- Quiénes Somos
- Artes Visuales
- Artes Escénicas
- Literatura
-
Secciones
- Cultura vive
- De Propia Vox
- Inusitado fulgor
- Inusitado fulgor: Reseñas
- Directorio cultural
- Barrockeando
- Barranco en Agenda CIX
- Voluntariado en accion
- Agenda CIX: COVID-19
- COVID-19: Demos voz a la esperanza
- #COVIDー19: Eventos
- Testimonios en tiempos del coronavirus
- Trazos en cuarentena
- COVID-19: Múltiples rostros de la incertidumbre >
- COVID-19: Lente en aislamiento
- Silencio Punto Tú
- El PPED está contigo
- Agenda CIX: Elecciones 2018
-
Columnas
- Cultura digital
- Biblioteca digital
- Directorio Digital
- Jota en la palabra
- Los pies entre el cielo y la tierra
- Sublime creatura
- Camara lucida
- Ojos de lagarto
- Enfermedad violeta
- Santo veneno
- De cómo hacer visible lo invisible. Apuntes sobre el teatro
- Tierra de ciegos >
- Linea once
- Mira que bonito
- Fuera de contexto
- Un cronopio me conto
- Todo es ilustrable
- Contacto
Poesía de Ernesto Zumarán
LA CASA VACÍA
Como una casa vacía es la esencia de las cosas,
un no saber a dónde fluir con el río estando a las
orillas del río.
Allí se exaltan los fulgores. En ese encarnado ostracismo
la imagen de la Imagen siembra su amor despavorido,
escribe raudo un poema,
y prematuramente conoce este oscuro sacrificio
al interior del cielo de los sueños.
En el sueño tampoco está la esencia de las cosas,
tal vez en la sangre que brota guarecida de la carne
y en el corazón que nunca olvida.
La esencia de las cosas no está en la burda manera
de reír ante la nada,
ni siquiera en el sol que a través de sus vasos comunicantes
nos cede el dolor como una enaltecida mascarada.
Pero en el umbral es donde la sangre se inunda de toda dicha,
aun cuando la ceniza la remede en la tristeza
y el silencio aliente su olor más fecundo.
He allí la esencia en su doloroso destello,
el elegiaco luto que termina ardiendo entre la nada
ensalzado por el vacío heroico de los muros,
fructificado en el olvido, perenne en la vastedad de lo ausente.
Pero es en el umbral donde la pasión de la sangre comienza
a enardecer sus fabulosas mutaciones
y sus mordaces hospicios acumulados,
donde el cielo levanta su fementida espesura
acunando el ardor de cada brazo y cada aliento,
alineando las fronteras bullendo con el miedo
como el viejo umbral antes de la muerte.
Es el prodigio de ver de nacer de morir de ofrendar
el alumbramiento de un cielo muriendo en cada nieve,
un lecho nupcial, un opaco bramido,
locuras y vértigos de un caos
que sitian en las estrellas el sueño del corazón,
esplendores de una ausencia que la piel ya no resiste,
mágicas sombras que nacen de la carne
y vuelven la sonrisa una dorada puerta
en la silenciosa oscuridad.
EL CÁNTICO
Nada que no sea tu perfil en la tierra, viejo umbral,
donde se ciernen todas las blancas cenizas del ahora,
vivo destello que nos cubre de tierra y recuerdo
que el mar nunca ha de nombrar en el fijo resplandor
de su soledad.
Porque el canto ha nacido de tus carnes untadas
de frenesí,
y en tus danzas perfectas la luz clama sólo olvido;
porque en tu sangre el signo de la sombra es una
sonrisa perfecta
y el poema nace de ti como una alondra exaltada
en cada ola de tiempo
que la muerte tampoco ha de nombrar.
Escucha, entonces, desde aquí, la música lejana que
el cielo persiste eternizar,
el cuerpo aterido nombrando las ausencias que la
noche prolonga
en su opaco devenir;
en ese fuego rotundo, tú, viejo umbral, cantas desolado,
redondo y perfecto como el alcohol por las mañanas,
como las voces arrulladas de los que duermen fuera
de sus sueños,
como los niños cuando desnudos desdibujan en ti
sus tan clamados cuerpos desérticos.
Pero, ¿qué es el canto sino el viejo desdén
de lo vivido?, ¿con qué frente el poeta aborda
el fuego que fija el furor deseado?,
¿qué nace de tu voz sino la ardiente dicha
de lo nunca concebido?,
¿dónde mece tu ardor cada bramido irrevocable
que a menudo la noche concede a tu designio?,
¿en qué cimiento prodigioso tu tristeza purifica
su anhelado ostracismo?
Como un cántico es este pulular entre los gráciles
extramuros del amor, un estar ejerciendo en las tinieblas
la pureza del vacío, un crepitar lejos del corazón
que la muerte oculta en el delicioso borbotar de cada fuente,
un estar prodigioso en el cifrado canto
que el mar a destajo asiente
entre sus tan admonitorios encuentros
que remotamente ansían
lo apacible.
Y ahora que el cielo reverdece sus ósculos fugaces,
y los bosques tiemblan en cada desolada puerta del invierno,
busca en nosotros, viejo umbral, nuestra casa vacía, la esencia
de las cosas,
el fresco borbotar de la fuente bajo las huellas del naufragio;
busca el color de la espiga en nuestros ojos, el mar
del otro lado de la niebla;
busca por fin en nuestras huellas tu tímida infancia,
que nuestra sangre alimente el tenue resplandor en la cámara
del día,
y cada mañana sea como ese jardín que olvida su perdón
entre las últimas montañas del amor maravilloso.
Como una casa vacía es la esencia de las cosas,
un no saber a dónde fluir con el río estando a las
orillas del río.
Allí se exaltan los fulgores. En ese encarnado ostracismo
la imagen de la Imagen siembra su amor despavorido,
escribe raudo un poema,
y prematuramente conoce este oscuro sacrificio
al interior del cielo de los sueños.
En el sueño tampoco está la esencia de las cosas,
tal vez en la sangre que brota guarecida de la carne
y en el corazón que nunca olvida.
La esencia de las cosas no está en la burda manera
de reír ante la nada,
ni siquiera en el sol que a través de sus vasos comunicantes
nos cede el dolor como una enaltecida mascarada.
Pero en el umbral es donde la sangre se inunda de toda dicha,
aun cuando la ceniza la remede en la tristeza
y el silencio aliente su olor más fecundo.
He allí la esencia en su doloroso destello,
el elegiaco luto que termina ardiendo entre la nada
ensalzado por el vacío heroico de los muros,
fructificado en el olvido, perenne en la vastedad de lo ausente.
Pero es en el umbral donde la pasión de la sangre comienza
a enardecer sus fabulosas mutaciones
y sus mordaces hospicios acumulados,
donde el cielo levanta su fementida espesura
acunando el ardor de cada brazo y cada aliento,
alineando las fronteras bullendo con el miedo
como el viejo umbral antes de la muerte.
Es el prodigio de ver de nacer de morir de ofrendar
el alumbramiento de un cielo muriendo en cada nieve,
un lecho nupcial, un opaco bramido,
locuras y vértigos de un caos
que sitian en las estrellas el sueño del corazón,
esplendores de una ausencia que la piel ya no resiste,
mágicas sombras que nacen de la carne
y vuelven la sonrisa una dorada puerta
en la silenciosa oscuridad.
EL CÁNTICO
Nada que no sea tu perfil en la tierra, viejo umbral,
donde se ciernen todas las blancas cenizas del ahora,
vivo destello que nos cubre de tierra y recuerdo
que el mar nunca ha de nombrar en el fijo resplandor
de su soledad.
Porque el canto ha nacido de tus carnes untadas
de frenesí,
y en tus danzas perfectas la luz clama sólo olvido;
porque en tu sangre el signo de la sombra es una
sonrisa perfecta
y el poema nace de ti como una alondra exaltada
en cada ola de tiempo
que la muerte tampoco ha de nombrar.
Escucha, entonces, desde aquí, la música lejana que
el cielo persiste eternizar,
el cuerpo aterido nombrando las ausencias que la
noche prolonga
en su opaco devenir;
en ese fuego rotundo, tú, viejo umbral, cantas desolado,
redondo y perfecto como el alcohol por las mañanas,
como las voces arrulladas de los que duermen fuera
de sus sueños,
como los niños cuando desnudos desdibujan en ti
sus tan clamados cuerpos desérticos.
Pero, ¿qué es el canto sino el viejo desdén
de lo vivido?, ¿con qué frente el poeta aborda
el fuego que fija el furor deseado?,
¿qué nace de tu voz sino la ardiente dicha
de lo nunca concebido?,
¿dónde mece tu ardor cada bramido irrevocable
que a menudo la noche concede a tu designio?,
¿en qué cimiento prodigioso tu tristeza purifica
su anhelado ostracismo?
Como un cántico es este pulular entre los gráciles
extramuros del amor, un estar ejerciendo en las tinieblas
la pureza del vacío, un crepitar lejos del corazón
que la muerte oculta en el delicioso borbotar de cada fuente,
un estar prodigioso en el cifrado canto
que el mar a destajo asiente
entre sus tan admonitorios encuentros
que remotamente ansían
lo apacible.
Y ahora que el cielo reverdece sus ósculos fugaces,
y los bosques tiemblan en cada desolada puerta del invierno,
busca en nosotros, viejo umbral, nuestra casa vacía, la esencia
de las cosas,
el fresco borbotar de la fuente bajo las huellas del naufragio;
busca el color de la espiga en nuestros ojos, el mar
del otro lado de la niebla;
busca por fin en nuestras huellas tu tímida infancia,
que nuestra sangre alimente el tenue resplandor en la cámara
del día,
y cada mañana sea como ese jardín que olvida su perdón
entre las últimas montañas del amor maravilloso.
Ernesto Zumarán
Chiclayo – Perú, 1969. Perteneció al Círculo Literario “Argos”, junto con los poetas Joaquín Huamán, Luis Noblecilla y Carlos Becerra. Ha publicado los poemarios Todavía el paraíso, Los Templos Ausentes y Libro del umbral. Tiene inéditos los libros de poesía De prófugos y vigilias y La Danza y el Fuego. En narrativa, el libro de cuentos Ninguna historia que contar y la novela corta Las últimas tinieblas. Fundador de la Revista de Literatura, Ideas y Sociedad Entera Voz, junto con el poeta Stanley Vega. Ha obtenido los siguientes premios: Primer puesto en la III Bienal de Poesía “ Poeta Joven de la Renom” (1995); mención Honrosa en el VIII concurso “El poeta joven del Perú” (1995); Primer Puesto en los II Juegos Florales Universitarios, otorgado por la Universidad Nacional “Pedro Ruiz Gallo” (1995); Finalista de la XII Bienal de Poesía “Premio Copé de Poesía 2005”; Finalista del Premio Internacional de Poesía “Desiderio Macías Silva”, organizado por Azafrán y Cinabrio Ediciones, México (2007); Segundo Puesto en el II Concurso Internacional de Poesía “Javier Heraud”, organizado por la Fundación Yacana (2009); Finalista del XVI Bienal de Poesía 2013, entre otros.
Chiclayo – Perú, 1969. Perteneció al Círculo Literario “Argos”, junto con los poetas Joaquín Huamán, Luis Noblecilla y Carlos Becerra. Ha publicado los poemarios Todavía el paraíso, Los Templos Ausentes y Libro del umbral. Tiene inéditos los libros de poesía De prófugos y vigilias y La Danza y el Fuego. En narrativa, el libro de cuentos Ninguna historia que contar y la novela corta Las últimas tinieblas. Fundador de la Revista de Literatura, Ideas y Sociedad Entera Voz, junto con el poeta Stanley Vega. Ha obtenido los siguientes premios: Primer puesto en la III Bienal de Poesía “ Poeta Joven de la Renom” (1995); mención Honrosa en el VIII concurso “El poeta joven del Perú” (1995); Primer Puesto en los II Juegos Florales Universitarios, otorgado por la Universidad Nacional “Pedro Ruiz Gallo” (1995); Finalista de la XII Bienal de Poesía “Premio Copé de Poesía 2005”; Finalista del Premio Internacional de Poesía “Desiderio Macías Silva”, organizado por Azafrán y Cinabrio Ediciones, México (2007); Segundo Puesto en el II Concurso Internacional de Poesía “Javier Heraud”, organizado por la Fundación Yacana (2009); Finalista del XVI Bienal de Poesía 2013, entre otros.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional