- Quiénes Somos
- Artes Visuales
- Artes Escénicas
- Literatura
-
Secciones
- Cultura vive
- De Propia Vox
- Inusitado fulgor
- Inusitado fulgor: Reseñas
- Directorio cultural
- Barrockeando
- Barranco en Agenda CIX
- Voluntariado en accion
- Agenda CIX: COVID-19
- COVID-19: Demos voz a la esperanza
- #COVIDー19: Eventos
- Testimonios en tiempos del coronavirus
- Trazos en cuarentena
- COVID-19: Múltiples rostros de la incertidumbre >
- COVID-19: Lente en aislamiento
- Silencio Punto Tú
- El PPED está contigo
- Agenda CIX: Elecciones 2018
-
Columnas
- Cultura digital
- Biblioteca digital
- Directorio Digital
- Jota en la palabra
- Los pies entre el cielo y la tierra
- Sublime creatura
- Camara lucida
- Ojos de lagarto
- Enfermedad violeta
- Santo veneno
- De cómo hacer visible lo invisible. Apuntes sobre el teatro
- Tierra de ciegos >
- Linea once
- Mira que bonito
- Fuera de contexto
- Un cronopio me conto
- Todo es ilustrable
- Contacto
DOLCE VITA, DOLCE VIALE
Por: Stanley Vega
Vamos a endulzar la vida le dije a mi amigo Joaquín. Y salimos de casa. La tarde aún soleaba. Pero aquellos rayos apenas rebotaban en los cuerpos. De todas maneras este invierno no deja de resultar extraño, indefinido.
A medio camino nos detuvimos en una bodega donde frecuentemente me abastezco de unos Luckys. 50 céntimos cada uno. Luego, reanudamos nuestro destino. Estábamos a tiempo. Eran las 4 y tantos.
No sé porqué pero la avenida Balta me parece un río, el río más caudaloso de la región. Allí, por ejemplo, más de uno puede ahogar no solo sus penas sino también la propia vida durante cualquier noche o madrugada de la semana. Ubicarse en una de sus orillas, sosteniendo entre manos unas latas de cerveza o una botella de licor. Y luego lanzarse. Como lo hace buena parte de la ciudad al cruzar día a día sus aguas.
Después de pasar el parque principal llegamos a la esquina de Leoncio Prado y la misma Balta, cerca de una farmacia conocida. Miré la vereda donde siempre la señora Graciela Yovera se coloca a vender aquellas enormes y almibaradas cocadas pero no estaba. Ya no demora, esperemos un toque, le advertí a mi amigo, mientras nos acercamos a uno de los sardineles y yo extraía de mi canguro otro cigarro.
Nadie más puntual que la señora Yovera. Exactamente a las 5 llegó en un tico y de inmediato bajó una caja de cartón, tres bancos, un pocillo y una fuente de porcelana. Cosas suficientes para armar su negocio iniciado hace cuarenta años atrás, a pocas cuadras de allí, en Vicente de la Vega. Tuvo que retirarse de aquella zona luego del incendio de la Municipalidad. Los amigos que trabajaban allí me dijeron que me alejé, que podría caerme una bala en una de esas broncas de los alcaldes, nos comenta.
La edad que ahora tiene su hija mayor es el tiempo que Graciela llegó a Chiclayo desde su natal Catacaos. Y digamos que también llegó de frente a emprender su negocio. Su esposo, piurano igual que ella y ya fallecido, vino en busca de mejores condiciones de vida, a casa de unos parientes. Con el paso de los años lograron comprar una casita en JLO.
Cualquiera diría que hacer cocadas, dulce de higos o piques, especie de cocada pero con una capa de chancaca y salpicada de cancha, es fácil. Nada de eso. La señora Yovera se levanta golpe de 4 de la madrugada. Va en busca de coco, higo fresco, maíz, comprar leña y volver a preparar todo.
Ni bien pedimos un par de cocadas clásicas, las de color marrón, uno de los vigilantes se acerca y también pide una. A poco menos de dos metros una señora acompañada de sus dos hijas menores se queda mirando los relumbrantes dulces.
– ¿Señora, cuánto cuesta?
–Un sol –le responde Graciela desde sus setentaiocho años bien llevados.
No sé si endulzando nuestra vida podamos llegar a esa edad. Pero allí vamos. Dándole. Dándole por el mejor de los lados. La sonrisa.
* Dolce vita, Dolce viale publicado el 11/8/15 .
Vamos a endulzar la vida le dije a mi amigo Joaquín. Y salimos de casa. La tarde aún soleaba. Pero aquellos rayos apenas rebotaban en los cuerpos. De todas maneras este invierno no deja de resultar extraño, indefinido.
A medio camino nos detuvimos en una bodega donde frecuentemente me abastezco de unos Luckys. 50 céntimos cada uno. Luego, reanudamos nuestro destino. Estábamos a tiempo. Eran las 4 y tantos.
No sé porqué pero la avenida Balta me parece un río, el río más caudaloso de la región. Allí, por ejemplo, más de uno puede ahogar no solo sus penas sino también la propia vida durante cualquier noche o madrugada de la semana. Ubicarse en una de sus orillas, sosteniendo entre manos unas latas de cerveza o una botella de licor. Y luego lanzarse. Como lo hace buena parte de la ciudad al cruzar día a día sus aguas.
Después de pasar el parque principal llegamos a la esquina de Leoncio Prado y la misma Balta, cerca de una farmacia conocida. Miré la vereda donde siempre la señora Graciela Yovera se coloca a vender aquellas enormes y almibaradas cocadas pero no estaba. Ya no demora, esperemos un toque, le advertí a mi amigo, mientras nos acercamos a uno de los sardineles y yo extraía de mi canguro otro cigarro.
Nadie más puntual que la señora Yovera. Exactamente a las 5 llegó en un tico y de inmediato bajó una caja de cartón, tres bancos, un pocillo y una fuente de porcelana. Cosas suficientes para armar su negocio iniciado hace cuarenta años atrás, a pocas cuadras de allí, en Vicente de la Vega. Tuvo que retirarse de aquella zona luego del incendio de la Municipalidad. Los amigos que trabajaban allí me dijeron que me alejé, que podría caerme una bala en una de esas broncas de los alcaldes, nos comenta.
La edad que ahora tiene su hija mayor es el tiempo que Graciela llegó a Chiclayo desde su natal Catacaos. Y digamos que también llegó de frente a emprender su negocio. Su esposo, piurano igual que ella y ya fallecido, vino en busca de mejores condiciones de vida, a casa de unos parientes. Con el paso de los años lograron comprar una casita en JLO.
Cualquiera diría que hacer cocadas, dulce de higos o piques, especie de cocada pero con una capa de chancaca y salpicada de cancha, es fácil. Nada de eso. La señora Yovera se levanta golpe de 4 de la madrugada. Va en busca de coco, higo fresco, maíz, comprar leña y volver a preparar todo.
Ni bien pedimos un par de cocadas clásicas, las de color marrón, uno de los vigilantes se acerca y también pide una. A poco menos de dos metros una señora acompañada de sus dos hijas menores se queda mirando los relumbrantes dulces.
– ¿Señora, cuánto cuesta?
–Un sol –le responde Graciela desde sus setentaiocho años bien llevados.
No sé si endulzando nuestra vida podamos llegar a esa edad. Pero allí vamos. Dándole. Dándole por el mejor de los lados. La sonrisa.
* Dolce vita, Dolce viale publicado el 11/8/15 .