Winston Orillo y Manuel Jesús Orbegoso, David Blanco quien era el jefe de redacción, Santiago Risso quien era el editor y yo el director de la revista. Fue un lleno total en el auditorio, las revistas fueron distribuidas en universidades como la de Lima, Católica, San Martín, Villarreal y Garcilaso. Fueron vendidas los 1000 ejemplares impresos; fue sin duda por esos años, juntamente con la revista Arco Crítico de la universidad Católica, que salió meses después, la revista más importante de la generación del noventa, tanto por los buenos artículos, la convocatoria dada la coyuntura de esos años, el atrevimiento de imprimir en formato comercial con tan poco presupuesto, como por la calidad de los que escribieron en ella, en su mayoría integrantes del grupo poético Neón. Para mí la revista Péndulo fue un acto poético, fruto del amor al arte, como diría Silvio Rodríguez: “ Hay locuras que son poesía, hay locuras también de dolor, hay locuras que imprimen dulces quemaduras, locuras de diosas y de dios”.
¿Cómo recuerdas esos años poéticos de la década del 90? Han pasado 25 años.
Lo recuerdo como mis años maravillosos, donde tuve la oportunidad de conocer a gente con una sensibilidad igual a la mía, donde podía compartir esas sensaciones o cosmovisión del mundo con un panorama más amplio, hurgando en espacios nunca antes explorados, donde pude encontrar respuestas que la lógica común no me lograba satisfacer, muy diferente a las que compartía con los amigos de la esquina del barrio. Era el año 91 del mes de Abril, si mi ligera memoria no me traiciona; yo era un estudiante de la escuela de periodismo Jaime Bausate y Mesa y mi enamorada, por ese entonces, acababa de ingresar a San Marcos, a la Facultad de Comunicación Social. Fue ella quien, conocedora de mi gusto por la poesía y con un puñado de poemas en mano, me lleva a la Facultad de Letras y me presenta a los fundadores del grupo Neón. Estaban allí Carlos Oliva y Rubén Grajeda con quienes logré entablar una amistad y comunión comparada con esas viejas cofradías medievales. Fueron ellos que me sugirieron un conjunto de autores que en realidad desconocía por esas años; a partir de allí pude ampliar mi panorama literario, y mi gusto por la poesía fue aumentando exponencialmente; leía a los poetas malditos Verlaine, Mallarmé, Rimbaud, Villon, Baudelaire, a los beat Kerouac, Ginsberg al gran Whitman, por nombrar algunos. Y me fui gozosamente involucrando a las actividades literarias realizadas por los diferentes grupos poéticos de esa época como Noble caterva, Estación 32, los muchachos de Cultivo, Mammalia y los recitales que se organizaban tanto en Lima, Barranco o Miraflores. La euforia propia de la juventud se apoderó de mí y creo que de todos los que vivimos esas épocas anárquicas, donde nuestras balas eran versos y nuestra sangre tinta derramada, que esparcíamos como montoneros o revolucionarios del alma en los diferentes espacios que éramos convocados a librar nuestras Quijotescas batallas. Estaban allí, Héctor Ñaupari, Miguel Ildefonso, Isabel Matta, Rocío Hervias, Juan Vega, Mesías Evangelista, Paolo de Lima, Juan Ramón Carrasco, Juan José Soto, Santiago Risso, Roberto Salazar, Patricia Wissar, Miguel Det, etc. Han pasado 25 años de esas heroicas gestas y al volverlos a ver intactos, consecuentes, entregados con las mismas armas de aquellos años, me alienta, me estimula, ellos son el batallón de elite, la última línea de defensa resistiendo a la deshumanización, del cual es un honor ser parte. Oda a la generación del noventa.
Lo recuerdo como mis años maravillosos, donde tuve la oportunidad de conocer a gente con una sensibilidad igual a la mía, donde podía compartir esas sensaciones o cosmovisión del mundo con un panorama más amplio, hurgando en espacios nunca antes explorados, donde pude encontrar respuestas que la lógica común no me lograba satisfacer, muy diferente a las que compartía con los amigos de la esquina del barrio. Era el año 91 del mes de Abril, si mi ligera memoria no me traiciona; yo era un estudiante de la escuela de periodismo Jaime Bausate y Mesa y mi enamorada, por ese entonces, acababa de ingresar a San Marcos, a la Facultad de Comunicación Social. Fue ella quien, conocedora de mi gusto por la poesía y con un puñado de poemas en mano, me lleva a la Facultad de Letras y me presenta a los fundadores del grupo Neón. Estaban allí Carlos Oliva y Rubén Grajeda con quienes logré entablar una amistad y comunión comparada con esas viejas cofradías medievales. Fueron ellos que me sugirieron un conjunto de autores que en realidad desconocía por esas años; a partir de allí pude ampliar mi panorama literario, y mi gusto por la poesía fue aumentando exponencialmente; leía a los poetas malditos Verlaine, Mallarmé, Rimbaud, Villon, Baudelaire, a los beat Kerouac, Ginsberg al gran Whitman, por nombrar algunos. Y me fui gozosamente involucrando a las actividades literarias realizadas por los diferentes grupos poéticos de esa época como Noble caterva, Estación 32, los muchachos de Cultivo, Mammalia y los recitales que se organizaban tanto en Lima, Barranco o Miraflores. La euforia propia de la juventud se apoderó de mí y creo que de todos los que vivimos esas épocas anárquicas, donde nuestras balas eran versos y nuestra sangre tinta derramada, que esparcíamos como montoneros o revolucionarios del alma en los diferentes espacios que éramos convocados a librar nuestras Quijotescas batallas. Estaban allí, Héctor Ñaupari, Miguel Ildefonso, Isabel Matta, Rocío Hervias, Juan Vega, Mesías Evangelista, Paolo de Lima, Juan Ramón Carrasco, Juan José Soto, Santiago Risso, Roberto Salazar, Patricia Wissar, Miguel Det, etc. Han pasado 25 años de esas heroicas gestas y al volverlos a ver intactos, consecuentes, entregados con las mismas armas de aquellos años, me alienta, me estimula, ellos son el batallón de elite, la última línea de defensa resistiendo a la deshumanización, del cual es un honor ser parte. Oda a la generación del noventa.
Poema III
Para Anabel
Hoy, en este instante súbito
que mi pena inflama su mayor dolor
debo evocar tu nombre Anabel
y besar tu piel de caracola Anabel
y abrazarte de tus pies cuneiformes Anabel.
Y de una vez, desatados mis demonios perniciosos
devorar tu belleza procaz y atrevida
sobre el rezago de olas moribundas del atardecer.
Creo mejor, hubiera sido no invocarte de nuevo
reina de amores clandestinos y sórdidas tabernas
receta milenaria que cura heridas
que lucen abiertas y púrpuras.
Qué miseria la mía mujer,
y este dolor usurero, que muerde y devora
con la risa afilada
como jauría de perros salvajes y enfurecidos.
Y yo con los huesos rotos como leña
me enciendo el silencio con tu tenue silueta
y gozo, gozo, oh reina, como un muerto a la deriva.
Flotando, flotando.
Para Anabel
Hoy, en este instante súbito
que mi pena inflama su mayor dolor
debo evocar tu nombre Anabel
y besar tu piel de caracola Anabel
y abrazarte de tus pies cuneiformes Anabel.
Y de una vez, desatados mis demonios perniciosos
devorar tu belleza procaz y atrevida
sobre el rezago de olas moribundas del atardecer.
Creo mejor, hubiera sido no invocarte de nuevo
reina de amores clandestinos y sórdidas tabernas
receta milenaria que cura heridas
que lucen abiertas y púrpuras.
Qué miseria la mía mujer,
y este dolor usurero, que muerde y devora
con la risa afilada
como jauría de perros salvajes y enfurecidos.
Y yo con los huesos rotos como leña
me enciendo el silencio con tu tenue silueta
y gozo, gozo, oh reina, como un muerto a la deriva.
Flotando, flotando.