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Baudelaire, el péndulo de las tinieblas
Por Ernesto Facho
“Baudelaire odiaba el mal como una aberración (…) lo despreciaba por desagradable, ridículo, burgués y, de un modo especial, por asqueroso. Si en su obra abundan los temas repulsivos, sucios o enfermizos, es por esa especie de fascinación de lo perverso que hace caer al pájaro hipnotizado en las fauces hediondas de la serpiente. Pero frecuentemente su poesía, de un enérgico aletazo, rompe el hechizo malsano y asciende de nuevo hasta las regiones más puras de la espiritualidad.”
T. Gautier
EUROPA CAE en el sueño del utilitarismo. Los ojos del hombre, los de su espíritu, se cierran en la profunda fantasía que celebra los avances tecnológicos, la consolidación del poder de la burguesía y la organización de la clase obrera. Esto le dio una nueva brújula a dicho continente en el siglo XIX, el cual encontró amparo filosófico en el Positivismo. Esta corriente dictaminaba que se debían hacer a un lado las incertidumbres de la especulación y las ambigüedades de la metafísica y se volcaron, como fríos androides, al estudio e investigación de hechos observables y medibles. Ante esto, se suscitó una reacción justificada por parte de filósofos como Friedrich Nietzsche, Swedenborg, Schopenhauer y Kierkegaard, quienes se pronunciaron contra dicha ideología racionalista. Y en la esfera del arte, empezó una tendencia al aislamiento aristocrático y el refinamiento estético. Era la época del dandismo, de los escándalos y la vida bohemia. Era tiempo de desenmascarar el espíritu para hacerlo nacer desde las más profundas cavernas del ser, golpeando el carácter blandengue del romanticismo y la inflexibilidad de lo razonado, porque se necesitaba una estética que no sea ni una pobre confesión de intimismo subjetivo ni una copia detallada de la realidad.
T. Gautier
EUROPA CAE en el sueño del utilitarismo. Los ojos del hombre, los de su espíritu, se cierran en la profunda fantasía que celebra los avances tecnológicos, la consolidación del poder de la burguesía y la organización de la clase obrera. Esto le dio una nueva brújula a dicho continente en el siglo XIX, el cual encontró amparo filosófico en el Positivismo. Esta corriente dictaminaba que se debían hacer a un lado las incertidumbres de la especulación y las ambigüedades de la metafísica y se volcaron, como fríos androides, al estudio e investigación de hechos observables y medibles. Ante esto, se suscitó una reacción justificada por parte de filósofos como Friedrich Nietzsche, Swedenborg, Schopenhauer y Kierkegaard, quienes se pronunciaron contra dicha ideología racionalista. Y en la esfera del arte, empezó una tendencia al aislamiento aristocrático y el refinamiento estético. Era la época del dandismo, de los escándalos y la vida bohemia. Era tiempo de desenmascarar el espíritu para hacerlo nacer desde las más profundas cavernas del ser, golpeando el carácter blandengue del romanticismo y la inflexibilidad de lo razonado, porque se necesitaba una estética que no sea ni una pobre confesión de intimismo subjetivo ni una copia detallada de la realidad.
Justamente Baudelaire fue el emancipador de esta poesía, la cual dejó de fluctuar entre aquellas dos tenues luces anacrónicas. El “Dante de la época decadente”, considerado así por el escritor Barbey d'Aurevilly, y por Arthur Rimbaud como “Rey de los poetas, verdadero Dios”, llegó a ser el máximo exponente del simbolismo y una de las más grandes revelaciones de la lírica contemporánea. Tanto es así que influenció a vates como Rimbaud, Mallarmé, Rubén Darío, Neruda, Paul Valéry, Jorge Guillén, Fernando Pessoa y los Machado entre otros.
Pero ¿qué lo hace diferente y lo convierte en ese abismo insondable, lleno de músicas y colores, de sensaciones inexpresables, símbolos malditos y paradojas existenciales? Primero debemos definir al Simbolismo: “Concepción de la poesía como medio de conocimiento y de explicación del misterio del mundo. Existen capas profundas de la realidad que no pueden ser percibidas a través de los sentidos ni del intelecto, sino por medio de la intuición poética.”
Pero ¿qué lo hace diferente y lo convierte en ese abismo insondable, lleno de músicas y colores, de sensaciones inexpresables, símbolos malditos y paradojas existenciales? Primero debemos definir al Simbolismo: “Concepción de la poesía como medio de conocimiento y de explicación del misterio del mundo. Existen capas profundas de la realidad que no pueden ser percibidas a través de los sentidos ni del intelecto, sino por medio de la intuición poética.”
“La natura es un templo donde vivos pilares
dejan salir a veces sus confusas palabras;
por allí pasa el hombre entre bosques de de símbolos
que lo observan atentos con familiar mirada.”
dejan salir a veces sus confusas palabras;
por allí pasa el hombre entre bosques de de símbolos
que lo observan atentos con familiar mirada.”
Correspondencias, de Las Flores del mal
Así, la naturaleza es un bosque umbrío y luminoso, y se pone en ejercicio el panteísmo simbolista, donde no se concibe a Dios como un elemento aislado de la materia, sino que Él está en todas partes, incluido en su creación. Por lo tanto, la tarea del poeta es examinar, a través de natura, los símbolos que van constituyendo al Creador, y elaborar una divina exégesis de los mensajes del cosmos.
Otro factor importante es encontrar una belleza rara en lo feo y antiestético. Por ello, los personajes de sus obras ya no eran entidades líricas o llenas de idealismo, sino: leprosos, mendigos, prostitutas, drogadictos y otros héroes marginales.
“Igual al disoluto que besa y mordisquea
el lacerado seno de una vieja ramera,
si una ocasión se ofrece de placer clandestino
lo exprimimos a fondo como seca naranja.”
el lacerado seno de una vieja ramera,
si una ocasión se ofrece de placer clandestino
lo exprimimos a fondo como seca naranja.”
Al lector, de Las flores del mal
Además, sus temas podían ser refinados o vulgares, celestiales o infernales, porque trataba al mismo tiempo de lo elevado y lo grosero, del ideal y del sentimiento angustioso. Precisamente Schopenhauer concebía al hombre como un ser pesimista, porque permanecía a la búsqueda de algo que nunca alcanzaría, y eso le producía el malestar y el spleen (aburrimiento) al que siempre se refería Charles en su poesía.
La mujer también estaba presente en esa mirífica oscilación, entre María (virtud) y Eva (pecado), entre el ángel que lo elevaba hasta realidades celestes y radiantes de verdad, y el “monstruo delicado” de esos bajos, donde desandaban las manos huesudas de la muerte y lo sostenían con fuerza en la penumbra. Incluso, la hembra, en su materia, conserva estas dos naturalezas: los senos para amamantar o dar placer, y la vagina, como puerta bendecida a la existencia carnal, o centro de la sexualidad y órgano partícipe de excesos y orgías.
“En tu calleja harías entrar, mujer impura,
al universo entero. El hastío te hace cruel.
Para entrenar tus dientes en juego tan insólito,
cada día necesitas morder un corazón.”
La mujer también estaba presente en esa mirífica oscilación, entre María (virtud) y Eva (pecado), entre el ángel que lo elevaba hasta realidades celestes y radiantes de verdad, y el “monstruo delicado” de esos bajos, donde desandaban las manos huesudas de la muerte y lo sostenían con fuerza en la penumbra. Incluso, la hembra, en su materia, conserva estas dos naturalezas: los senos para amamantar o dar placer, y la vagina, como puerta bendecida a la existencia carnal, o centro de la sexualidad y órgano partícipe de excesos y orgías.
“En tu calleja harías entrar, mujer impura,
al universo entero. El hastío te hace cruel.
Para entrenar tus dientes en juego tan insólito,
cada día necesitas morder un corazón.”
De Las flores del mal
Y finalmente, para Charles Baudelaire el proceso creativo, como rey de las paradojas, está relacionado íntimamente al de la (auto)destrucción. Para alcanzar sus “Paraísos artificiales”, consumió varias sustancias alucinógenas. Esto lo fue convirtiendo poco a poco en un ejemplo de los “Despojos” que él solía cantar (“desgarramiento, tedio, fuga hacia lo demoníaco o lo infinito…”), porque si el verbo es poderoso y él iba y venía de los infiernos, su cuerpo tuvo que verse afectado. Nadie escribe la crónica del mal, los versos más terribles, sin verse perjudicada el alma por los miasmas de las sombras y los fuegos fatuos de la desventura.
Baudelaire se apagó—algunos afirman—, en los brazos de su madre, a los 46 años, después de haber tenido ataques de afasia y hemiplejia. Fue trasladado en vano hasta una clínica en París, pero allí murió el 31 de agosto de 1867, sabiéndose que estuvo consciente hasta el último instante.
Frente a sus proféticas y hondas reflexiones, se me ocurre pensar que los genios estuvieran destinados a derrumbarse, como unas débiles bombillas eléctricas, ante el tremendo potencial de su consciencias poéticas, y cuando intentan manifestarse, a manera de los Cristos modernos, son insultados y magullados por la multitud y por ellos mismos (las drogas, el alcohol). Pareciera, debo agregar, que sus cuerpos no soportan los watts de esos espíritus viejos que han andado muchas vidas en el trabajo de la palabra y el pensamiento, según corresponda a su arte.
Y así fue Baudelaire. Ese espíritu atormentado por sus propios fantasmas, los cuales exigieron demasiado de él, para vaciar su sangre en el cáliz perverso de su poesía, ese vaso que se conserva intacto y vigente hasta hoy, mientras el hombre siga manteniendo también esa doble naturaleza, y lleve consigo la máscara que lo oculta de su verdadero ser, ese que resulta siempre tan contradictorio y se refleja a la perfección en los símbolos musicales de “Las flores del mal”. Aquí te dejo, pues, ¡hipócrita lector!, una pieza catalogada por el mismo Flaubert como un “diamante”, donde se muestra la posición desventajosa del titán, el poeta, en un mundo donde no es valorado y se ve torpe, mientras no ascienda en raudo y elegante vuelo al infinito del pensamiento.
Y se hunda en el aire.
Y se hunda en el aire.
EL ALBATROS
POR DISTRAERSE a veces, suelen los marineros
dar caza a los albatros, grandes aves de mar,
que siguen, indolentes compañeros de viaje,
al navío surcando los amargos abismos.
Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
dejan penosamente arrastrando las alas,
sus grandes alas blancas semejantes a los remos.
Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
El otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Este quema su pico, sádico con la pipa,
aquél, mima cojeando al planeador inválido!
El Poeta es igual a este señor de nublo,
que habita en la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo en el griterío,
sus alas de gigante le impiden caminar.
POR DISTRAERSE a veces, suelen los marineros
dar caza a los albatros, grandes aves de mar,
que siguen, indolentes compañeros de viaje,
al navío surcando los amargos abismos.
Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
dejan penosamente arrastrando las alas,
sus grandes alas blancas semejantes a los remos.
Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
El otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Este quema su pico, sádico con la pipa,
aquél, mima cojeando al planeador inválido!
El Poeta es igual a este señor de nublo,
que habita en la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo en el griterío,
sus alas de gigante le impiden caminar.
11 de mayo, 2015
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