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La historia de una muñeca
6 de octubre de 2016
Por Alexandra Gonzales Lozano
La muñeca salió presurosa de casa. Una vez más, era tarde para su cita. Estaba convencida que su impuntualidad se debía a sus padres que le mandaban hacer diferentes cosas a última hora. Su hermana, a quien la muñeca adoraba, casi nunca ayudaba en nada o decía que tenía mucho que hacer y la muñeca tenía que quedarse.
Más de una vez se quebró e hizo de sus tripas de trapo un dolor como una bomba autodestructiva que en algún momento iba a explotar llevándoselo todo.
La muñeca se sentía fea y manipulada. A veces ella se veía deforme y ponía vendas en el abdomen para reducirlo porque era incapaz de aceptarse. Su pelo era otra historia: lo mutilaba, lo desgranaba y cuando estaba nerviosa se arrancaba algunos cabellos. Arrancarlos de un jalón era un recordatorio de que en la vida todo duele hasta la más insignificante acción.
La muñeca también hacia trabajos rudos y creía haber nacido con el sexo invertido por su comportamiento inadecuado. Su madre siempre le reprochaba su forma de vestir, su forma de peinarse, hasta de comer; pero se enorgullecía cuando la veía en compañía de alguien del sexo opuesto, pues le devolvía la esperanza de que cambiaría.
Su padre a veces le encargaba trabajos que le causaban magulladuras. Sus dedos se habían puestos mugrientos y tenían costuras por todos lados. A veces pensó equivocadamente que lo que corta duele menos y todo es físico. Su “filosofía” la conducía a ser descuidada y a creer en cosas inexistentes. La muñeca casi siempre está sola, no tiene muchas amigas, porque no sabe cómo comportarse con ellas. No sabe hacer collera, tampoco sabe cómo odiar a gente que odian las otras muñecas para caerles bien, y aunque tiene muy buenos amigos, ellos siguen siendo muñecos y sus pensamientos diferentes.
Su vida ha marcado su comportamiento y su carácter violento se debe a lo vivido en la adolescencia. Sabe que a la gente le gustan las muñecas sumisas y dulces, pero ella no sabe hacerlo, no sabe reírse tontamente ni lograr caerle bien a todo el mundo. Ella no sabe ni quiere serlo, pero desgraciadamente dentro de ella hay un deseo ferviente porque suceda, porque un día se despierte distinta con un cielo despejado, una bonita sonrisa, y caerle bien a todo el mundo porque cree equivocadamente que cuando las personas te sonríen, el mundo entero lo hará para ti también.
¡Qué tonta es la muñeca! No sabe que ese corazón no es más que una válvula, que se necesita gente a tu alrededor; pero solo muy pocos deben estar muy cerca de ti. ¡Qué bruta es la muñeca! Ha estado buscando amigas cuando a nadie le gusta que le digan las cosas de frente y todos esperan ser ayudados para limpiar la suciedad que los rodea. ¡Qué idiota es la muñeca! No se ha dado cuenta que todo lo que anhela nunca sucederá y que solo debe vivir y quererse así misma aunque este rota en mil pedazos, aunque tenga el corazón de trapo y no sepa sonreír.
Más de una vez se quebró e hizo de sus tripas de trapo un dolor como una bomba autodestructiva que en algún momento iba a explotar llevándoselo todo.
La muñeca se sentía fea y manipulada. A veces ella se veía deforme y ponía vendas en el abdomen para reducirlo porque era incapaz de aceptarse. Su pelo era otra historia: lo mutilaba, lo desgranaba y cuando estaba nerviosa se arrancaba algunos cabellos. Arrancarlos de un jalón era un recordatorio de que en la vida todo duele hasta la más insignificante acción.
La muñeca también hacia trabajos rudos y creía haber nacido con el sexo invertido por su comportamiento inadecuado. Su madre siempre le reprochaba su forma de vestir, su forma de peinarse, hasta de comer; pero se enorgullecía cuando la veía en compañía de alguien del sexo opuesto, pues le devolvía la esperanza de que cambiaría.
Su padre a veces le encargaba trabajos que le causaban magulladuras. Sus dedos se habían puestos mugrientos y tenían costuras por todos lados. A veces pensó equivocadamente que lo que corta duele menos y todo es físico. Su “filosofía” la conducía a ser descuidada y a creer en cosas inexistentes. La muñeca casi siempre está sola, no tiene muchas amigas, porque no sabe cómo comportarse con ellas. No sabe hacer collera, tampoco sabe cómo odiar a gente que odian las otras muñecas para caerles bien, y aunque tiene muy buenos amigos, ellos siguen siendo muñecos y sus pensamientos diferentes.
Su vida ha marcado su comportamiento y su carácter violento se debe a lo vivido en la adolescencia. Sabe que a la gente le gustan las muñecas sumisas y dulces, pero ella no sabe hacerlo, no sabe reírse tontamente ni lograr caerle bien a todo el mundo. Ella no sabe ni quiere serlo, pero desgraciadamente dentro de ella hay un deseo ferviente porque suceda, porque un día se despierte distinta con un cielo despejado, una bonita sonrisa, y caerle bien a todo el mundo porque cree equivocadamente que cuando las personas te sonríen, el mundo entero lo hará para ti también.
¡Qué tonta es la muñeca! No sabe que ese corazón no es más que una válvula, que se necesita gente a tu alrededor; pero solo muy pocos deben estar muy cerca de ti. ¡Qué bruta es la muñeca! Ha estado buscando amigas cuando a nadie le gusta que le digan las cosas de frente y todos esperan ser ayudados para limpiar la suciedad que los rodea. ¡Qué idiota es la muñeca! No se ha dado cuenta que todo lo que anhela nunca sucederá y que solo debe vivir y quererse así misma aunque este rota en mil pedazos, aunque tenga el corazón de trapo y no sepa sonreír.
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