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Cortázar y los círculos mágicos de Rayuela
Por: Ernesto Facho Rojas
LA SEÑORITA Santiváñez me dice que ha leído Historia de Cronopios y famas (1962). Hoy domingo, la imagino sentada en su sofá, mimando a un gato sobre sus faldas y acariciando con los ojos las líneas del autor. También vislumbro a Julio despertando en ese ritmo frenético y pausado a veces, de frases cortas, de gerundios que arman un rebote en la lengua y ese barroco intelectualizado que es como un abismo que nos arrastra dulcemente hasta sus páginas. Pero le recomiendo Rayuela. Rayuela es otra cosa, como diría el vulgo. Es una suerte de segundo asalto que nos convence de que la literatura puede absorberlo todo, pues en el aire y en la cotidianeidad también hay magia flotando como si fuera hidrógeno, y Julio la sentía con esa videncia poderosísima que caracteriza a los poetas.
Escribo del segundo asalto, porque escuché anécdotas respecto al contacto primero con este libro, y muchas veces coincidimos en que la primera vez que deseamos acercarnos a esos círculos cósmicos de rebeldía ante las formas clásicas, de sentimiento de lo fantástico, hemos fracasado. Esto, a razón de que en nosotros existe la pasividad del lector. En Rayuela se le da a este un protagonismo inaudito hasta ese entonces. Dicha novela tiene una gran deuda con el surrealismo francés. Y en este momento no sería vano evocar la preocupación de Octavio Paz por la continuidad de la vanguardia de los surrealistas, quienes apelaban a la escritura mecánica y otros recursos (juegos) para desentrañar los mensajes oscuros del subconsciente. Ellos también registraban códigos para que el lector (de) termine el sentido del texto.
Frente a las viejas estructuras de las novelas clásicas, Cortázar irrumpe con el orden desordenado de su filosofía. Denuncia, entre otras carencias, cómo el ser humano vive subordinado a rígidas costumbres, marcos culturales, moldes éticos y estéticos, donde la hipocresía es algo muy típico. Pero no se limita a las costumbres: en su intento de renovar la novela, denuncia como sus principales obstáculos para aprehender la realidad, al lenguaje y el «uso de categorías lógicas e instrumentos racionales». Rayuela es una actitud rebelde ante todo lo preconcebido. Es, asimismo, la negación de lo anterior para reformular, no solo la literatura, sino la concepción del hombre y el mundo. El mismo Julio decía que en esta, su obra maestra, había decidido plantearse en términos de novela lo que otros intelectuales se plantearon en métodos filosóficos.
Con una percepción parametrada es imposible entrar en el juego de Cortázar. Incluso debemos contar con cierta dosis de humor para entenderlo. Es muy difícil que un lector serio pueda comprender cuál es la intención del narrador estratega, quien intenta adentrarnos en un laberinto, dentro del cual, nosotros mismos debemos buscar la puerta hacia la revelación de Oliveira y La Maga. Horacio Oliveira, quien trata de aprehender lo real mediante métodos racionales, (los cuales se indica que no son el camino más apropiado para lograrlo), y la Maga llegando a la verdad, sin entender de procesos, desde su inocente caos, desde su tierna ignorancia. Por eso afirma Horacio en el capítulo 21 del libro:
«Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es un orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en perjuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, dejame entrar, dejame ver algún día como ven tus ojos.»
LA SEÑORITA Santiváñez me dice que ha leído Historia de Cronopios y famas (1962). Hoy domingo, la imagino sentada en su sofá, mimando a un gato sobre sus faldas y acariciando con los ojos las líneas del autor. También vislumbro a Julio despertando en ese ritmo frenético y pausado a veces, de frases cortas, de gerundios que arman un rebote en la lengua y ese barroco intelectualizado que es como un abismo que nos arrastra dulcemente hasta sus páginas. Pero le recomiendo Rayuela. Rayuela es otra cosa, como diría el vulgo. Es una suerte de segundo asalto que nos convence de que la literatura puede absorberlo todo, pues en el aire y en la cotidianeidad también hay magia flotando como si fuera hidrógeno, y Julio la sentía con esa videncia poderosísima que caracteriza a los poetas.
Escribo del segundo asalto, porque escuché anécdotas respecto al contacto primero con este libro, y muchas veces coincidimos en que la primera vez que deseamos acercarnos a esos círculos cósmicos de rebeldía ante las formas clásicas, de sentimiento de lo fantástico, hemos fracasado. Esto, a razón de que en nosotros existe la pasividad del lector. En Rayuela se le da a este un protagonismo inaudito hasta ese entonces. Dicha novela tiene una gran deuda con el surrealismo francés. Y en este momento no sería vano evocar la preocupación de Octavio Paz por la continuidad de la vanguardia de los surrealistas, quienes apelaban a la escritura mecánica y otros recursos (juegos) para desentrañar los mensajes oscuros del subconsciente. Ellos también registraban códigos para que el lector (de) termine el sentido del texto.
Frente a las viejas estructuras de las novelas clásicas, Cortázar irrumpe con el orden desordenado de su filosofía. Denuncia, entre otras carencias, cómo el ser humano vive subordinado a rígidas costumbres, marcos culturales, moldes éticos y estéticos, donde la hipocresía es algo muy típico. Pero no se limita a las costumbres: en su intento de renovar la novela, denuncia como sus principales obstáculos para aprehender la realidad, al lenguaje y el «uso de categorías lógicas e instrumentos racionales». Rayuela es una actitud rebelde ante todo lo preconcebido. Es, asimismo, la negación de lo anterior para reformular, no solo la literatura, sino la concepción del hombre y el mundo. El mismo Julio decía que en esta, su obra maestra, había decidido plantearse en términos de novela lo que otros intelectuales se plantearon en métodos filosóficos.
Con una percepción parametrada es imposible entrar en el juego de Cortázar. Incluso debemos contar con cierta dosis de humor para entenderlo. Es muy difícil que un lector serio pueda comprender cuál es la intención del narrador estratega, quien intenta adentrarnos en un laberinto, dentro del cual, nosotros mismos debemos buscar la puerta hacia la revelación de Oliveira y La Maga. Horacio Oliveira, quien trata de aprehender lo real mediante métodos racionales, (los cuales se indica que no son el camino más apropiado para lograrlo), y la Maga llegando a la verdad, sin entender de procesos, desde su inocente caos, desde su tierna ignorancia. Por eso afirma Horacio en el capítulo 21 del libro:
«Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es un orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en perjuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, dejame entrar, dejame ver algún día como ven tus ojos.»
Rayuela no es solo el espejo mental de su tiempo, es la tensión entre lo espiritual trascendente (individualismo egoísta) y lo político social (colectivo solidario), indagación radical, revulsión visceral contra todo lo caduco que tiene la sangre de los pensadores antiguos, aunque se presente muy Heráclito, con su frase: «Nadie se baña en el río dos veces porque todo cambia en el río y en el que se baña». Y, sabiendo que no somos los mismos de hace unos cuantos siglos, resulta necesario reformularnos todo en términos existenciales, y esa difícil tarea empieza, necesariamente, por el lenguaje.
Cortázar supo entender esto, y tuvo la osadía del glíglico, un sistema experimental sonoro que ante muchos críticos, fue tomado como una extravagancia o un simple juego intrascendente muy próximo al ridículo. Si leemos el capítulo 68, tendremos una muestra de ese arrebato desesperado por surgir con una voz auténtica y absurda, necesario para despertar a los lectores de su terrible letargo clásico. Sin embargo, yendo a la fuente misma, a la novela, la Maga se identifica como la creadora de esta lengua, cuando Oliveira dice en el capítulo 20: «vos me enseñaste a hablar en glíglico» y, más aún, la Maga: «El glíglico lo inventé yo dijo resentida la Maga. Vos soltás cualquier cosa y te lucís, pero no es el verdadero glíglico». Respecto a esto, Daniel Gonzáles Dueñas afirma lo siguiente, haciendo un paralelo entre el lunfardo y la experimentación de la Maga cortazariana: «En principio, la única analogía entre el lunfardo y el glíglico radica en que ambos son sublenguajes cifrados; mas su diferencia esencial es el modo en que cada uno cifra. El lunfardo es una especie de palabreo (“malandreo”) callejero nacido en las zonas cercanas al Río de la Plata (existió un lunfardo más complejo desarrollado en las cárceles argentinas) y tiene correspondientes unívocos; si en un tango escuchamos “cacé un estrilo a la gurda”, “percanta que me amuraste” o “vivía engrupida de un cafiolo vidalita”, bastará conocer las claves y sustituir los términos desconocidos por los conocidos (respectivamente: “agarré una rabieta a lo grande”, “mujer que me engañaste” y “engatusada por un proxeneta explotador de mujeres”).»
Cortázar supo entender esto, y tuvo la osadía del glíglico, un sistema experimental sonoro que ante muchos críticos, fue tomado como una extravagancia o un simple juego intrascendente muy próximo al ridículo. Si leemos el capítulo 68, tendremos una muestra de ese arrebato desesperado por surgir con una voz auténtica y absurda, necesario para despertar a los lectores de su terrible letargo clásico. Sin embargo, yendo a la fuente misma, a la novela, la Maga se identifica como la creadora de esta lengua, cuando Oliveira dice en el capítulo 20: «vos me enseñaste a hablar en glíglico» y, más aún, la Maga: «El glíglico lo inventé yo dijo resentida la Maga. Vos soltás cualquier cosa y te lucís, pero no es el verdadero glíglico». Respecto a esto, Daniel Gonzáles Dueñas afirma lo siguiente, haciendo un paralelo entre el lunfardo y la experimentación de la Maga cortazariana: «En principio, la única analogía entre el lunfardo y el glíglico radica en que ambos son sublenguajes cifrados; mas su diferencia esencial es el modo en que cada uno cifra. El lunfardo es una especie de palabreo (“malandreo”) callejero nacido en las zonas cercanas al Río de la Plata (existió un lunfardo más complejo desarrollado en las cárceles argentinas) y tiene correspondientes unívocos; si en un tango escuchamos “cacé un estrilo a la gurda”, “percanta que me amuraste” o “vivía engrupida de un cafiolo vidalita”, bastará conocer las claves y sustituir los términos desconocidos por los conocidos (respectivamente: “agarré una rabieta a lo grande”, “mujer que me engañaste” y “engatusada por un proxeneta explotador de mujeres”).»
Rayuela tiene mucho de novedoso, una novedad donde dialécticamente se camufla un espíritu viejo. Muy pocos refieren al humor del libro, humor con olor a materia gris, difícil de construir, que es como el azúcar que endulza sus páginas. Su ironía es desafiante, a veces aparentemente ingenua, pero al final no es broma ni mucho menos, porque cuando nos habla del «ergo de la frasecita» (Cogito ergo sum), el diminutivo lo hace más carismático. Gusta a veces de los diminutivos, y esa energía lúdica lo hace entretenido y se logra un aprendizaje (en todo caso, desestabilidad cognitiva) significativo y digerible. Sí, digerible, como si estuviéramos hablando de fideos recalentados, bifes a la plancha y pepinos salados, como en Rayuela, capítulo 2.
No basta esta columna y ni las fotos grandes en la web de la Agenda CIX, para ilustrar la experiencia vivida en las calles parisinas junto con los personajes de la historia. Uno puede ponerse celoso de Oliveira cuando él besa el pelo de la Maga. Y la contempla admirando su maravillosa esencia, la cual simboliza el candor pragmático, mientras él reniega de su enciclopedismo arraigado, esa telaraña o nieblas que van desdibujando el mundo.
Aparte de ellos dos me parece importante resaltar el papel del personaje Morelli, un intelectual que va equipando su teoría de la creación poética en los Capítulos prescindibles de la obra, pues Cortázar enuncia abiertamente que los adornos retóricos eran innecesarios en la novela y que esta debía ser un solo poema que pueda absorber la ideología, moda, cultura y demás hechos característicos de un pueblo. Morelli agrega incluso que su ideal era una creación literaria donde el tiempo fuera absoluto, y son los ejes fundamentales de su discurso:
1.-El acto de la trascendencia del hombre mediante la escritura y…
2.-La imposibilidad de llevar a cabo su proyecto por las limitaciones del lenguaje.
Todo ello, apuntando a la trasgresión de las convenciones lingüísticas. La voz de Julio, a través de este personaje, se vuelve concreta a base de fichas, notas, recortes y citas; en otras palabras, a través de un collage muy nutrido de concepciones subversivas contra el orden antiguo de novelar.
Pero Rayuela es excepcional porque, a través de su lectura, se puede caminar por las calles de París, entrar en la cintura delicada de la Maga, andar por el Pont des Arts, tranquilo y nocturno, o acodarse en la contundencia de su estructura y contemplar las aguas silenciosas de ese tiempo. Uno vuelve a su repaso y, aun queriendo evitar ser demasiado amable con su narrativa, es forzoso seguir vibrando con esas páginas, donde hay un diseño poético muy fluido y a la vez tan bien compuesto. Tanto, que al punto de abrir el libro, encontramos una de sus líneas y nos enamoramos de ese ritmo. No soy yo, es Rayuela. Rayuela, sus juegos espontáneos y esa ironía que nos arrastra hasta las profundidades del ser, rabiosamente pensativos e insurrectos.
NOTA:
En el 2001 la escritora Cristina Peri Rossi, amiga suya y ex pareja sentimental, contó que Julio no había muerto de cáncer como todos pensaban, sino a causa de una transfusión de sangre contaminada con el aún no determinado virus del SIDA, después de sufrir una hemorragia estomacal en agosto de 1981.
El artículo "Cortázar y los círculos mágicos de Rayuela" por Ernesto Facho Rojas fue publicado en Agenda CIX EL 30 de septiembre de 2015.
No basta esta columna y ni las fotos grandes en la web de la Agenda CIX, para ilustrar la experiencia vivida en las calles parisinas junto con los personajes de la historia. Uno puede ponerse celoso de Oliveira cuando él besa el pelo de la Maga. Y la contempla admirando su maravillosa esencia, la cual simboliza el candor pragmático, mientras él reniega de su enciclopedismo arraigado, esa telaraña o nieblas que van desdibujando el mundo.
Aparte de ellos dos me parece importante resaltar el papel del personaje Morelli, un intelectual que va equipando su teoría de la creación poética en los Capítulos prescindibles de la obra, pues Cortázar enuncia abiertamente que los adornos retóricos eran innecesarios en la novela y que esta debía ser un solo poema que pueda absorber la ideología, moda, cultura y demás hechos característicos de un pueblo. Morelli agrega incluso que su ideal era una creación literaria donde el tiempo fuera absoluto, y son los ejes fundamentales de su discurso:
1.-El acto de la trascendencia del hombre mediante la escritura y…
2.-La imposibilidad de llevar a cabo su proyecto por las limitaciones del lenguaje.
Todo ello, apuntando a la trasgresión de las convenciones lingüísticas. La voz de Julio, a través de este personaje, se vuelve concreta a base de fichas, notas, recortes y citas; en otras palabras, a través de un collage muy nutrido de concepciones subversivas contra el orden antiguo de novelar.
Pero Rayuela es excepcional porque, a través de su lectura, se puede caminar por las calles de París, entrar en la cintura delicada de la Maga, andar por el Pont des Arts, tranquilo y nocturno, o acodarse en la contundencia de su estructura y contemplar las aguas silenciosas de ese tiempo. Uno vuelve a su repaso y, aun queriendo evitar ser demasiado amable con su narrativa, es forzoso seguir vibrando con esas páginas, donde hay un diseño poético muy fluido y a la vez tan bien compuesto. Tanto, que al punto de abrir el libro, encontramos una de sus líneas y nos enamoramos de ese ritmo. No soy yo, es Rayuela. Rayuela, sus juegos espontáneos y esa ironía que nos arrastra hasta las profundidades del ser, rabiosamente pensativos e insurrectos.
NOTA:
En el 2001 la escritora Cristina Peri Rossi, amiga suya y ex pareja sentimental, contó que Julio no había muerto de cáncer como todos pensaban, sino a causa de una transfusión de sangre contaminada con el aún no determinado virus del SIDA, después de sufrir una hemorragia estomacal en agosto de 1981.
El artículo "Cortázar y los círculos mágicos de Rayuela" por Ernesto Facho Rojas fue publicado en Agenda CIX EL 30 de septiembre de 2015.