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El espectador invisible de Paul Guillén
Por: Miguel Ildefonso
“Hablemos del Perú y su tristeza antes que de su belleza”, dice el primer texto (LES AVEUGLES DE SOPHIE CALLE SEGUIDO DE UNA GLOSA SOBRE PORTRAIT OF A BLIND POET DE JUAN OJEDA) de El espectador invisible (Perro de Ambiente Editor, 2014), poesía en prosa del poeta peruano Paul Guillén (Ica, 1976). Crítico literario y director del blog Sol Negro, Paul ha publicado la plaqueta La muerte del hombre amarillo en 2004; luego el libro de poesía La transformación de los metales (2005), del cual Miguel Ángel Malpartida dijo: “La vida es un fracaso desde que se inicia, y en este primer y maduro libro de Paul Guillén se canta bellamente a este fracaso, que es la muerte.”
En 2008 publica Historia secreta, en donde hay una transformación de los referentes temáticos vistos antes en su poesía; digamos que hubo una amplificación y, a la vez, una radicalización, que ha ido evolucionando cada vez más, de sus exploraciones formales. De este libro Luis Fernando Chueca decía: “Lo que hay en esta Historia secreta (…) es herida. Pero se trata de una herida o heridas supurantes cuya materia infecciosa es su potencia: frente a la amenaza de muerte (del lenguaje, del sentido), brota como resistencia una energía turbadora que permite persistir en la búsqueda agónica de lo blanco sobre lo blanco.” Ciertamente, aparece aquí lo metalingüístico y metapoético que trabajará hasta este nuevo poemario.
Su penúltima entrega fue Ese algo que nos es esquivo siempre (2012), del cual Camilo Fernández escribió: “Es un breve pero intenso poemario. Se sitúa en el ámbito de las búsquedas formales de los poetas jóvenes, quienes están interesados en ampliar el concepto de poesía superando los marcos tradicionales para incluir el poema en prosa y algunos epígrafes que remiten al ensayo como género discursivo.” El reconocido crítico dijo también algo muy importante de la poética de este libro: “El poeta puede nutrirse del aporte de la cultura andina (el pensar mítico, verbigracia); pero, a la vez, asimilar creativamente la rica tradición poética europea.” Y esto es lo que se ha desarrollado también más intensamente en este presente libro, en donde vuelve aparecer el poeta chimbotano (con quien dialoga sobre la belleza, la muerte, el lenguaje, y sobre el país, la Modernidad y la decadencia moral de la humanidad). En una entrevista Paul Guillén decía: “Toda mi vida universitaria, académica, el poeta que me guió como un Virgilio, fue Juan Ojeda. El tiene en su libro “Arte de Navegar”; un poema llamado, “Elogio de la infancia”, dedicado a Julio Nelson, quien era el más joven del grupo de Ojeda.”
“Hablemos del Perú y su tristeza antes que de su belleza”, dice el primer texto (LES AVEUGLES DE SOPHIE CALLE SEGUIDO DE UNA GLOSA SOBRE PORTRAIT OF A BLIND POET DE JUAN OJEDA) de El espectador invisible (Perro de Ambiente Editor, 2014), poesía en prosa del poeta peruano Paul Guillén (Ica, 1976). Crítico literario y director del blog Sol Negro, Paul ha publicado la plaqueta La muerte del hombre amarillo en 2004; luego el libro de poesía La transformación de los metales (2005), del cual Miguel Ángel Malpartida dijo: “La vida es un fracaso desde que se inicia, y en este primer y maduro libro de Paul Guillén se canta bellamente a este fracaso, que es la muerte.”
En 2008 publica Historia secreta, en donde hay una transformación de los referentes temáticos vistos antes en su poesía; digamos que hubo una amplificación y, a la vez, una radicalización, que ha ido evolucionando cada vez más, de sus exploraciones formales. De este libro Luis Fernando Chueca decía: “Lo que hay en esta Historia secreta (…) es herida. Pero se trata de una herida o heridas supurantes cuya materia infecciosa es su potencia: frente a la amenaza de muerte (del lenguaje, del sentido), brota como resistencia una energía turbadora que permite persistir en la búsqueda agónica de lo blanco sobre lo blanco.” Ciertamente, aparece aquí lo metalingüístico y metapoético que trabajará hasta este nuevo poemario.
Su penúltima entrega fue Ese algo que nos es esquivo siempre (2012), del cual Camilo Fernández escribió: “Es un breve pero intenso poemario. Se sitúa en el ámbito de las búsquedas formales de los poetas jóvenes, quienes están interesados en ampliar el concepto de poesía superando los marcos tradicionales para incluir el poema en prosa y algunos epígrafes que remiten al ensayo como género discursivo.” El reconocido crítico dijo también algo muy importante de la poética de este libro: “El poeta puede nutrirse del aporte de la cultura andina (el pensar mítico, verbigracia); pero, a la vez, asimilar creativamente la rica tradición poética europea.” Y esto es lo que se ha desarrollado también más intensamente en este presente libro, en donde vuelve aparecer el poeta chimbotano (con quien dialoga sobre la belleza, la muerte, el lenguaje, y sobre el país, la Modernidad y la decadencia moral de la humanidad). En una entrevista Paul Guillén decía: “Toda mi vida universitaria, académica, el poeta que me guió como un Virgilio, fue Juan Ojeda. El tiene en su libro “Arte de Navegar”; un poema llamado, “Elogio de la infancia”, dedicado a Julio Nelson, quien era el más joven del grupo de Ojeda.”
Nos hallábamos entonces en el primer texto de El espectador invisible, en donde caminar por las calles del Perú era preguntarse qué significaba la belleza, o dónde estaba la justicia; y por lo que el poeta, frágilmente, se preguntaba además: “Para qué escribir, si no encuentras belleza ni realidad.” Aquí el poeta cuestiona tanto la realidad de las calles limeñas (y/o peruanas) como a la idealización de los grandes discursos nacionales. Pero luego de esos cuestionamientos hay una afirmación: “Eso es la belleza: retornar al fluido de las palabras. Un retorno al origen, donde caminabas de la mano de tu abuela.” Digamos, por tanto, que la memoria nos permite el amparo, ese elogio de la infancia, para poder seguir y proseguir caminado en esta urbe decadente y dictatorial. O en versos de Martín Adán: “sabiduría no es estar/ Sin noción de nada, sino proseguir o seguir/ A pie hacia el ya.”
En otros textos continúan los diálogos en torno a la belleza y la crueldad; por ejemplo con el poeta chileno Rodrigo Lira, o con el cineasta soviético Serguéi M. Eisenstein, o con el fotógrafo estadounidense Joel-Peter Witkin. A modo de testimonio lírico, de relato fragmentario, de narrativa discontinua, la voz poética engarza múltiples referentes culturales, tanto para cuestionar al mundo por donde transita el alucinado sujeto poético, como también para inmolar la conciencia; o sea, autocuestionarse para desmontar los cánones de lo bello y noble. De ahí que se apela, con el fin de acceder a otro estado o conciencia (“me lanzo contra el viento como un ave de presa a conquistar lo que nunca he podido tocar”), a dejarse seducir por lo grotesco y abisal, y, por otra parte, al desafío que implica, por ejemplo, el uso de las drogas con el fin de alcanzar la felicidad (“el viejo poeta nos dijo: «¿Qué es lo que buscan?». Y nosotros le respondimos: «Buscamos la felicidad»).
El espectador invisible continúa con el proyecto de Paul Guillén de fundar un nuevo discurso poético, proyecto que se realiza en conjunto con muchos poetas aparecidos en las últimas décadas (por no alejarnos tanto y citar a Gamaliel Churata o César Vallejo) Labor que implica desmontar los viejos proyectos estéticos, culturales y políticos; y lanzar una nueva mirada crítica a este mundo posmoderno que vivimos hace unos años, con todas las contradicciones que puedan existir, sobre todo en países como el Perú, en el que conviven, con violencia, muchas eras y naciones.
Aquí dos poemas de esta entrega.
LLANTO DE LAGARTOS
Para Jorge Pimentel
El poeta se sumergió en el mar de chorrillos un 18 de junio a las 6 de la mañana, no tenía nada encima salvo sus sentimientos que le pesaban como dos hipopótamos blancos y jóvenes. Al día siguiente, las sombras que dejó en la orilla y el viento provocaron la salida del mar. Un diario local dio así la noticia: «De un momento a otro, las aguas del mar se enfurecieron de tal forma que generaron olas de hasta 5 metros de alto». Sentados en un bar leías mis poemas junto al ruido de los taladros y los chicles de las prostitutas. En esa misma mesa habías vomitado toda tu vida cuando aún eras joven. Yo te miraba para hacerte la misma pregunta de la juventud. Y tú solo respondías algo que ya sabía y no me atrevía a gritar: «Me estoy muriendo cuando no le soy imprescindible a nadie a nada» y este saber me tiene partido. La espuma de la cerveza llena nuestros ojos —por este poema lo he dado todo— y nadamos entre las cervezas que se suceden como una marea de rojos ámbares azules verdes topacios turmalinas rubíes diamantes zafiros. No sé adónde voy, no sé qué hago aquí. No quiero despertar golpeado y vejado, atravesado con colores muertos. Creo que lo que quieren los militares es que uno se muera. Pero uno no se muere. Creo que lo que quieren los militares es robarnos. Pero uno no tiene nada que le roben. Creo que lo que quieren los militares es que uno se vuelva a morir. Pero uno vive como puede. Abedules sin hígado, abedules sin córneas, abedules sin manos, sin cuerpos, sin estrellas, sin apios, sin coles, sin mierda, porque si no lo escribo, me muero. Me estoy muriendo como esta mañana temblorosa cuando a nadie ni a nada le importa. Y tiemblo y tiemblo infinitamente de frío y alcohol. Y tu voz ya no se repetirá jamás. Cansado de esperar una señal hago el último gesto que me dejará ciego. Y me lanzo contra el viento como un ave de presa a conquistar lo que nunca he podido tocar. Sangre en el aire: el rastro de lo maravilloso.
EN ESA CALLE NO HAY LOBOS
Al costado de la negra pared del sueño que separa mi mundo del mar corren las prostitutas y los fumones. Y al frente otra pared (más negra que el rocío) que separa a los huérfanos de sus violadores. Nunca encajé en ningún mundo, pero al despertar tirado en esa avenida pienso en la fragilidad de mi cuerpo. Mi padre murió, no lo conocí y solo tengo recuerdos de estallidos de bombas e insultos. No conocí su mundo, no sé si pueda describirlo. La extraña estructura del arma, cuando se rastrilla en la noche, después de ingerir una botella de whisky en un bar policial, las escenas del crimen, el sonido de la máquina de escribir redactando atestados, más insultos, la cercanía de la primera bala en el cráneo materno. Solo hay un niño que escucha todo ese ruido, y se levanta en la madrugada, trata de hacer un ruido mayor, nadie lo escucha, toma valor, pero no puede defender a su madre. Estoy viendo cómo el mar revienta contra mi cuerpo y cómo mi corazón quiere escapar y arrojarse en un clavado desde el despeñadero. Detrás de una columna veo a un niño. No se anima a acercarse, solo juega con el gatillo y mira el mar mientras aún tiene vida.
En otros textos continúan los diálogos en torno a la belleza y la crueldad; por ejemplo con el poeta chileno Rodrigo Lira, o con el cineasta soviético Serguéi M. Eisenstein, o con el fotógrafo estadounidense Joel-Peter Witkin. A modo de testimonio lírico, de relato fragmentario, de narrativa discontinua, la voz poética engarza múltiples referentes culturales, tanto para cuestionar al mundo por donde transita el alucinado sujeto poético, como también para inmolar la conciencia; o sea, autocuestionarse para desmontar los cánones de lo bello y noble. De ahí que se apela, con el fin de acceder a otro estado o conciencia (“me lanzo contra el viento como un ave de presa a conquistar lo que nunca he podido tocar”), a dejarse seducir por lo grotesco y abisal, y, por otra parte, al desafío que implica, por ejemplo, el uso de las drogas con el fin de alcanzar la felicidad (“el viejo poeta nos dijo: «¿Qué es lo que buscan?». Y nosotros le respondimos: «Buscamos la felicidad»).
El espectador invisible continúa con el proyecto de Paul Guillén de fundar un nuevo discurso poético, proyecto que se realiza en conjunto con muchos poetas aparecidos en las últimas décadas (por no alejarnos tanto y citar a Gamaliel Churata o César Vallejo) Labor que implica desmontar los viejos proyectos estéticos, culturales y políticos; y lanzar una nueva mirada crítica a este mundo posmoderno que vivimos hace unos años, con todas las contradicciones que puedan existir, sobre todo en países como el Perú, en el que conviven, con violencia, muchas eras y naciones.
Aquí dos poemas de esta entrega.
LLANTO DE LAGARTOS
Para Jorge Pimentel
El poeta se sumergió en el mar de chorrillos un 18 de junio a las 6 de la mañana, no tenía nada encima salvo sus sentimientos que le pesaban como dos hipopótamos blancos y jóvenes. Al día siguiente, las sombras que dejó en la orilla y el viento provocaron la salida del mar. Un diario local dio así la noticia: «De un momento a otro, las aguas del mar se enfurecieron de tal forma que generaron olas de hasta 5 metros de alto». Sentados en un bar leías mis poemas junto al ruido de los taladros y los chicles de las prostitutas. En esa misma mesa habías vomitado toda tu vida cuando aún eras joven. Yo te miraba para hacerte la misma pregunta de la juventud. Y tú solo respondías algo que ya sabía y no me atrevía a gritar: «Me estoy muriendo cuando no le soy imprescindible a nadie a nada» y este saber me tiene partido. La espuma de la cerveza llena nuestros ojos —por este poema lo he dado todo— y nadamos entre las cervezas que se suceden como una marea de rojos ámbares azules verdes topacios turmalinas rubíes diamantes zafiros. No sé adónde voy, no sé qué hago aquí. No quiero despertar golpeado y vejado, atravesado con colores muertos. Creo que lo que quieren los militares es que uno se muera. Pero uno no se muere. Creo que lo que quieren los militares es robarnos. Pero uno no tiene nada que le roben. Creo que lo que quieren los militares es que uno se vuelva a morir. Pero uno vive como puede. Abedules sin hígado, abedules sin córneas, abedules sin manos, sin cuerpos, sin estrellas, sin apios, sin coles, sin mierda, porque si no lo escribo, me muero. Me estoy muriendo como esta mañana temblorosa cuando a nadie ni a nada le importa. Y tiemblo y tiemblo infinitamente de frío y alcohol. Y tu voz ya no se repetirá jamás. Cansado de esperar una señal hago el último gesto que me dejará ciego. Y me lanzo contra el viento como un ave de presa a conquistar lo que nunca he podido tocar. Sangre en el aire: el rastro de lo maravilloso.
EN ESA CALLE NO HAY LOBOS
Al costado de la negra pared del sueño que separa mi mundo del mar corren las prostitutas y los fumones. Y al frente otra pared (más negra que el rocío) que separa a los huérfanos de sus violadores. Nunca encajé en ningún mundo, pero al despertar tirado en esa avenida pienso en la fragilidad de mi cuerpo. Mi padre murió, no lo conocí y solo tengo recuerdos de estallidos de bombas e insultos. No conocí su mundo, no sé si pueda describirlo. La extraña estructura del arma, cuando se rastrilla en la noche, después de ingerir una botella de whisky en un bar policial, las escenas del crimen, el sonido de la máquina de escribir redactando atestados, más insultos, la cercanía de la primera bala en el cráneo materno. Solo hay un niño que escucha todo ese ruido, y se levanta en la madrugada, trata de hacer un ruido mayor, nadie lo escucha, toma valor, pero no puede defender a su madre. Estoy viendo cómo el mar revienta contra mi cuerpo y cómo mi corazón quiere escapar y arrojarse en un clavado desde el despeñadero. Detrás de una columna veo a un niño. No se anima a acercarse, solo juega con el gatillo y mira el mar mientras aún tiene vida.