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El don de fluir
17 de septiembre de 2017
Por Alexandra Gonzales Lozano
Casi no nos veíamos, pero hablábamos. Siempre me dejaba mensajes que yo contestaba después de días y él hacía lo mismo. Era de aquellas raras amistades que sabes dónde vive, escuchas sus consejos, pero no recurrirías a él ni en caso de emergencia. Él sabía algunos de mis temores y eso era suficiente para quedar algún día del mes, reunirnos y ponernos al tanto. Chismeábamos, no como amigas, sino como amigos. No había lugar para el silencio pues todo el tiempo sin vernos nos colmaba de historias.
Sabía muy poco de su relación o casi nada. La chica con la que estaba era ideal para él. Uno que otro problema, pero lo normal. Aunque en el camino y yendo despacio te enteras de cosas raras, yo nunca lo juzgaba, más bien lo escuchaba y lo dejaba fluir porque eso él hacía conmigo: me dejaba hablar, insultaba a quienes yo insultaba y odiaba a quienes yo odiaba. Cuando nuestra salida terminaba, sabíamos que al día siguiente uno de nosotros le enviaría un mensaje al otro diciendo que lo extrañaba, sin pensarlo. El otro se demoraría en responder, y poco a poco, otra vez nos distanciaríamos.
Estábamos sincronizados. Así, un mes después de habernos visto, nuestras vidas pedían reunirse. Quedamos. Ese día, después del trabajo, nos fuimos a un restaurante de parrillas.
-Tal vez un poco de rebeldía a tu vida le irá bien –dije, mientras pedíamos lo más carnívoro de la carta en honor a su novia vegetariana.
-Claro -me contestó, mientras revisaba el improvisado papel que nos habían dado. Andábamos con una economía de guerra. Era necesario tomarnos nuestro tiempo para hacer alcanzar el dinero que llevábamos.
-Hola, buenas noches, soy Teodoro y hoy seré quien los atienda –repitió su monólogo un joven con peinado hacia atrás listo para tomar nuestros pedidos-. ¿Qué desean ordenar?
-Una parrillada económica, por favor -pedí.
-El combo dos –dijo él, extendiéndole la carta a nuestro desganado mesero.
-Lo siento, pero el combo dos es parte de los pedidos de la mañana, por lo tanto no lo tenemos disponible en este horario –contestó el mesero devolviéndole la carta.
-Me descuadra todo –me susurró, como si se tratará de una total tragedia.
-Lo sé –le contesté sonriéndole.
Miró la carta varias veces mientras el joven mesero movía la cabeza hasta que se decidió y pidió un triple vegetariano que yo rechacé totalmente.
-No lo puedo creer, pensé que escapábamos de tu realidad –le dije en son de broma, refiriéndome a su enamorada y a su prohibición de comer platos no vegetarianos.
-Yo también -me contestó–; pero hay cosas inevitables.
Lo último dicho iba más allá del triple vegetariano. Era una respuesta a lo conversado -su vida, trabajo, relación- y ahora se comía un sanguche como siguiendo la línea de lo que odiaba.
Ya veo – susurré, intentando poner un pedazo de pechuga de pollo sobre la mitad de su triple.
Después de conversar horas bajo la mirada inquisidora de los dueños que parecían rogar que nos fuéramos, nos dirigimos a caja. Insistí en pagar lo que cada uno había consumido. Era lo justo. Yo lo había convocado a una extensa conversación.
Tras pagar nuestras cuentas, la dueña nos retuvo con intimidantes preguntas.
-Y ustedes ¿son pareja?
-No -contestamos al mismo tiempo–. Somos amigos.
-Ella tiene su enamorado –me acusó.
-Él tiene su enamorada –lo acusé.
-Pero, ¿salen juntos?.
-Como amigos –contesté con una sonrisa sarcástica.
-Pero, ¿sus parejas saben? –me preguntó la dueña.
-Claro –contestamos-. Se conocen.
-Ah, estos jóvenes de ahora, si yo hiciera eso me quedaría sin esposo –comentó la dueña.
-Considere relacionarse –atiné a decir, mientras nos alejábamos de la caja.
-Y hacer amigos –grito él cuándo ya estábamos fuera del lugar.
Nos miramos y reímos. Sabíamos que es común que la gente no crea en la amistad de un hombre y una mujer, pero a veces funciona bien y hay cosas que fluyen como el aferrarte al brazo de tu amigo cuando pasas junto a la chica que quiso golpearte en la universidad. Hay cosas que simplemente son como un acto natural. ¡Deja que fluya!
Sabía muy poco de su relación o casi nada. La chica con la que estaba era ideal para él. Uno que otro problema, pero lo normal. Aunque en el camino y yendo despacio te enteras de cosas raras, yo nunca lo juzgaba, más bien lo escuchaba y lo dejaba fluir porque eso él hacía conmigo: me dejaba hablar, insultaba a quienes yo insultaba y odiaba a quienes yo odiaba. Cuando nuestra salida terminaba, sabíamos que al día siguiente uno de nosotros le enviaría un mensaje al otro diciendo que lo extrañaba, sin pensarlo. El otro se demoraría en responder, y poco a poco, otra vez nos distanciaríamos.
Estábamos sincronizados. Así, un mes después de habernos visto, nuestras vidas pedían reunirse. Quedamos. Ese día, después del trabajo, nos fuimos a un restaurante de parrillas.
-Tal vez un poco de rebeldía a tu vida le irá bien –dije, mientras pedíamos lo más carnívoro de la carta en honor a su novia vegetariana.
-Claro -me contestó, mientras revisaba el improvisado papel que nos habían dado. Andábamos con una economía de guerra. Era necesario tomarnos nuestro tiempo para hacer alcanzar el dinero que llevábamos.
-Hola, buenas noches, soy Teodoro y hoy seré quien los atienda –repitió su monólogo un joven con peinado hacia atrás listo para tomar nuestros pedidos-. ¿Qué desean ordenar?
-Una parrillada económica, por favor -pedí.
-El combo dos –dijo él, extendiéndole la carta a nuestro desganado mesero.
-Lo siento, pero el combo dos es parte de los pedidos de la mañana, por lo tanto no lo tenemos disponible en este horario –contestó el mesero devolviéndole la carta.
-Me descuadra todo –me susurró, como si se tratará de una total tragedia.
-Lo sé –le contesté sonriéndole.
Miró la carta varias veces mientras el joven mesero movía la cabeza hasta que se decidió y pidió un triple vegetariano que yo rechacé totalmente.
-No lo puedo creer, pensé que escapábamos de tu realidad –le dije en son de broma, refiriéndome a su enamorada y a su prohibición de comer platos no vegetarianos.
-Yo también -me contestó–; pero hay cosas inevitables.
Lo último dicho iba más allá del triple vegetariano. Era una respuesta a lo conversado -su vida, trabajo, relación- y ahora se comía un sanguche como siguiendo la línea de lo que odiaba.
Ya veo – susurré, intentando poner un pedazo de pechuga de pollo sobre la mitad de su triple.
Después de conversar horas bajo la mirada inquisidora de los dueños que parecían rogar que nos fuéramos, nos dirigimos a caja. Insistí en pagar lo que cada uno había consumido. Era lo justo. Yo lo había convocado a una extensa conversación.
Tras pagar nuestras cuentas, la dueña nos retuvo con intimidantes preguntas.
-Y ustedes ¿son pareja?
-No -contestamos al mismo tiempo–. Somos amigos.
-Ella tiene su enamorado –me acusó.
-Él tiene su enamorada –lo acusé.
-Pero, ¿salen juntos?.
-Como amigos –contesté con una sonrisa sarcástica.
-Pero, ¿sus parejas saben? –me preguntó la dueña.
-Claro –contestamos-. Se conocen.
-Ah, estos jóvenes de ahora, si yo hiciera eso me quedaría sin esposo –comentó la dueña.
-Considere relacionarse –atiné a decir, mientras nos alejábamos de la caja.
-Y hacer amigos –grito él cuándo ya estábamos fuera del lugar.
Nos miramos y reímos. Sabíamos que es común que la gente no crea en la amistad de un hombre y una mujer, pero a veces funciona bien y hay cosas que fluyen como el aferrarte al brazo de tu amigo cuando pasas junto a la chica que quiso golpearte en la universidad. Hay cosas que simplemente son como un acto natural. ¡Deja que fluya!
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