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Declaración femenina
Por Alexandra Gonzales Lozano
Me gustas, le dije sin importar que todo estaba en silencio –el DJ descansaba– y él escuchaba perfectamente mi voz chillona. Tenía quince años. Era mi primera declaración de amor y Joaquín no dijo nada. Entonces empecé a contar mentalmente a ver si me distraía mientras el conectaba su hemisferio derecho con el izquierdo.
Uno, respira y mantén la sonrisa.
Dos, mira un lugar donde esconderte.
Tres, ¿por qué me mira así?
Cuatro, Freddy Krueger ven a mí.
Cinco, media vuelta por que el que no conteste significa que tiene retardo mental: nadie se demora más de cinco segundos para contestar.
Y mientras seguía en mi conteo mental, él soltó un suspiro y mis vellos de la nuca se erizaron. Al fin tendría una respuesta...
–Ehh –titubeó y mi mente solo pedía a gritos "escapada rápida".
–Me gustas cuando usas ese saco –dije mordiéndome el labio inferior con la esperanza que funcione el enredo–. Se te ve tan formal.
–Ya –me dijo bajando la mirada.
–Ya –contesté yéndome de la sala.
El camino a casa fue una completa tortura. La vergüenza de mi vida y las críticas de mi madre cuando se lo conté.
¿Cómo? ¿O sea, le dijiste que te gustaba así porque sí?, me preguntó después de terminar mi relato. Sí, afirmé y ella soltó una risa algo sarcástica y me dijo la frase que jamás olvidaría: “Las mujeres no están para declararse, nunca deben hacerlo, eso solo lo hacen los hombres”.
La grabé en mi vida y la tatué en mi mente. Me puse la coraza dispuesta a enfrentar el mundo y prometí no volverme a fijar en los chicos hasta que...
–Hola, Joaquín –saludé al verlo. Estaba muy cambiado, pero igual de guapo– a los años.
–Lo mismo digo. Déjame recordar, no nos vemos desde la noche esa que me dijiste que te gustaba formal– dijo sonriendo.
–Ah, sí pues, pero mira como es la vida, ¿no? Encontrarnos aquí en la misma universidad –dije yo y eso fue definitivo para que me invitara un café y nos hiciéramos súper amigos.
Nuestra amistad estaba basada en ver películas, salir de compras, ir al cine o al teatro, asistir a los recitales, en hacer las tareas juntos y tomarnos de las manos, aunque algunas veces pasaba horas sin él, debido a sus clases de francés.
Todo el mundo pensaba que éramos pareja y lo éramos, pero éramos pareja de amigos. Fueron pasando los años entre la universidad y Joaquín. Yo era feliz, tenía un amigo casi novio que me apoyaba en todo y que una vez me había besado.
Pero no es tu novio, me decía mi hermana cada noche que me veía llegar feliz de alguna fiesta con Joaquín.
Faltaba solo un día para la ceremonia de graduación cuando él me dijo que me tenía una sorpresa. Me emocioné tanto que apenas pude sonreír.
Al día siguiente me puse el vestido que había elegido pensando en él.
–Hola. Estás bellísima –me dijo mientras me jalaba hacia un apartado de la recepción –, y por eso te daré la gran noticia.
– ¿Ah, sí? –dije dudando.
–Me voy a Francia. Quiero llevar algunos estudios allá –me dijo con una gran sonrisa.
Mis esperanzas se cayeron y mi corazón se rompió. Se iba lejos, muy lejos el amor de mi vida.
–Bueno, felicitaciones –atiné a decir tristemente.
–Cambia esa carita. Esto te pondrá más feliz –anunció emocionado–: Tengo novia.
– ¿Ah, sí? –me iba a morir ahí mismo–, ¿cómo?, ¿quién es?
–Es francesa, ha venido de intercambio. Llevamos francés en el centro....
No quería seguir escuchándolo. Me sentía traicionada. Yo, que le había entregado todo, –bueno, casi todo– y él se iba a Francia con una francesa.
Recuerdo que ese día no dije nada, ni siquiera tiré la toga. Todo el tiempo había esperado que él me dijera algo, cuando era yo la que podía haber dicho algo más y ahora que tengo algunos años de más estoy dispuesta a decir, a preguntar, ¿me gustas? ¿te gusto?...
POSDATA: Lo siento madre, pero las mujeres también nos declaramos. Podemos hacerlo, debemos hacerlo. No debemos esperar sentadas: apostemos por la declaración femenina, por los dos hemisferios cerebrales conectados y por nuestros ovarios.
Uno, respira y mantén la sonrisa.
Dos, mira un lugar donde esconderte.
Tres, ¿por qué me mira así?
Cuatro, Freddy Krueger ven a mí.
Cinco, media vuelta por que el que no conteste significa que tiene retardo mental: nadie se demora más de cinco segundos para contestar.
Y mientras seguía en mi conteo mental, él soltó un suspiro y mis vellos de la nuca se erizaron. Al fin tendría una respuesta...
–Ehh –titubeó y mi mente solo pedía a gritos "escapada rápida".
–Me gustas cuando usas ese saco –dije mordiéndome el labio inferior con la esperanza que funcione el enredo–. Se te ve tan formal.
–Ya –me dijo bajando la mirada.
–Ya –contesté yéndome de la sala.
El camino a casa fue una completa tortura. La vergüenza de mi vida y las críticas de mi madre cuando se lo conté.
¿Cómo? ¿O sea, le dijiste que te gustaba así porque sí?, me preguntó después de terminar mi relato. Sí, afirmé y ella soltó una risa algo sarcástica y me dijo la frase que jamás olvidaría: “Las mujeres no están para declararse, nunca deben hacerlo, eso solo lo hacen los hombres”.
La grabé en mi vida y la tatué en mi mente. Me puse la coraza dispuesta a enfrentar el mundo y prometí no volverme a fijar en los chicos hasta que...
–Hola, Joaquín –saludé al verlo. Estaba muy cambiado, pero igual de guapo– a los años.
–Lo mismo digo. Déjame recordar, no nos vemos desde la noche esa que me dijiste que te gustaba formal– dijo sonriendo.
–Ah, sí pues, pero mira como es la vida, ¿no? Encontrarnos aquí en la misma universidad –dije yo y eso fue definitivo para que me invitara un café y nos hiciéramos súper amigos.
Nuestra amistad estaba basada en ver películas, salir de compras, ir al cine o al teatro, asistir a los recitales, en hacer las tareas juntos y tomarnos de las manos, aunque algunas veces pasaba horas sin él, debido a sus clases de francés.
Todo el mundo pensaba que éramos pareja y lo éramos, pero éramos pareja de amigos. Fueron pasando los años entre la universidad y Joaquín. Yo era feliz, tenía un amigo casi novio que me apoyaba en todo y que una vez me había besado.
Pero no es tu novio, me decía mi hermana cada noche que me veía llegar feliz de alguna fiesta con Joaquín.
Faltaba solo un día para la ceremonia de graduación cuando él me dijo que me tenía una sorpresa. Me emocioné tanto que apenas pude sonreír.
Al día siguiente me puse el vestido que había elegido pensando en él.
–Hola. Estás bellísima –me dijo mientras me jalaba hacia un apartado de la recepción –, y por eso te daré la gran noticia.
– ¿Ah, sí? –dije dudando.
–Me voy a Francia. Quiero llevar algunos estudios allá –me dijo con una gran sonrisa.
Mis esperanzas se cayeron y mi corazón se rompió. Se iba lejos, muy lejos el amor de mi vida.
–Bueno, felicitaciones –atiné a decir tristemente.
–Cambia esa carita. Esto te pondrá más feliz –anunció emocionado–: Tengo novia.
– ¿Ah, sí? –me iba a morir ahí mismo–, ¿cómo?, ¿quién es?
–Es francesa, ha venido de intercambio. Llevamos francés en el centro....
No quería seguir escuchándolo. Me sentía traicionada. Yo, que le había entregado todo, –bueno, casi todo– y él se iba a Francia con una francesa.
Recuerdo que ese día no dije nada, ni siquiera tiré la toga. Todo el tiempo había esperado que él me dijera algo, cuando era yo la que podía haber dicho algo más y ahora que tengo algunos años de más estoy dispuesta a decir, a preguntar, ¿me gustas? ¿te gusto?...
POSDATA: Lo siento madre, pero las mujeres también nos declaramos. Podemos hacerlo, debemos hacerlo. No debemos esperar sentadas: apostemos por la declaración femenina, por los dos hemisferios cerebrales conectados y por nuestros ovarios.
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